Se sentía satisfecho y agradecido por la compañía que se le había otorgado. Pero al despertar, creyó que no había sido más que un sueño. Incorporándose de su cama, miró a su alrededor y pudo comprobar que lo que había acontecido fue verdad. Ya que un vaso de cristal que se encontraba en la mesa de luz, tenía la marca de unos labios pintados en carmín.
-¿Ya no tienes más leche? –Dijo una voz femenina, proveniente de fuera de la habitación.
-¿Cómo dices?
-Digo, ¿que si tienes más leche guardada por ahí? –Siguió cuestionando, y mostrándose apoyada en la puerta de la habitación, con un envase de leche vacío y en ropa interior.
-No... He de bajar y comprar.
-¿Quieres que lo haga yo?
-Sería un detalle... Aquí tienes.El hombre abrió el cajón de la mesa de luz y le dio directamente el dinero en la mano. La mujer le miró confundida con el brazo extendido, no entendía lo mucho que el tipo se fiaba de ella.
-¿Confías en mí?
-Claro, ¿por qué no?
-Vaya, veo que anoche te causé buena impresión... Mi experiencia debe estar mejorando.
-Gracias a mí.
-Qué gracioso eres... ¿No temes que me pueda ir con más dinero?
-Eres libre de irte si quieres, pero hace un rato, tú misma querías desayunar aquí.
-Cierto. Pues descubramos si vuelvo... –Dijo la mujer, acabando la conversación con un beso suave en los labios del hombre.Mientras ambos buscaban sus ropas desperdigadas por la habitación, de vez en cuando quedaban unos pocos segundos mirándose. Lo habían pasado muy bien y algo parecía indicar que lo acontecido no sólo había sido un negocio por placer.
Cuando la mujer se puso su última prenda, cogió su bolso y salió del apartamento. Pasó por el pasillo y bajó dos pisos del edificio por la escalera. Al salir del edificio, cruzó la calle y entró al supermercado sin pararse a pensarlo. Se creía que el hombre la había puesto a prueba. Que si se fuera con el dinero que le dio, pensaría que sería alguien más que se vendía por dinero. Que no sería una prostituta "legal". Pero por alguna razón, quería volverle a ver. Tras haber empezado hace unos pocos meses en su autónomo negocio, le daba la corazonada de que ese hombre era especial. No por lo que habían compartido juntos, sino por su personalidad, trato y confianza ciega, a pesar de que ninguno de los dos sabía el nombre de cada uno.
Compró dos envases de leche y guardó el cambio. Cargando la bolsa de la compra, fue camino al apartamento. Golpeó la puerta del piso para avisar que era ella, pero nadie le devolvió la llamada.-Cariño, he vuelto. –Al no saber cómo llamarle, pidió su atención con un tierno vocablo.
Para extrañarse aún más, la puerta podía abrirse simplemente por no tener puesta la cadena de seguridad. Ella pensó que sabiendo que el hombre ya la había visto el día de hoy, no le replicaría al entrar. Aunque él no esperaba que ella volviese, ya que casualmente, no se encontraba en su piso. La mujer depositó lo que había comprado en la nevera y empezó a buscarle. El piso seguía desprolijo y descuidado. Ni siquiera había hecho la cama. Buscó aunque fuese alguna nota de porqué había desaparecido dejando todo su piso abierto, pero no hubo caso. Era como si aquél hombre hubiese sido una ilusión para ella. Daba la impresión, de que el piso estuviese abandonado hace mucho y que el hombre a lo mejor era un ocupa. Miró unos retratos en el suelo con el cristal resquebrajado. Las caras de una familia posando siendo fotografiada, para darse cuenta de que él no figuraba.
Parecía que realmente no quería nada de ella, ni comida, ni confianza. Se había esfumado sin dejar señales de identidad. La mujer se empezó a sentir triste. Creía que esta vez sería diferente, que dejarían de tratarla como una simple atracción. Pero se dio cuenta de que todo aquello había acabado, cuando vio que del vaso que había bebido anoche, estaba roto en suelo de su habitación...No sabía qué pensar. Si el hombre rompió el vaso para darle una señal a la mujer de que no quería volverla a ver, o si simplemente se le había caído por error. La primera opción era demasiado rebuscada, pero la otra restante no daba la razón por la cual se había marchado.
Con las ideas acabadas, volvió a la cocina, se sirvió el vaso ese por el cual había esperado tanto y se fue del piso. Afligida y desesperanzada, vagó hasta su puesto de trabajo en las afueras de la ciudad. Era donde solía haber más negocio, y los coches paraban a recoger a otras chicas. Ligeras de ropa y atractivas, dejando casi a la intemperie sus partes íntimas.
ESTÁS LEYENDO
LA NADA
General FictionUn individuo sin nombre despierta en un páramo hinóspito y extenso. Una especie de habitación de color blanco que parece tener un tamaño infinito. Poblado de inmenso vacío, y de las respuestas que le harán recordar quién fue y qué hizo para acabar e...