Esto no está pasando, pensé. La chica que había en frente de mí no era yo; ese no era mi reflejo, ni de lejos. Aquella chica, la cual se parecía mucho a mí, vestía de una manera de la que yo nunca vestiría. Pero una vez más, Max, lo consiguió.
Consiguió que yo luciera como una auténtica prostituta vestida de Caperucita Roja. Sí, Caperucita Roja. El vestido no era muy apropiado: minifalda, con una especie de lo que sería medio delantal atado a la cintura, un corsé, que consiguió su objetivo (realzar los pechos), y obviamente, una caperuza roja… o mejor dicho, “mini-caperuza”.
Después de los muchos esfuerzos de Max, acepté vestirme así e ir a la fiesta que se celebraba esta noche. Era una fiesta de Halloween a la que, supuestamente, iría mucha gente. Ben, su novio, había convencido a Max para ir a la fiesta, y Max, finalmente, me convenció a mí. Era como una simple cadena de fichas de dominó; si caía una, caían todas… Aunque nunca debí aceptar. Lo único que esperaba es que alguna chica fuera más provocativa que yo.
– ¡Emma! –gritó Max desde el pasillo. – ¿Te has puesto ya el traje?
–Sí –dije suspirando.
Max entró como una ráfaga de viento, embutida en su traje de Catwoman. Se acercó a mí, con una sonrisa de satisfacción. Eso quería decir que me daba un aprobado.
–Estás estupenda –dijo.
–Soy la hermana prostituta de Caperucita Roja.
–Los chicos fliparán cuando te vean.
–Y a mi madre le daría un infarto como me viera…
–No exageres…
En ese momento, llamaron a la puerta.
–Será Ben –dijo Max.
Salió disparada por la puerta de mi dormitorio a abrir la puerta. Me sorprendió que pudiera andar con esas botas de tacón que llevaba. Yo no aprendería a andar con eso ni en mil años.
Miré el reloj, en el cual marcaban las 12:30.
–¡Emma, Ben está aquí! –gritó Max desde la puerta.
Oh, mierda.
Esto quería decir que era hora de irnos a aquel antro infernal… Ya no había marcha atrás. Ya no podría quitarme este estúpido disfraz en toda la noche…
Cuando bajamos del piso nos encontramos con una grandiosa limusina. Ben tenía una sonrisilla de satisfacción en la cara. Seguramente alquiló esa limusina para sorprender a Max, pero no solo sorprendió a ella, sino que a mí también. Los tres entramos en la limusina y nos sirvió una copa de champán. Ben y Max hacían la pareja perfecta, un poco pegajosa, pero supongo que cuando uno está enamorado de verdad le da igual ser lo más cursi del mundo. Solo quiere estar con la persona a la que quiere…
¿Era eso lo que se sentía?
No lo sé. No sabía hasta qué punto había querido a algunos chicos con los que yo había salido. Y obviamente Max tenía muchísima más experiencia que yo en ese asunto. Ella se llevaba a los chicos de calle, desde que tenía 16 años. También era costumbre de que por las noches Max viniera llorando a mi apartamento comentando que habían cortado con ella, acabando así comiéndonos un bote de helado de chocolate (su preferido).
Pero esta vez, Max parecía realmente feliz con Ben. Y Ben parecía realmente feliz con Max. Y yo… era feliz con mis DVDs de Sex And The City y mi helado de vainilla.
Después de veinte minutos subidos en aquella limusina, llegamos a nuestro destino. Fue una pena y deseé no bajarme de allí.
Fue entrar al local y nos estalló en nuestros oídos la imponente música, que dejaría sordo a cualquiera. El olor a tabaco inundó mis fosas nasales. Pasamos por una gran cortina roja de terciopelo hasta donde estaba todo el mundo bailando, bebiendo, riendo… En fin, todo lo que se hace en una fiesta. Mis ojos se pusieron a buscar cualquier cara conocida de la que pudiera pasar desapercibida. Pero allí había mucha gente, demasiada.
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Dreaming Out Loud
RomanceUna noche. Una noche de sexo increíble con un extraño al que nunca volvería a ver. Sin ataduras. Eso es lo que debería haber pensado Emma Shepard cuando se metió en la cama con Michael, un chico muy encantador (y atractivo) que conoció en una fiesta...