El inicio

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Eran los últimos días de agosto cuando, de repente, a las 8.00 de la mañana, un golpe seco suena cuando algo, o más bien alguien se choca contra mi puerta.  

- ¡Layla Lillian Potter despierta ya o tiro la puerta abajo!- se escuchó gritar a James. Entonces me desperté y contesté:- ¡James Potter deja de molestar y por última vez te lo pienso decir, NO ME LLAMES POR MI SEGUNDO NOMBRE!

Bajo corriendo las escaleras y veo en la cocina a mis padres y a mi hermano, el cual estaba saltando de alegría. La cocina estaba en medio de la casa; era amplia, limpia, y siempre tenía un olor a comida recién hecha, lo cual me encantaba. Todo parecía demasiado normal como para que mi hermano estuviese tan contento, entonces, me llamó la atención un sobre que había en la mesa. Me acerqué a este y en cuanto vi el sello, grité. 

- AHHHHHHHHHH- Mis padres recibieron el susto de sus vidas, y mi hermano paró de saltar por un momento para luego unirse a mis gritos. Era la carta de Hogwarts. Todo mago que se respete quería ir a la mejor escuela de magia de la historia y nosotros íbamos a ir. Después de unos minutos de gritos, saltos, y mis padres intentando callarnos desayunamos todos juntos. Tan solo habían pasado unos días desde nuestro cumpleaños, y aún así ya no nos quedaba tarta para desayunar. 

A las 11:00 subimos a vestirnos para ir a comprar lo necesario para la escuela.Yo llevaba una falda negra que perteneció a mi madre con una camiseta de manga corta con  el nombre de mi banda favorita, Las brujas de Nashville ( regalo de cumple de papá), y unas deportivas. Como siempre mi pelo pelirrojo y rizado era imposible de domar, por lo que lo dejé suelto. Bajé las escaleras para encontrarme con mis padres, ya listos, y con un hermano intentando peinarse su cabello. La escena era tan graciosa que solo me pude reír viendo como intentaba verse decente mientras mis padres lo ayudaban. Al final, optó por dejarse su melena de color azabache más revuelta de lo que estaba.

A través de los polvos Flu llegamos al callejón Diagon, estaba repleto de niños ilusionados viendo los escaparates, padres con bolsas llenas de regalos y unos cuantos duendes que iban de un lado para otro. La primera tienda a la que entramos fue a Olivanders para conseguir nuestras varitas.  James consiguió su varita al primer intento; era de caoba, de unos 28,5 cm de largo, flexible y buena para transformaciones. Sin embargo, yo tardé un poco más. La primera varita consiguió que rompiese una ventana, la segunda que tirase unos libros, la tercera hizo que casi quemase la tienda, así todo el rato. Yo me desanimaba por momentos y cada vez tenía más ganas de irme de ese lugar; hasta que llegó LA varita. Era una varita de 30 cm de largo, no tan flexible como la de James, perfecta para defensa contra las artes oscuras, y con un núcleo de pelo de unicornio.  La sujeté entre mis dedos y con el primer roce arreglé todo el desastre que había formado. Mi hermano me miró con una sonrisa en la cara y me dijo:- Hasta para conseguir varita la lías parda hermanita, menos mal que luego te las arreglas; ¿verdad?-. Lo dijo con su típico tono burlón mientras me acariciaba la cabeza como si fuese un perro. Yo solamente me reí, le di las gracias a Olivander, y momentos después de que mis padres pagasen ya nos encontrábamos en otra tienda. Esta era diferente a la de varitas, era más estrecha y alargada, bastante más oscura pero seguía siendo acogedora. Nos recibió una señora muy amable a la cual le pedimos nuestros libros y calderos. La siguiente tienda fue un extra, nuestros padres habían accedido ha regalarnos una mascota a cada uno. Yo lo tuve claro, escogí una lechuza negra con manchas blancas en la cara, de tamaño mediano tirando a pequeño. Según el vendedor provenía de Francia y estaba entrenada para memorizar direcciones y siempre que sea necesario buscar a su dueño. James tardó un poco más, pero al final se decidió por otra lechuza, esta era completamente blanca y a pesar de su gran tamaño era bastante ágil. Salimos de la tienda y nos acercamos a la última parada en nuestro recorrido, era una tienda para túnicas. Esta, sin duda fue una de mis tiendas favoritas; era enorme, con mucha iluminación, olía a lavanda y tenía ropa de todo tipo. A pesar de mis esfuerzos, no conseguí convencer a mis padres de que me comprasen algo, por lo que nos entregaron nuestras túnicas y nos marchamos. Justo antes de transportarnos a casa, James  se paró en seco. Era la tienda más grande de todas y en el escaparate había cientos de escobas, ambos entramos y nos quedamos anonadados de la belleza del lugar. Cientos de escobas y material para el quidditch. Detrás nuestra estaban nuestros padres, y, al mirarnos a la vez, sabíamos que debíamos hacer. En medio de la tienda y sin ninguna vergüenza, nos arrodillamos para que nos dejasen comprarnos algo. Después de cientos de suplicas nos permitieron comprarnos una escoba PARA LOS DOS. No estábamos del todo de acuerdo, pero no podíamos pedir más. Luego de muchas discusiones por ponernos de acuerdo, elegimos una escoba ágil y práctica, pero que a la vez se pudiese lucir, algo que James amaba hacer. 

Tras un largo día de compras, volvimos a casa. Y puedo jurar sin miedo alguno, que ni James ni yo  nos habíamos sentido tan emocionados y felices en nuestras cortas vidas. Ya solo quedaba esperar a que llegase septiembre y poder empezar el colegio.



La cámara de los merodeadores.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora