Capítulo 4

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Seis meses después

Esto es temporal, esto es temporal. Me dije a mí misma una y otra vez, mientras limpiaba la barra de aquella cafetería en la que ahora estaba trabajando. ¿Cómo pude acabar volviendo a trabajar de camarera?

El destino decidió que debería trabajar de camarera. ¿Por qué acepté? A parte de porque la cafetería era de un amigo de mi hermano y él, muy amable, me dio el trabajo. Dijo (palabras textuales): “Este sitio estará aquí siempre que necesites dinero”. Dicho esto, me guiñó un ojo.

La cafetería era un sitio muy acogedor. Todos los que trabajábamos allí éramos como una gran familia. Nos pasábamos el día riendo y haciendo bromas. Teníamos un calendario para saber qué día le tocaba a cada uno fregar los platos. Hoy yo me había librado…  Pero a pesar de eso, no me gustaba estar allí. Prefería tener un buen trabajo, uno en el que pudiera sacar provecho a los conocimientos que adquirí en la Uni. Ser camarera no se estudiaba en ningún sitio. Estaba esperando a que me saliera otro trabajo mejor y largarme de allí.

–Deja de limpiar la barra… como sigas a sí le quitarás todo el color –dijo un chico, que en esos instantes se estaba sentando en un taburete de la barra que estaba justo enfrente de mí. Alcé la mirada, recordando su voz. Todas las mañanas, desde que yo trabajo en Rapha CC, él viene y se sienta en el mismo taburete.

–Un sándwich de atún sin corteza –dije, sabiendo lo que él pediría, ya que siempre pide lo mismo.

–No lo sé. ¿Qué tal está hoy? –dijo, mirando un periódico como quien no quiere la cosa.

–Mira, llevas tres semanas viniendo por aquí y preguntándome qué tal está hoy el atún. Ayer era horrible, anteayer era horrible y… ¿sabes qué? No ha mejorado.

–Pues uno de atún –contestó él.

– ¿Sin corteza?

–Sin corteza –dijo, volviendo a mirar el periódico.

Puse los ojos en blanco y entré en la cocina para prepararle el sándwich de atún que tanto le gustaba. Como ya he dicho antes, no había que estudiar para preparar un sándwich. Solo había que abrir una latilla de atún, sacar el pan de molde y… ¡Listo! Un sándwich de atún.

–Aquí tienes –dije.

Esperé a que él lo probara y dijera: “Asqueroso”.

–Asqueroso –dijo, mirándome con una sonrisa de lado a lado.

–Ya sabes que siempre te puedes ir a otra cafetería.

– ¡Emma! –gritó mi jefe. Un buen tipo, claro. Le conocía desde pequeña. Mi hermano mayor y él siempre estaban jugando en la calle y ellos siempre me hacían de rabiar. – ¿Qué maneras son estas de tratar a un cliente?

Rapha, que era así como se llamaba, se acercó a la barra y nos observó a ambos: al chico del sándwich de atún y a mí.

–Tranquilo, no pienso marcharme de aquí tan fácilmente. Por cierto, estupendo sándwich de atún –dijo el rubiales. Porque sí, era rubio. Era el rubio más guapo que había pisado esta cafetería. Era uno de estos tíos guapos porque sí, que hacen que se te caiga la baba. Ojos azules, piel morena… y hoy iba especialmente irresistible: con vaqueros y una camiseta negra de manga corta que se le ceñía al cuerpo. Y el detalle que más me gustó fue que llevaba unas converses negras como las mías. Con una mirada suya podía hacer que te derritieras en un charquito. Pero yo era fuerte… mucho más de lo que yo pensaba.

–Me alegro de que te guste –dijo Rapha.

Por mi izquierda apareció mi compañera de trabajo, Sam. La típica chica morena de pelo y de piel que no se puede resistir a un hombre tan guapo como el que tenía yo delante. Era graciosa y muy amable, pero era zorra como ella sola. Asustaba…

– ¡Hey, bombón! ¿Quieres algo de beber? –dijo Sam, dándome un culazo para que me apartara. Y yo, gustosa, me aparté de ahí. Fui a atender a otras mesas del fondo.

Mientras limpiaba una de las mesas que había sido desocupada, Sam se acercó a mí, dando saltitos de conejo. Tenía que ser la persona más jovial de aquella cafetería. Se iba riendo de algo, seguramente de algún piropo que le había echado algún hombre. Y espero que el piropo no fuera del Chico Dorado, porque a mí nunca me ha dicho nada por el estilo, simplemente me decía: “Un sándwich de atún, sin corteza, por favor” o “Es horrible”. Y me fastidiaba, porque en muchos aspectos yo era mucho más guapa que Sam.

–Te veo alegre –dije, frotando la mesa con un paño húmedo.

–Ya, bueno. Te va a hacer gracia lo que te voy a decir. El chico de la barra me ha pedido… –Oh, mierda. ¿En serio? –…tu nombre.

– ¡¿Qué?! –dije. Bueno, más bien chillé. Este era uno de esos momentos en el que si me encontraba bebiendo un vaso de agua lo escupiría. – ¿Él? –pregunté señalando al rubiales, quien seguía comiendo el sándwich que yo le preparé.

–Sí. ¿No es gracioso? Cuando te has ido me ha dicho: “¿Cómo se llama tu compañera?”.

Su tono de voz era de superioridad, como si no se pudiera creer que él me prefiriera a mí antes que a ella.

– ¿Le has dicho cómo me llamo?

–No. Mejor que se lo digas tú. No te he querido meter en problemas por si acaso es un psicópata, violador o vete tú a saber qué…

Me quedé mirando al chico de la barra. No tenía pinta ni de psicópata, ni de violador ni de nada malo. O eso es lo que esperaba. Se metió la mano derecha en el bolsillo y sacó su cartera, soltando dinero encima de la barra. Se giró y me hizo una señal con la mano para que me acercara y le cobrara el sándwich. Me acerqué con paso decidido, firme, muy autoritario y sin rodeos le dije:

–Muy bien –dije recogiendo el dinero que él había dejado. –Hasta mañana, supongo.

–Eso no lo dudes –dijo.

Y se fue.

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