Le conduje hacia mi dormitorio. Una vez allí deslicé mis dedos dentro de su cabello mojado. Su otra mano se deslizó desde mi cadera hasta la parte baja de mi espalda y se metió debajo de mi camiseta. Sus manos se presionaron en mi piel. Su rostro se inclinó hacia el mío, y susurró “Emma”. Me moví y lo besé. La mano bajo mi camiseta se deslizó por mi espalda hasta que sus dedos encontraron la tira de mi sujetador. Usó ese brazo para ponerme de puntillas. Eso alineó nuestras caderas perfectamente, y gemí en su boca.
Su boca buscaba la mía febrilmente y completamente, como si necesitara probar cada parte de mí. Oh, ¿cómo había subestimado los besos tiernos? El beso era como un fuego lento que me tenía retorciéndome contra él, lista para pedir más. Colocó un pequeño beso en mi boca, y luego mordió mi labio inferior. Su boca se presionó con más fuerza en la mía, y el beso creció a algo feroz y adictivo.
Bajé mis manos y desabroché aquel corsé que tanto me había estado molestando. Luego me deshice de aquella mini-caperuza y después tiré de mi camiseta por encima de mi cabeza. Sus ojos siguieron mi camiseta hasta el suelo. Luego se tomó su tiempo explorándome desde los talones hasta mi rostro. Todo mi cuerpo se tensó en anticipación. Tomó el tirante de mi sujetador entre sus dedos, y sus nudillos rozaron mi piel. El aire en mis pulmones comenzó a arder. Comenzó a deslizar el tirante sobre mi hombro, y luego pareció cambiar de opinión. Sus ojos se encontraron con los míos en su lugar, y me dio una oscura media sonrisa. Luego dijo:
—Quítatelo.
El aliento salió de mi pecho, y estaba tan excitada que mis dedos estaban adormecidos. Entonces cuando alcancé la parte trasera de mi espalda, mi pecho lo rozó suavemente. Mantuve mi cabeza inclinada hacia atrás para poder ver su rostro. Estaba tan cerca, pero tan lejos, y cuanto más tiempo se quedaba allí, más irregular se volvía mi respiración. Busqué a tientas la hebilla, incapaz de forzar mis dedos a cooperar. Estaba lista para arrancarla cuando la hebilla finalmente se abrió, y los tirantes cayeron de mis hombros. Me incliné hacia atrás, y dejé que mi sostén cayera para unirse a mi camiseta.
Nuestros ojos se encontraron, y sus párpados estaban pesados y sus pupilas oscuras. Me sentía intoxicada. Todo en el mundo estaba borroso menos él. Todo en el mundo desapareció menos él.
Alcancé la parte inferior de su camisa con dedos codiciosos, deseando arrancar cada uno de esos botones. Su pecho era ancho y daba paso a ondulantes músculos en su abdomen. Pero mis manos fueron directo hacia el músculo en forma de V que comenzaba sobre sus caderas y desaparecía dentro de sus pantalones.
Me entregué a él y envolví mis brazos alrededor de su cuello.
Soltó mi cabello, y gemí ante la pérdida, pero luego sus manos encontraron mis muslos. Dobló las rodillas y curvó sus dedos alrededor de la parte posterior de mis piernas. Levantó mis piernas y las envolvió alrededor de su cintura. Apreté los brazos y piernas alrededor de su cuerpo. Mi respiración se cortó en mi garganta, y sus caderas se movieron contra las mías. Su lengua trazó mi clavícula, y apuñé su cabello. Rodeó mi trasero con sus manos y mantuvo nuestras caderas juntas firmemente.
Entonces me llevó hasta la cama, donde yo caí de espaldas y él encima de mí. Usé mis piernas alrededor de su cintura para tirar de sus caderas hacia las mías.
Él era hermoso de una manera a la que no estaba acostumbrada. Había estado con varios chicos atractivos, pero él era diferente. Toqué sus labios con mis dedos. Era mío por esta noche al menos, y estaba segura como el infierno de que lo iba a disfrutar.
Dejé que me quitase aquella falda y por fin me quedé en unas simples bragas negras de encaje, que hacían conjunto con el sujetador. Me moría por verle sin aquellos pantalones, asique no esperé más. Busqué ansiosa la cremallera para quitárselos, pero él me paró las manos, besándome más fuerte. Poco después, se levantó y se quitó los pantalones él mismo, junto con el bóxer. Yo era un volcán a punto de estallar. Mis piernas se apretaron alrededor de sus caderas y sus manos cayeron de nuevo a mi pecho.
