Capítulo 5

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Miré el calendario. Con letra grande y redonda estaba apuntado mi nombre, lo que quería decir una simple cosa: hoy me tocaría quedarme hasta tarde en la cafetería para fregar la cubertería. La cafetería, misteriosamente, estaba repleta. Me mantuve prácticamente toda la mañana en la cocina, fregando los platos y los vasos. Miré el reloj y marcaban las 21:20, justo la hora en la que aparecía el rubiales por la puerta y se sentaba en la barra. Pero el rubiales no apareció. Solo con fijarnos en si nos divertimos o no durante el presente, decidimos si para nosotros el tiempo pasa lento o rápido. Y era obvio que para mí iba lentísimo. Volví a mirar una vez más el reloj… Increíble, solo había pasado un minuto desde la última vez. Desde la barra oía a Sam gritar las comandas. Me paré a pensar por un segundo en su acento de Texas.

Sí, lo acepto. Suelo pensar cada tontería…

Y volviendo a mirar el reloj que colgaba de la pared de la cocina, pensé en que a los relojes no les quedaba otra que contar los segundos, los minutos y las horas siempre al mismo ritmo. Debe de ser horrible no salir de esa rutina, pobrecillos…

 Cada vez iba viniendo más gente, pidiendo un café, unas tostadas, etc. Pero no apareció nadie pidiendo un sándwich de atún. No quiero decir que lo echara de menos…

De repente, una voz absolutamente familiar gritaba mi nombre. Sam entró a la cocina y me pidió que saliera. Sabía de quién se trataba.

– ¡Max! –dije, arrojándome en sus brazos.

– ¡Hola, Emma!

– ¿Qué haces tú aquí?

–Visitarte. Hace una semana que no nos vemos. ¿No puedes salir un rato y pasar el tiempo conmigo?

–Espera, tal vez Ralph me deje salir para desayunar. –Entré en la cocina, donde Ralph llevaba un delantal blanco manchado de aceite. – ¿Puedo tomarme un descanso? Solo iré a desayunar…

–Sí, claro. Pero vuelve aquí en unos 20 minutos.

Cogí mi abrigo, y mis guantes y nos dirigimos a una pastelería que quedaba a una manzana de Ralph CC.

–Quería comentarte algo y saber tu opinión –dijo Max, tomando un sorbo de café. –Verás, Ben y yo estamos pensando en vivir juntos.

– ¡¿Qué?! –dije, con una gran sonrisa. – ¡Max! ¡Eso es estupendo!

–Entonces, ¿no lo ves muy precipitado?

–No, que va, es genial. Me alegro por vosotros.

–Menos mal que estás de acuerdo. Yo tenía mis dudas…

– ¿Para cuándo la boda? –dije de broma.

Max puso los ojos en blanco. Miré mi reloj, observando que ya se habían consumido los 20 minutos. Pagamos nuestros cafés y salimos de aquella pastelería.

–¿Has venido en coche? –le pregunté a Max.

–Sí, lo tengo allí aparcado –dijo, señalando con el dedo índice un coche azul oscuro. –En realidad, Emma, solo vine para decirte que te he conseguido una cita.

– ¿Una cita? ¿Cómo a ciegas? –le pregunté, en el tono más molesto que pude reunir.

–Sí, como a ciegas.

–No.

– ¡Venga, por favor, Emma! Te lo pasarás bien –comenzó a rechistar. Era como un chihuahua saltando de un lado para otro y ladrando. – ¿Ni siquiera le darás una oportunidad?

–Si tengo una cita con alguien me gustaría saber su aspecto físico, para no llevarme una decepción. Además, estoy en contra de las citas a ciegas.

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