¡Mantén la calma y busca un rifle!

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CHARLOTTE


Los minutos trascurrieron. Minutos en los que solo me centré en comer con mi mirada baja. ¡El arroz chino estaba buenísimo!

Aunque mi mente que, en situaciones normales solía traicionarme, me decía que me hallaba comiendo la mascota de alguien.

Lo sé, nunca he podido disfrutar de las cosas buenas sin que mi mente pretenda dañarlas. Es algo que aún no logro superar.

Llevé mi vista hacía el frente y observé a la anguila con patas golpeada. Él estaba observándome, de una manera peculiar, no me dejaba ver que sentimientos pretendía trasmitirme. Paré de comer y hablé.

—¿Qué?

—¿De qué? —Continuó sonriendo.

—¿Por qué me ve así? —Llevé otra cuchara de comida a mi boca.

—Me pregunto si así se siente un padre —Dejó salir una pequeña risa. —. Pero el verte comer de esa manera me hace sentir bien.

¡Oh, qué extraño!
En definitiva este hombre era del tipo que se obsesiona viendo los pies de las mujeres.

Pretendí no verme alterada y continúe comiendo. Seguí comiendo con mi vista baja por un par de segundos más, y al volver a alzar mi vista, me encontré de nuevo con su mirada.

¿Por qué su cuerpo estaba temblando?

No creí que un hombre como él se pusiera nervioso en esas situaciones.

—Si me sigue viendo no podré comer —Señalé antes de pasar la comida.

El hablar con la boca llena era de mala educación. Lo sé y lo entiendo, pero en ese momento estaba concentrada en que ese hombre no me viera como una mujer. Mucho menos como un ser humano.

Quién sabe si al hombre le guste los dos lados del pollo.

—No hay nada más que pueda ver. —Indicó.

—Entonces comience a gritar para que nos saquen de este lugar rápido —Volví a bajar mi mirada.

—Soy de los que hacen gritar, más no grito —percibí ironía en sus palabras, y después de que mi mente tan pura como agua india analizará su frase, bajé mis cejas hasta mis ojos y dejé salir un suspiro.

¿Qué sería de los hombres sin los chistes de doble sentido?

Continué comiendo hasta terminar. Dejé la cuchara de plástico dentro de la caja en la que vino la comida y alcé mi mirada.

—Gracias por la comida. —Agradecí.

Él me sonrió.

Aparté el bolso de mi espalda y lo abracé. Pegué mi espalda a la pared y subí mis rodillas.

Sí, es correcto lo que piensan. Estaba a la defensiva.

—Esto no es la guerra de Troya. —Ironizó él.

—¿De qué habla? —Pretendí hacerme la tonta. —. Solo tengo frío.

Desvíe mi mirada hacia la puerta y comencé a desear que todo se arreglara.

Solía hacer esto cuando era niña. Siempre esperaba que en situaciones como estas llegara mi príncipe azul.

En cambio, en ese entonces, lo hice solo para matar el rato.

—Puedes usar esto —Pronunció, desvíe mi mirada hacía él para después ser cubierta por una chaqueta.

Mi cabeza quedó oculta, y en mi mirada percibí su abrigo de color oscuro. Olía a su fragancia y, vamos.

¿A quién no le gusta que un hombre huela bien?

—Esto es tan cliché —Comenté apartando la chaqueta de mi rostro. —. No pase frio por querer ser un caballero. —Tomé la chaqueta y se la lancé.

En realidad, el ascensor se sentía frio, pero no podía aceptar esto.

Además, entre los dos, el hombre es quien estaba temblando desde hace un tiempo.

—Y vos sos tan predecible —Definió él. —. Sos cómo un cielo sin estrellas. —Lanzó la chaqueta de vuelta.

¿Cielo sin estrellas?

¿A qué se refería la anguila con patas...?

—¿Cómo? —Hablé devolviéndole su chaqueta.

Él sonrió al recibirla.

—Si las estrellas no se ven, es porque hay mucha luz, o porque las nubes las están ocultando —Lanzó la chaqueta de nuevo. —. Sos igual. Hay un caparazón en ti que no debería estar ahí.

¡Filósofo el hombre!, si me hubiera dicho que era pariente de Gabriel García Márquez hasta podría creerle.

—O podrías tener los ojos cerrados —Pretendí dañar su frase.

El riquillo se situó de pie antes de que yo pudiera devolverle su chaqueta. Caminó hacía donde me encontraba. Pretendí huir, sin embargo, ya estaba con mi espalda apoyada a la pared.

Además... ¿a dónde podría ir?

Él, al estar en frente de mí, se agachó.

—¡Si hace algo sacaré mi navaja! —Amenacé mientras él tomaba su chaqueta.

—Y yo llamaré a mi pandilla —Bromeó. Abracé mi bolso y el extendió su abrigo.

Era una chaqueta larga, de color negro con varios botones grandes. Probablemente si la vestía hubiera llegado hasta mis pantorrillas.

—Te dije que no haría algo así otra vez —Acercó la chaqueta a mi cuerpo con calma. La apoyó con mi peso tras mis hombros y la extendió para cubrir el resto de mi cuerpo. —. Esto es lo más romántico que una persona como yo pu–puede hacer —Sonrió mientras volvía a pararse. Retrocedió unos cuantos pasos y se sentó en frente de mí, del otro costado del ascensor.

Un rostro golpeado no fue capaz de que no evitará pensar en sus palabras.

Desvié mi mirada hacía un costado y actúe de forma indiferente.

No existía motivo alguno para pensar que este hombre era bueno. Solo hace este tipo de acciones para tenerme en su cama.

Y si eres lo suficientemente inteligente, sabrás que esto era solo un acto más, Charlotte.

—Devuélveme la chaqueta —Pronunció él. Desvíe mi mirada y lo observé parándose. —. Está haciendo mucho frio y he sentido escalofríos desde hace un tiempo. —Se acercó a mí y apartó la chaqueta de mi cuerpo.

Charlotte es sinónimo de equivocación, sin duda alguna.

Él vistió su chaqueta de nuevo y se sentó en frente de mí, al otro costado del ascensor.

—Lo siento, pero tú tienes una chaqueta. —Sonrió mientras llevaba sus manos a sus hombros.

¡Que indeciso era!

—¿Está en esos días del mes? —Pregunté irónicamente.

—Está como zona de crimen. —Sonrió él.

A veces me gustaba el no tener que aclarar mis chistes. Desvié mi mirada y sonreí.

—¡Charlotte! —Llamó. Dirigí mi mirada hacía él. Se hallaba temblando de una manera más drástica. —¿Vos tienes frío?

—No tanto... —Respondí en un tono bajo.

—¡Qué bueno! —Sonrió. —¡Desvístete!

Lo malo de estar atrapada en un ascensor con alguien es que, si matas a esa persona, tú serías la única opción para considerar culpable.

Cuando empecemos a serDonde viven las historias. Descúbrelo ahora