–Dios, Emma. Eres perfecta…
El primer empujón fue poderoso y alucinante. Había pasado mucho tiempo para mí, y me tomó un segundo ponerme al día con él. Su ritmo era firme e inquebrantable, y rápidamente encontré mi paso. La mano de Michael nunca dejó de explorar mi cuerpo y sus ojos nunca dejaron los míos. Él era un amante apasionado, atento, y era a la vez inquietante y estimulante. Me encontré a mí misma ansiosa de encontrarme con cada empuje de su cuerpo, y en el momento justo, el más mínimo cambio de nuestros cuerpos le permitió presionarse contra mí de la manera correcta y me llevó al clímax justo cuando él encontró su liberación. Su cuerpo se sacudió y se estremeció, dejando escapar un grito de placer. En esos momentos todo fue lento, como a cámara lenta. Me mordí mi labio y dejé salir el gemido más pequeño. Cada vez que presionaba dentro de mí era como una bocanada de aire fresco. Pasó sus manos por mis rodillas, por mis piernas resbaladizas por el sudor, hasta la curva de mi trasero. Empujó sus caderas hacia adelante y presionó hacia arriba mis caderas al mismo tiempo. Me retorcí y me arqueé debajo de él, gimiendo su nombre.
–Emma.
Mis ojos se abrieron y le miré por debajo de mis pestañas. Intenté liberar mis manos de su agarre, y él respondió sujetándome más fuerte.
Sentía su aliento en mi oreja, y hubiera dado mi alma por sentirlo así todas las noches. Me obligó a mirarme, y yo me quedé hipnotizada en aquella mirada de ojos azules, que se tornaba cada vez más oscura. Pude observar ahora mejor que tenía una pequeña cicatriz en la mejilla. Deseaba tocar su barba, su pelo, su cuerpo… pero él no me lo permitía.
Había llegado al cielo, a la gloria… donde todo estaba lleno de rosas y de ángeles bailando a mi alrededor. Cuando él paró y se tumbó a un lado de la cama, fue como si la burbuja en la que estaba metida se hubiera explotado. Había perdido la noción del tiempo, y ahora observaba a Michael con una gran sonrisa en la cara, satisfecho, tanto como yo.
No sé cuánto tiempo estuvimos allí, envueltos alrededor del otro con nuestras frentes presionadas, las miradas fijas. Podrían haber sido minutos o años. Todo lo que sabía era que no quería moverme. Nuestros cuerpos encajaban perfectamente juntos, como la cerradura de una llave. Le besé, suave y lento.
–¿Dónde has metido tu garfio, Capitán?
–¿Quieres que lo coja?
Agité mi cabeza en signo de afirmación. Michael se levantó de mi cama, se puso sus bóxer y se dirigió al salón, donde había dejado su garfio de juguete anteriormente. Poco tiempo después apareció con él puesto en su mano izquierda.
Salté cuando los brazos de Michael se envolvieron alrededor de mi cintura. Su pecho se apretó en mi espalda, y me dio unos cuantos besos en un lado de mi cuello. Su toque era casi suficiente para desinflar mis preocupaciones, pero se quedaron ahí, acechando en el fondo de mi garganta, haciendo más difícil mi respiración. Aun así, mi cuerpo estaba a gusto con él. Me eché hacia atrás en sus brazos.
Sus labios se cernieron junto a mi oído y susurró: — ¿Te he dicho lo hermosa que eres?
Tragué saliva.
Caí de nuevo en la cama, y fui a gatas hasta donde se hallaban las almohadas. Él me siguió, con aquella sonrisa oscura que tanto me había gustado. Cogió mi mano, llevándosela a sus labios para darle un casto beso.
–Tu acento… ¿eres inglés, no es así?
–Irlandés.
Volvió a besarme, colocándome a horcajadas sobre él.
–No te lo quites… –dije, refiriéndome al garfio de plástico.
–No lo haré, amor.
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Dreaming Out Loud
RomanceUna noche. Una noche de sexo increíble con un extraño al que nunca volvería a ver. Sin ataduras. Eso es lo que debería haber pensado Emma Shepard cuando se metió en la cama con Michael, un chico muy encantador (y atractivo) que conoció en una fiesta...