Una Navidad Diferente

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Nadie le había explicado quién o qué era, ni cual era su propósito. Lo había visto vagamente en especiales televisivos de navidad, pero por desgracia había malinterpretado al famoso personaje.
Sylvia estaba en su habitación jugando con sus juguetes, casi a oscuras. Y por alguna razón, sentía que todo estaba como cambiado de sitio. La cama estaba en otra esquina de la habitación. Las ventanas y su baúl de los juguetes también... Incluso la pintura de las paredes no parecía la misma. No lo entendía. Hasta que oyó un ruido proveniente del salón. Extrañado de saber quién más además de él, podría estar levantado, decidió investigar. Salió de su habitación lentamente, acercándose a las escaleras que conducían salón abajo. A mitad de la escalera, empezó a visualizar una sombra reflejada por la estufa de leña. Era siniestra y enorme. Se podía distinguir el sonido de un tintineo de cascabel y un tarareo creados por aquel ser.

Cuando Sylvia acabó de bajar las escaleras, pudo verle en su total esplendor. El fuego le creaba un aura bastante tenebrosa. Fue aún peor, cuando este se dio la vuelta para percatarse de la presencia del niño. Vestía un traje verde y blanco en los bordes, y un gorro de pico del mismo color que su traje. Tenía un cuerpo con mucho sobrepeso y su altura casi daba con el techo de la casa. Sus brazos eran larguísimos y acababan con unas uñas largas como pinchos. Junto a una bolsa ruinosa llena de manchas y apestosa, que parecía tener cachivaches dentro. Sus ojos eran amarillos y brillantes. También, una gran barba blanca, despeinada y larga, acompañaba su macabro rostro. Incluso podía percibirse un olor de lo más pútrido. Clavó su mirada en el pequeño Sylvia, dejándolo paralizado. No entendía cómo un personaje como este, había entrado en su casa.

-¿No deberías estar en la cama, bribona? –Dijo la criatura, con voz ronca y resonante.

Sylvia no sabía si contestar, seguía perplejo por las pintas que ese ser llevaba.

-¿Acaso no sabes quién soy? Pues deberías saberlo... Sylvia.

A partir de ese momento a la niña le fue imposible estar calmada, ya que se dio cuenta de que el ser sabía su nombre sin que se lo hubiera dicho. Se sintió incomoda y desprotegida. Un escalofrío intimidante le congeló su cuerpecito. Ese ser no daba para nada buenas vibraciones.

-Soy Papá Noel, Syl... Y traigo regalos para todos, así que acércate...

Cogió su bolsa e invitó a la niña que viera en su interior. Sylvia se entusiasmó un poco al ver que el ser se había presentado, y que parecía que sus intenciones prometían diversión dentro de su saco. Con gran temor en su interior, se acercó para comprobar el contenido. Asomó la mirada y lo único que veía era una espesa negrura. Como si el saco fuese un gran pozo sin fondo. Y desde luego, el olor que desprendía no era placentero. Papá Noel sonreía con una boca extensa de dientes putrefactos, encantado de que Sylvia fuese tan confiada.
De repente, un brazo salió del saco e intentó tocar la cara de Sylvia. Esta rápidamente se alejó aterrorizada y a punto de llorar.

-No temas, cachorra. Sólo quieren que seas parte de ellos. –Le dijo sombríamente.

Sin pensárselo dos veces, se dio la vuelta y subió las escaleras hacia la habitación de sus padres. Gritando lo más que podía para escandalizar la situación y avisar que estaba en peligro. Mientras tanto, Papa Noel miraba despreocupado como la pequeña Sylvia escapaba. Cerró aquél saco tenebroso con una cuerda de gordo grosor y cogió un silbato que tenía en uno de sus bolsillos. Acercó su boca y lo utilizó, pero el instrumento no emitió ningún sonido... Al menos no perceptible para los humanos. Y en el piso de arriba, Sylvia aporreaba la puerta de sus padres pidiendo ayuda. Dando alaridos de que un hombre extraño estaba en casa. Pero no daban señales de vida. Por alguna razón en ese momento, les estaba impidiendo contactar con él.
La desesperación de la niña pasó más allá del límite cuando sorpresivamente, un reno irrumpió en el pasillo del piso superior rompiendo una ventana. Una vez más quedó paralizada al observar cada detalle distinguible del animal. Partes de su cuerpo descascaradas, dejando a la intemperie huesos sin piel ni pelaje. Pezuñas de gran grosor y sus cuernos roídos por varios sitios. Con el mismo color de ojos que Papá Noel, se puso bufar y a levantar una de las patas de adelante, preparándose para envestir a la niña.

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