Llamando

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El ruso esperó con el teléfono en mano sentándose en la silla de su escritorio. A los pocos segundos contestaron

— Buenas... —Habló una voz calmada que llegaba a ser sexy, del otro lado del teléfono que realizó un, ¡pop! Para después soltar el humo de su Kiseru es una pipa japonesa y, si no saben que es una pipa, es como el papa del cigarrillo.

— Buenos días, o debería decir tardes —habló calmado el soviético, imaginando que el japonés se encontraba leyendo y fumando, semidesnudo, recostado en su típico sillón de ramera.

— Hay, ¿Soviet, qué deseas? —dijo en una leve risa el japonés —. ¿Qué quieres?... Supe que tienes un juguete nuevo, un tal Cuba... Que no te come la pi... —El soviético lo calló ante de decir la suso dicha palabra

— Hay una operadora escuchando... —bufó el soviético recordando que la privacidad telefónica no existía en su nación —. Quería invitarlos a ti y a tus hijos, a cenar... Nada sexual, por favor... Sé que te dedicas a ser prostituta de los countrys, no quiero que tus hijos recuerden que su madre era más fácil que la tabla del uno... —

— Solo porque me acuesto con Fascista, tu, tu hermano y cuando estaba vivo Third, no significa que me acueste con todo el mundo... Lo hago por amor... Porque sé que es la única forma que me demuestren amor y si voy a ir con gusto, pero te quedarás con tu hijo por una semana, aunque sea... — El japonés colgó el teléfono con lágrimas en sus ojos, no le gustaba que le digan ramera, ahora que uno de los amores de su vida se lo diga es más doloroso.

El japonés se levantó del sillón buscando más tabaco y alistar a sus crías como las llamaba... Cuatro hermosos niños entre ocho años y dos años, que presumían a donde fueran, eran su orgullo: tres varones y una niña. Él siempre los trató como su todo, siempre reprochando en su mente todo lo malo que hizo su padre con él y diciendo que el Estadounidense nunca tendría unos hijos como los de él.

Digamos que era la típica mamá que te ama mucho, pero siempre termina avergonzado a su hijo y también era la mamá de tu amigo que estaba buena a pesar de su edad.

— Japón... Mi niña preciosa, prepárate, vamos a viajar — habló el japonés, poniéndose del tamaño de la pequeña.

— ¡Vamos a visitar a Má Bochis! — preguntó la niña emocionada.

— Sí, se podría decir que sí... —respondió para seguir buscando por la mansión, a estilo japonés, a los dos coreanos y al chino.

— Mamá... — llamo un norcoreano delgado, enseñándole a su madre que sus hermanos mayores se golpearon todo por trepar el gran árbol donde estaba su abuela durmiendo.

— Hay, por el amor a la vida, les dije como mil veces que no treparan el árbol y su abuela... ¡Le cayeron encima! — dijo sacudiendo a sus hijos mayores y buscando el botiquín, encontrando a su madre tomando unas hojas de algunas plantas medicinales que remojo en agua tibia la misma con la cual limpió sus heridas poniéndolas hojas encima de estas.

— UFF, necesito dejar de alterarme—.

— Toma un té de manzanilla — habló la mujer en un tono suave

— Hay, Madre, necesito más que eso para soportar a ese hombre — sobó su sien — Y para quitarme lo tonto por amarlo...

— Me temo que para eso no hay remedio — dijo mirando a un chino mayor comiendo un pollito recién nacido que metió a su boca en un parpadeo —. Solo mira a tu padre...

— ¿Por qué nos enamoramos de puros idiotas? —

— ¿Por estupidez? —comentó la mujer dirigiéndose a una parrilla donde estaban unos dangos salados que bañaba en soya

— ¡Se ve delicioso! — dijo tomando con cuidado una brocheta con tres de ellos — ¡Hay!, caliente, caliente — dijo en reflejo.

— Admito que heredaste esa desesperación por la comida igual que tu padre — dijo la mujer dando uno al norcoreano.

— ¿Sabes? El hombre me invitó a cenar con él y sus hijos... Creo que quiere ver a Corea o China...

— de cierta manera tiene derecho... —

— Madre... A ti te arreglaron el matrimonio... Como empezaste a amar a Padre... —

— Convivencia... —

— Dudo que la convivencia sean 9 hijas y un hijo gay... —

— Estábamos buscando el varón... —

— Soy el mayor... Su primogénito... —

— Se nota, que ya nos conocimos... —

— Soy 5 años mayor que su matrimonio, creo que sí... —

— Es cierto, pero recuerda que tienes hijos con él y no estás casado... —

— Si lo sé, no soy la persona más adecuada para criticar, pero no hay matrimonio entre personas del mismo género... y no vale la boda de la religión nuestra, porque ya estamos casados por ahí —.

— Lo sé, pero no tienes género como hombre o mujer, además puedes tener hijos y las únicas humanas, countys o democountrys, que pueden tener hijos en su vientre, son mujeres... —

— En mis papeles dice que soy hombre... —

— Tu padre quería un decente, habla con él... — Se limpió las manos con su esposo, retirándose con los demás dangos para darle uno a cada habitante del hogar.

— Hay... — puso sus manos en sus cadenas sin antes acomodar el holgado kimono que dejaba ver su gran pecho.

—¡Ponte el kimono, bien Ramera! —gritó el hombre chino, su querido y amado Padre.

— Y tú, qué mierda, ves... — respondió a su padre con pocos modales y abriendo más el kimono, enfureciendo al hombre.

— Hermano, Por favor — acomodo su kimono una de sus hermanas, especialmente la que representaba las actuales tierras de Tailandia

— En fin, tengo que ir a molestar a un italiano, con permiso — caminando en dirección donde se encontraba el mismo

— Solo, intenta no gemir tan alto — dijo su hermana tomándolo del hombro — están despiertos los niños

— Tranquilo, voy a salir a un lugar especial para "eso" — se retiró, tomando su billetera — Espera un momento — dijo recordando que en su enfado no le pegunto la fecha de la inauguración, corriendo todo el teléfono y pregunto todo lo necesario apuntándolo, mientras amenazaban al soviético que si se reía le cortaba el órgano, necesario para que tuviera más hijos

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Con Cariño, Paz...

1051 palabras

¶{Con El Viento De Moscú }¶ CountryhumansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora