Un gato en cuarentena.

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La gente cambió de tal forma que no puedo explicar, los niños ya no salen, tampoco las personas, y sin mentir, ni los perros

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La gente cambió de tal forma que no puedo explicar, los niños ya no salen, tampoco las personas, y sin mentir, ni los perros...

Ya no me dejan ir por los techos, ni tampoco visitar a mis amigos ratones, tampoco la carnicería, ni los basureros.

Un día extraño como hoy, me desperté en un lugar distinto al mío, las paredes están pintadas de un color que mis ojos no pueden diferenciar, mis patitas tocan una superficie cómoda, una muy extraña sensación que no conocí desde hace mucho.

Por último está ella, una mujer que llega a esta aburrida tienda y habla un poco con el señor. Lleva una mascarilla al igual que todos ahora ¿Qué le pasó al mundo? Un vestido magenta, unas zapatillas bajas color piel, su cabello lo sujeta una liga, no va maquillada y puedo ver sus tiernos ojos color miel.

Cuando me mira, sonríe y me señala, espero no estar en la carnicería...

El señor levanta la jaula y me dice "Buen chico..." Es entonces cuando la joven sonríe más, lo noto aunque se esconda detrás de una mascarilla.

"Ternurita" dice ella. Habla más con el vendedor mientras yo me limpio el infinito levantando una pata y con la otra en el suelo.

Vamos en su auto mientras se pone un extraño líquido en sus manos, que si mal no recuerdo, se llama gel.

Fuera de aquel ligero viaje, me di cuenta que fuera de su casa había una alfombra con un nauseabundo olor a ácido, creo que oí hablar de él, como si fuera la salvación del mundo. Había un loro, ufff que buen desayuno...

Al sólo pasar por la puerta, debido a mi condición, no pude tragarme a ese loro que decía repetidas veces el nombre de "Sarita", se volvió molesto unas horas después, pero más molesto fue aquel baño, esa tina y el agua, aunque a decir verdad, lo molesto fue el jabón, el agua era caliente, lo mejor que mis pelos en punta hayan podido probar.

Luego no hubo necesidad de comer al loro, la mujer linda y amable me dio un plato sólo para mí, había concentrado y una caja de arena, ahora podía decir que algo más que un pescado a punto de morir dos veces, es mío.

Y así pasaron los días, el señor loro siempre me molestaba contando chistes malos que no dan risa ni para el mismo, ¿Cómo va a ser lindo que un pollito respire por atrás?.

Sarah era mi dueña, salía cada mañana hasta la noche, vestía muy elegante, era bonita y siempre cuando podía me acariciaba, era el tipo de dueña que todo animal desea...

Un día de esos, en los que el señor loro amanece dormido, esperé a que Sarah se fuera para despertarlo de un solo susto.

"¡Animal pobre! ¡El día que salga de esta jaula te morderé la nariz!" Protestaba cada día, yo en cambio metía mis patas para intimidarlo un poco, pero no para tragarmelo.

Me tiré al sillón rasgando un poco el cojín, hacer esto me relajaba, me ponía juguetón a pesar que Sarah se molestara.

Descansé sobre él y sólo me despertaba por si alguna mosca quería molestarme, hasta llegar la noche... Y Sarah no llegó.

El señor loro dormía frente a la ventana, quizás ese lugar le gustaba o era porque que Sarah le agradaba pensar que alguien la esperaba.

Al siguiente día tampoco llegó, ni el que sigue, ni el que le sigue, parecía que había desaparecido, pero según el señor loro, nunca había desaparecido tanto tiempo.

No sabiendo que había pasado con Sarah, salí a buscarla por mi propia cuenta, en el camino encontré una lata de atún medio terminada, me la tragué, era deliciosa. Seguí el dulce olor de Sarah y llegué a unas aburridas oficinas, había cajas y papeles por su basurero. Me las arreglé para entrar, subiendo al techo y entrando por una ventanilla, los mismos escritorios uno a la esquina contraria del otro, los pasillos tenía aquel asqueroso olor, así que me apresuré para encontrar una pista de dónde estaba Sarah.

En un escritorio igual que los demás, en una foto que alegraba lo aburrido de los papeles, se encontraba mi dulce dueña.

¡Vamos! ¡Sal de allí!

Pero luego, por mi buen olfato, logré sentir una nueva corriente de viento con su olor.

Lo seguí y a pocas cuadras de allí estaba un gran edificio blanco, se juntaba el olor de muchas personas y perdí el de ella. Hombres y mujeres salían y entraban preocupados, llevaban extraños trajes, parecían astronautas, noté que estaban acalorados por las largas horas de trabajo.

La entrada era limpiada al menos dos veces en esa hora que estuve en la calle de enfrente, y eso que era de noche... Pero Sarah no salía, sabía que allí estaba, su olor lo decía...

Volví a casa, señor loro dormía profundamente, intenté asustarlo, pero muy débilmente me saludó, entonces muy preocupado me puse a preguntarle qué sucedía, el sólo dijo: "Estoy muy hambriento... Trae una lechuga...".

Salté desde la ventana y voté todo lo posible para abrir el refrigerador, hasta que él cedió, subí las repisas y bajé una lechuga que aún permanecía fresca con mi boca, el señor loro me miró agradecido y cuando recobró las fuerzas contó una anécdota de su vida en la jungla, una de esas que te dan más sueño que emoción...

Hasta llegar la noche, el se limpió las alas y luego me dijo: "Ya sé que pasó con Sarah... Esperaremos una semana más para que vuelva, sino, tendrás que liberarme y volaré sobre tu lomo..." Entonces esperamos a que volviera, días y noches esperando a que Sarah llegara por esa puerta, y aquí me tienen, un jueves como ninguno, viendo como Sarah cruza por esa puerta sonriendonos de la misma forma que antes...

" Entonces esperamos a que volviera, días y noches esperando a que Sarah llegara por esa puerta, y aquí me tienen, un jueves como ninguno, viendo como Sarah cruza por esa puerta sonriendonos de la misma forma que antes

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