La cacería salvaje

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Estaba llegando a la cima de la colina desde donde podía ver un asentamiento humano. Observando por su mira telescópica notó que las casas estaban hechas de adobe en lugar de madera, que no había empalizada alguna y que muchas de esas casas estaban ubicadas alrededor de una plaza cuadrada.

Había dejado su carro con su caballo cerca del río y alejado de los caminos.

Estaba buscando a alguien entre las pocas personas que caminaban por la calles sin pavimentar. Logró dar con su objetivo saliendo de una casa, pero lo perdió de vista cuando desapareció al cruzar la esquina. Siguió el camino especulando la ruta que había tomado, pero la frondosidad de los árboles bloqueaba su vista.

Echó su rifle a la espalda oculto en el interior de su poncho y caminó hacia la casa desde donde había salido su presa.

Empujó la puerta y entro a dentro de aquel lugar. En frente de la puerta se hallaba una larga barra de madera con un hombre parado detrás de la misma. Era un hombre obeso y calvo, de baja estatura, con las mejillas flácidas y ojos redondos que contaban las monedas con una mirada psicópata. Los ojos rodaron sobre sus órbitas posándose en Manis mientras fruncía el ceño y guardaba las monedas en un cajón debajo de la barra.

Manis le saludó con educación, pero a mitad de la misma el sujeto le interrumpió con brusquedad.

—No atiendo a forasteros, largo de aquí—

—Empezamos mal— Pensó el chico pero empeñado en conseguir respuestas continuó hablando.

—Lo entiendo, pero no pretendo robarle mucho tiempo. Verá, estoy buscando...—

—Estas sordo o eres gilipollas— Volvió a interrumpirle el sujeto —Es eso ¿Verdad? ¿Eres gilipollas?... Que te he dicho que no atiendo a forasteros, fuera, vete a tomar el aire anda—

Manis soltó aire lentamente cansado de los insultos.

—Cierto, no atiendes a extranjeros, pero... a mi sí—

—¿Eh?—

Manis le agarro por las solapas de su jubón ambas manos, con un movimiento levantó al hombre y lo estampó contra la pared del fondo.

Al caer al suelo soltó un fuerte grito de dolor lleno de maldiciones y palabrotas pero se detuvo cuando la bota de Manis se le clavó en su costado. Sus gritos atrajeron a su mujer, la cual estaba limpiando en la cocina.

—Llama a la guardia, este loco me está atacando sin motivo alguno— Gritó desesperadamente, casi llorando, a lo que Manis sin voltearse, con un gesto de su mano descuartizó a la mujer con sus cables antes que ella siquiera cruzara el umbral de la puerta, y mucho menos salir por la puerta trasera a pedir auxilio.

Al presenciar, atónito la muerte de su mujer, empezó a maldecir al chico mientras intentaba incorporarse, cosa que Manis no se lo permitió.

—Como iba diciendo, estoy buscando a una mujer que salió de aquí ¿Sabes a donde se fue?— No recibió respuesta alguna —Veo que no quieres hablar conmigo, quizás por haber matado a tu mujer, pero te voy a presentar a un amigo que te va a convencer, se llama puerta— Abrió la puerta, pateó la cabeza del hombre para que quedara entre el marco y la misma para acto seguido cerrarla y abrirla numerosas veces golpeando la cabeza del hombre en el proceso. Mientras siguió hablando —Estoy... buscando... a un... grupo... de... mujeres... una... de ellas... salió... de este, lugar— Se detuvo —¿Sabes donde puedo encontrarlas?—

Aturdido musitó apenas un susurro.

—Una... taberna, lejos de la plaza... están allí. Mi hija... ahí, déjala—

Isekai genérico.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora