Su espalda.

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¡No he sido yo! ¡Jamás la lastimaría!
Me culpan ¡y la culpa no ha sido mía! Y entonces me desechan... ¡Ellos son los verdaderos asesinos!

¿Por qué tiran de mí? ¿No se supone que ustedes son los buenos? ¿Por qué me gritan? ¡Si ustedes son los que escuchan! Vamos, liberenme de éstas cadenas, de éstas sogas; las que decoran mi cuello.

Gritan y creen que los escucho ¿acaso me detendría a escuchar a los perros rabiosos que me comerán, en vez de huir de ellos? Dicen que me tienen a sus pies ¡ja! ¡Qué locuras dicen! Si la orca ¡qué alta es!

Hoy en la mañana yo era un hombre que vestía como tal, yo era un trabajador que no hacía daño, era yo un creyente de sus palabras y doctrinas, mas en la tarde, al encontrarse ellos con mi bella amada, me han gritado y llamado "¡Asesino!". Les he visto a los ojos, les he lustrado sus zapatos, les he limpiado tejados y jardines, de los cuales sólo obtenía monedas... ¿De qué me sirve una moneda si soy horrible? ¿Para qué quiero riqueza si nadie me entiende? Oh, mi amada era tan diferente a todos ustedes... Perros ingratos e hipócritas, dicen que aman ¿pero cuando tuvieron amor por mí?

Si ustedes estuvieran en donde yo estuve, si ustedes hubieran visto lo yo vi, si ustedes hubieran sentido con sus propias manos aquella espalda tal perfecta, tan suave... Me dijeran que no estoy loco, pues ustedes también lo habrían hecho, y no por ser aquella la espalda más hermosa, era esa la razón de la cual yo lo hice, es que yo no podía concebir en mi cabeza, que algo tan simple como aquello, era lo que yo más deseaba, y por lo cual, ustedes no me amaban.

Oh, si ustedes hubieran estado en esa noche, tan perfecta, tan placentera... Si hubieran escuchado sus últimas palabras y...

Esa noche ella me invitó a su habitación, me quitó la camisa y comenzó a acariciar lo que ustedes me habían hecho, comenzó a sanar esas heridas que no sólo eran un castigo, sino que eran el recuerdo de sus carcajadas; y aquella sangre seca que marcaba la fuerza de sus látigos, y toda lágrima que salía de mis ojos, y los gritos de mi madre en la plaza aquel día... Todas esas cosas había olvidado con ella.

Me dirán que la ataqué, y les contarán a sus hijos e hijas que un hombre sólo, jamás será alguien bueno... Mas ustedes son los inhumanos, que a pesar de tener anillos en sus dedos y pactos en las iglesias, son los que más manchan de sangre sus manos.

Ja... Se supone que a todos les dan últimas palabras, se suponía que yo también debía tenerlas ¿por qué no me dejan hablar? ¿Por qué con este inmundo pañuelo me quitan las palabras? ¿Por qué me miran desde abajo y me llaman asesino? Si su rey también está en una tarima, pero a él ni le dicen cretino.

Sólo me queda recordar a mi amada. Aquellos rizos rojos que caían por sus espaldas desnudas, y sus manos delicadas tocando mis llagas... Oh, si les contara todo lo que fuimos y lo ustedes nunca supieron...

Ella mencionaba que no tenía otra opción que venderse a los hombres extranjeros, y me contó que un hombre cuando niña, la había obligado a permanecer desnuda en su cama, pero nunca fue escuchada porque era él, el que la misa daba... Me dijo que un hombre ¡el carnicero! Le había escupido en la cara, y que la señora que se incaba a rezar todas las noches, la había hechado a los cerdos desde muy joven; dijo que su padre le gritó cuando se fue de casa, y entonces muerta su madre, su mejilla ardiente y apenas tres ropas, ella sola tuvo que lanzarse al mundo y ser golpeada por él... No, por ustedes.

Ella cruzaba sus dedos con los míos, y del pan que me dio la primera vez que me vio con sangre en el suelo de la plaza, de ese le entregaría yo en esa noche.

Ustedes dicen que la he obligado a quitarse sus prendas, pero fue ella quien me dijo al oído que las arrancaría.

Recuerdo que la enojé al principio, pero después de tocar su cuello y deslizar mi índice por él, me tomó por sorpresa y nuestros labios habían hecho lo que todo el mundo hace creer un beso. Oh, aquel beso...

Nunca tuve yo un beso en mis labios hasta esa noche, ni mi madre o mi padre me habían dado uno, y mucho menos me habían dicho "Te amo", ustedes tampoco.

Pues entonces le miré sus delicados ojos verdes, y le contemplé las pecas y su nariz puntiaguda, y ella lo hizo también conmigo.

Sabía que entre nosotros algo era igual, algo nos unía. No eran sus pecas con mis quemaduras en el rostro, no eran sus delicadas manos que se unían con las mías, las gruesas y sucias, no era su belleza comparada con mi feo rostro, con el que se aparenta hambre y no riqueza, con éste, el rostro de un pobre que muerde polvo; no era nada de eso, era que nuestras vidas, entre tantas amarguras y tantos dolores, encontramos la razón de ser, un propósito y un alguien para amar.

Me culpan por toda la sangre que hay en la cama que usamos anoche, me dicen que estoy mal y me matarán por eso... ¿Me matarán? ¿Realmente eso estuvo mal? ¿De verdad soy un inmundo asesino?

Ella sólo quería una mejor vida, y yo... sólo quería su espalda.

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