Capítulo 4: Planes

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En las escasas horas que conversamos, Liana, con su elocuencia y sencillez, había logrado convencerme de que había más de una manera de conquistar a Aurora y que solo dependería de mi esfuerzo, un aliento que cambió para siempre mi falta de seguridad.

—¿Estás segura de que puede funcionar? —volví a preguntar a la mujer de finos labios.

—Claro, mis métodos nunca fallan —respondió Liana con una dulce convicción.

—Pero, Liana, ¿no crees que hay una posibilidad de que lo rechace de inmediato? Aurora no es idiota, va a notar que estás intentando unirlos —interrumpió Raúl preocupado.

—Sí, lo notará y por eso pensará en ello, es un efecto indirecto —miró a Raúl seria—.

—Pareces saber lo que haces —se percató Raúl.

—Esta no es la primera vez que un par de chicos se me acercan a preguntar por Aurora. Yo ya soy una especialista —aclaró divertida.

—Espero que desde ahora solo nos ayudes a nosotros —me reí ingenuo.

—Si tú quieres tener un espacio en la vida de Aurora, tendrás que luchar como lo hacen todos los demás. Mi función solo es la de una guía, no ofrezco exclusividad —explicó Liana cruzando los brazos.

—No puedo creer lo insensible que eres, ¿Sabes lo difícil que es para un hombre comenzar una conexión con la chica que le gusta? —respondí molesto.

—Todos los sábados, geografía en la biblioteca de la ciudad. ¿Entendido? —sonrió ignorándome mientras sus mejillas se tornaban de un tierno rosado.

—Aunque es cierto que Miguel tiene buenas calificaciones, dudo que este capacitado para ayudar a Aurora, se pondrá nervioso —dijo Rául poco convencido de la estrategia.

—El padre de Aurora la esta obligando a encontrar un tutor, es la oportunidad perfecta —replicó Liana convencida.

—Ten un poco de fe —me quejé con Raúl.

—Hombre, la fe no sirve de nada si se te congela el cerebro mientras le hablas.

—Es por eso que lo voy a entrenar, así que no llegues tarde —pidió un poco tímida.

Debo admitir que su entusiasmo era como una bomba de energía. Cuando Liana hablaba, era casi como si te tomara de los brazos y te levantara del tan cómodo sillón donde reposan tus debilidades. Ciertamente le gustaba complicar un poco las cosas, pero quien era yo para juzgar sus métodos, después de todo, solo con mi esfuerzo y creatividad no había llegado a ninguna idea.

Pensar que Aurora me podía ignorar una vez más me daba pavor; pánico al dolor de sentir que la persona que está a tu lado no está en tu misma sincronía y que los demás pudiesen verlo y burlarse de ello.

—Está bien, ahí estaré —dije con valor—. Y bueno..., graci... —no alcancé a decirle cuando Daniel nos interrumpió ingresando al jardín.

—¡¿Qué están haciendo mis muchachos favoritos?! ¡Están tan concentrados! —dijo Daniel casi gritando, característico de su personalidad explosiva.

—No molestes, estamos ayudando a Miguel —respondió Raúl, con una voz un tanto tensa.

—Ustedes todavía no comprenden que el amor de una mujer no se consigue con estratagemas. ¿No es así, mi Liana? —dijo abrazándola, mientras Liana se tensaba ligeramente y su expresión facial reflejaba incomodidad.

No sé cuál fue la razón, pero en esos momentos me sentí muy intranquilo. No sabía qué me invadió. Estaba celoso, porque al igual que ellos, yo quería tener esa aproximación con Aurora. Mientras pensaba en ello, Liana solo miraba cabizbaja una libreta que traía un poco tensa.

En mis entonces estúpidos intentos de ser empático con Daniel, me preparé para darle un "empujoncito" con Liana; sin embargo, ella clavó su mirada en mí antes de que yo pudiese decir o hacer algo, como si hubiese intuido mis intenciones.

Me miró desesperada, con timidez pero de manera directa, una sonrisa forzada en su rostro, como cuando tienes esperanzas de que todo va a salir bien, pero sabes que no es así. Recuerdo esos ojos pálidos, los recuerdo muy bien, porque el propósito de ellos era llegar a los míos y pedirme ayuda.

– No ha sido gran cosa –dijo, sosteniendo esa sonrisa como quien sostiene el último aliento que le queda, sus palabras llenas de un miedo inmenso.

En esos momentos, el silencio y la confusión se habían apoderado de nuestra charla. De alguna manera, al comprender que ella me había estado escuchando desde un principio y respondiendo a mis palabras no terminadas con tardanza, me hizo olvidar por completo mis intentos por ayudar a Daniel a acercarse a Liana. Es más, me alegré de saber que ella lo había ignorado por completo solo para responder mis palabras de agradecimiento incompletas.

– Ahora que ya tienen todo resuelto, quiero conversar con Liana a solas. Ha pasado mucho tiempo desde que no la veo – pidió Daniel con determinación.

– Claro, nadie quisiera entrometerse en ese "poderoso" amor – bromeó Raúl de manera irónica, lanzando una mirada de desaprobación a Daniel.

– Yo ya debo irme – interrumpió Liana con voz tranquila, pero su cuerpo temblaba ligeramente, y sus ojos evitaban encontrarse con los míos.

– Si es así, te llevaré hasta tu casa – insistió Daniel con un tono de voz que no permitía negarse.

– Lo agradezco, pero mi casa no está muy lejos – respondió Liana, casi susurrando.

– Daniel, ni siquiera sabes dónde vive – agregó Raúl con una sonrisa burlona, tratando de desviar la atención de la tensión en el aire.

– Es bastante tarde, en estos tiempos difíciles le pueden suceder muchas cosas a una "linda" mujer como tú. Iré por mi abrigo – determinó Daniel con tono dominante, sus ojos fijos en Liana como si fuera su presa.

Recuerdo que mi instinto quería hacerme saltar antes de verla partir con Daniel. Fue un sentimiento espontáneo pero muy poderoso, como cuando tienes que vomitar algo.

Cuando ambos atravesaban el umbral de la puerta de la casa de Raúl, a pesar de que eran palabras superfluas, las liberé como agua estancada que, finalmente, encontraba su cauce.

– ¡Hasta mañana, Liana! – grité un poco avergonzado mientras mis ojos reflejaban preocupación e impotencia.

Ella se volteó, me miró de reojo con sus pequeños ojos, llenos de angustia, y soltó una dulce carcajada forzada. El sonido resonaba hueco y frágil. Sin embargo, por supuesto que no fueron solo sus ojos castaños los que me miraron, Daniel me fulminó con la mirada, dejándome claro que no toleraría ninguna interferencia, y me consideré un tonto por retrasar aún más su salida con Liana.

¡Y claro que era un tonto! No por retrasarla, sino porque en esos momentos, debí detenerla.


El porqué de saltarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora