Capítulo 14: Lazos y celos

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El sábado, teníamos planeado realizar una caminata temprano por la mañana, pero todos nos retrasamos y salimos de la cabaña a las 11:00 a. m. en dirección a un punto de interés en la montaña desde donde podríamos apreciar una hermosa vista. Aurora propuso almorzar en la cima y, al regresar, ir directamente al lago para descansar del cansancio del recorrido.

El camino resultó ser exigente y requirió un esfuerzo considerable. Aurora necesitó ayuda para subir a las rocas y mantener el equilibrio. Aproveché la oportunidad para liberar la tensión entre nosotros y decidí acompañarla tomándola de la mano durante todo el trayecto. Aurora no decía mucho, pero se mostraba dócil y podía ver cómo disfrutaba de nuestro viaje.

Catalina y Raúl eran los más lentos; su resistencia física parecía ser la más débil. Liana y Sebastián iban liderando el camino empinado, seguidos por Pepe y Daniel, quienes pasaron todo el trayecto haciendo bromas y gritando con euforia para escuchar cómo el sonido se rebotaba. Aparentemente, a Liana no le resultaba difícil escalar, irradiaba felicidad en ese lugar.

Finalmente, alcanzamos nuestro destino y todo el esfuerzo había valido la pena; ante nuestros ojos se desplegó un espectáculo cautivador. Para ser sincero, nunca había estado en un lugar así. Mis padres eran muy sedentarios y rara vez nos llevaban de viaje.

Una belleza serena y apacible era ideal para disfrutar de un almuerzo tranquilo. Nos sentamos en el césped y compartimos una comida sencilla pero sabrosa, mientras contemplábamos el paisaje tranquilo en silencio. Fue un momento especial, en el que pudimos relajarnos y apreciar la belleza natural que nos rodeaba.

– Si queremos cumplir con el plan, no podemos quedarnos mucho tiempo aquí – dijo Aurora una vez que terminamos de comer.

– Déjanos descansar un poco más – la abracé, tratando de prolongar nuestro tiempo de descanso.

– No tengo problemas en empezar a regresar – nos miró Catalina – no queremos que ustedes se pongan demasiado empalagosos – se burló.

– Está bien si nos tomamos un poco más de tiempo – intervino Liana, intentando ayudarme.

– Supongo que unos minutos más no nos harán daño – se acurrucó Aurora finalmente, cediendo ante nuestras peticiones.

– ¡Uf, qué perezosos son, muchachos! – se quejó Pepe, poniendo sus brazos detrás de la nuca y disfrutando del sol con aire de superioridad.

– Mira Liana, puedes recostarte sobre mis piernas – propuso Daniel, estirando sus piernas de forma provocativa.

– No, gracias – respondió Liana rápidamente, rechazando su insinuación.

– Vaya, te estás perdiendo estos muslos deliciosos – comenzó a menear los músculos de forma repugnante, intentando desagradarnos.

– ¡Mueve el pie, por favor! – exigió Sebastián molesto al notar que la zapatilla de Daniel aplastaba su comida.

– Ups, disculpa, compadre. ¿Acaso un trozo de tomate aplastado te afecta tanto? – respondió con sarcasmo, sin mostrar ningún remordimiento.

– Solo muévete de una vez – lo apartó bruscamente, mostrando su creciente aversión hacia él.

– Vamos – exigió Raúl – créanme, Daniel no aguantará mucho tiempo sin cerveza. Parece que su desagradable actitud empeora cuando no está embriagado – aconsejó desde su experiencia, dejando claro el efecto que el alcohol tenía en Daniel.

– Me conoces muy bien hermanito – se levantó de un salto motivado por el prometido alcohol.


El porqué de saltarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora