Capítulo 23: Aurora

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La policía llegó al lugar y se encontró con tres jóvenes deshechos. Nos interrogaron acerca de nuestra edad, lugar de residencia, identidad de nuestros padres y nuestras actividades en ese sitio. Solo habló Pepe, quien confesó lo que le había hecho a Liana y acusó a Daniel de maltrato.

No obstante, la presencia policial en nuestras vidas fue efímera, ya que el maltrato a una mujer no parecía ser motivo de alarma. Habría deseado que en aquel momento se hubieran aplicado las leyes vigentes en la actualidad.

A Raúl y a mí nos escoltaron a casa. Pepe fue acompañado por la policía al hospital. Su culpabilidad y conciencia le impidieron denunciarme por los golpes que había recibido ese día. Sé que Pepe asistió a terapia psicológica y recibió tratamiento durante años. Según Raúl, Pepe nunca volvió a ver a Daniel.

Raúl le relató a sus padres lo sucedido aquel mismo día en que la policía lo llevó a casa. Esperaba que la madre de Raúl tuviera la valentía de revelar la verdad sobre lo ocurrido a la madre de Liana, sin embargo, los padres de Raúl decidieron proteger a su hijo Daniel y se volvieron inaccesibles desde aquel día. Encerraron a Daniel en su hogar y nadie pudo tener contacto con él. Meses después, Raúl y Catalina, decepcionados, abandonaron aquel hogar y se mudaron a vivir solos, tal como habían planeado.

Al día siguiente, Aurora me visitó temprano por la mañana. Aurora había contactado a Catalina a través del teléfono fijo que se encontraba en la casa de Raúl, por lo tanto, ya estaba al tanto de todo lo sucedido en el hogar de Pepe. Ese día, mi madre decidió abrir la puerta.

– Miguel, mira tu rostro. Dios mío, ¿cómo estás? – se sentó Aurora en mi cama, con gesto preocupado.

– ¿Has sabido algo de Liana? – le pregunté ansioso.

– ¡Ya basta con eso! ¡Mira cómo estás! ¿No tienes límites? – exclamó, evidenciando su frustración.

– Por favor, responde, Aurora – le pedí con creciente preocupación.

– Nada, no he sabido nada. Aún no he ido a su casa – respondió, exasperada.

– ¿Y qué estás esperando? ¿Por qué no has ido? – le pregunté, sintiendo cómo la impaciencia se apoderaba de mí.

– ¿Cómo quieres que la visite así, como si nada? No entendí nada de lo que estaba ocurriendo. Y de tu locura solo me he enterado gracias a Catalina – su voz denotaba decepción.

– ¿Te parece una locura, Aurora? – inquirí, sintiendo una mezcla de rabia y dolor.

– ¡Claro! ¿Quién va por la vida pegándole a un homosexual? Casi lo matas, ha ido a parar al hospital – se quejó, con indignación en sus palabras.

– ¿Aún lo defiendes después de todo? ¿Qué hay de Liana? ¿Acaso no piensas en ella? – le pregunté, cada vez más alterado – Pepe le rompió las piernas – exclamé, dejando escapar mi ira.

– ¡Claro que pienso en ella! ¡No me digas que no pienso en mi mejor amiga! – me gritó angustiada, sus ojos reflejando su dolor.

– Lo siento, tienes razón – me disculpé, tratando de controlar mi irascibilidad.

– Pepe hizo algo muy estúpido, pero llevaba meses sintiéndose apresado – su voz temblaba, revelando su tristeza.

– ¿Qué quieres decir? – la miré horrorizado – ¿Lo sabías? – exclamé, sintiendo la traición en el aire.

– Solo sabía de su homosexualidad, me lo contó hace mucho tiempo, en la clínica de su padre. Y no soy idiota, Miguel, era muy evidente que le gustaba Daniel – me confesó, como si eso justificara todo.

El porqué de saltarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora