Capítulo 5: Límites

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Nervioso es poco decir. Sentía tanta ansiedad que ese día revisé en más de cuatro ocasiones si traía todo lo que necesitaba. El corazón me saltaba, las manos me sudaban, sentía escalofríos en el cuerpo, se me cortaba la respiración y, siendo sincero, mis necesidades urinarias incrementaron notablemente. El día había llegado, por fin me encontraría con Aurora y Liana durante la tarde. ¡Cuánto me preguntaba qué pensaría Aurora de mí!

Mi hermana Isabela, al verme tan acicalado, se burló durante horas. Estaba preparado con tres horas de anticipación y aún así me sentía desnudo, preocupado por cada movimiento de las manecillas del reloj. Tenía todo calculado: no llegar muy temprano, no llegar muy tarde. Como un soldado que va a la guerra solo con un arpón y sin escudos, repasé cada posible situación.

Aurora tenía ese efecto en mí. Robaba lo más galante de mí: mis sonrisas más sofisticadas, mis cambios de presión y mis palabras nerviosas. Esa mujer era capaz de quitarme hasta el aliento. No voy a engañarles, por ella intenté ser la mejor versión de mí mismo.

Mucho después comprendí que el amor no se trataba de vender tu mejor imagen, pero permitan que siga sumergiéndolos en mi enamoramiento adolescente y descojonado.

"¡Puntual!" Las palabras de Liana atravesaban mi nerviosismo. Tal como Liana lo había pedido, yo estaba a las 18:00 horas fuera de la Biblioteca de la ciudad. Una biblioteca muy modesta y pequeña. Recuerdo haberme paseado de este a oeste esperando que Aurora y Liana salieran por tal solemne puerta.

Ocho minutos pueden durar una eternidad y costarte duros cólicos abdominales; pero ahí venía ella, sus cabellos oscuros brillaban, su ropa colorida con rayas, su seriedad punzante, su rítmico caminar y sus gruesos labios que mi hombría quería besar.

– ¡Liana, vaya coincidencia! ¿Qué haces aquí? – pregunté, tratando de ocultar el plan.

– Disculpa, ¿se supone que deberíamos conocerte? – preguntó Aurora desafiante, inclinando la cabeza de manera peculiar mientras sostenía su bolso con una mano y me apartaba de Liana.

– Claro, nos conocemos. Soy amigo de Liana, y tú y yo nos encontramos en la fiesta de mi amigo Raúl. ¿No recuerdas? Fui el único valiente que te invitó a una cerveza barata – aclaré con una sonrisa, tragando saliva nerviosamente.

– Siempre es fácil recordar a quienes me invitan a ahorrar en bebidas – interrumpió Aurora con ironía – pero no sabía que eras amigo de Liana. Tal vez hubiera cambiado mi actitud.

– ¡Vaya coincidencia! – Liana me guiñó el ojo, sonriendo – Aurora, este es mi amigo Mi...

– Miguel – no la dejó terminar.

– ¡Oh! Veo que recuerdas mi nombre – comenté con una sonrisa de oreja a oreja.

– Pero, ¿quién crees que soy? – dijo jugueteando con su cabello – ¿Me estabas esperando ansiosamente, Miguel? – interrumpió Aurora, mostrando su sorpresa.

– ¿Esperándote? No, para nada. Solo vine a dejar unos libros – mentí.

– ¿Son los libros de geografía? – preguntó Liana según el plan, guiñándome un ojo para continuar con la actuación.

– Sí, exactamente los libros que mencioné. Por cierto, ¿te gusta leer, Aurora? – pregunté, intentando seguir con la conversación, mientras Liana negaba con la cabeza, como si supiera que estaba metiendo la pata.

– ¡Ja, ja! ¿Yo, leer? Eso sería algo nuevo – se burló riendo con entusiasmo – ¡Te veo un poco nervioso, Miguel! ¿Acaso mi presencia te intimida? – comentó Aurora con una sonrisa traviesa, disfrutando de su efecto en mí.

El porqué de saltarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora