Capítulo 1

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"De elfinas herederas y dragones engreídos"

Anne

Corría rápidamente. Ser tan ágil era magnífico. Hermoso. No podría imaginarme siendo torpe y tropezando con cada raíz del bosque. Espantaría todos los animales y ya no tendríamos que comer.

Mis oídos captaron el sonido. Un animal. Se movía rápido. Podría ser una ardilla. O un tejón.

Me detuve detrás de un árbol, quieta. Sentí la bienvenida de la flora cuando puse mis manos sobre su corteza.

Sonreí y saqué sigilosamente una flecha del carcaj, tomando el arco en mis manos. Volví a sentir que se movía. Un poco a la derecha. Era una ardilla. El tejón haría mucho más ruido.

Tensé la flecha en el arco y cuando estuvo lo suficientemente cerca, la flecha salió disparada a la pequeña ardilla.

Me deslicé casi como si fuera una danza por el bosque, con las tres presas atadas a mi cintura. El arco estaba colgado en mi hombro, al igual que el carcaj.

Avance por el bosque, adentrandome en territorio humano. Ya sé que no debía meterme aquí, porque por más alianza que haya entre humanos y elfos, estos sólo piensan que somo sin peligro.

El verdadero peligro son ellos y sus destructoras ideas de «progreso», lastimando mi bosque y mi hogar.

Malditos humanos.

Miré, hacia lo lejos. Podía ver a un chico de no más de doce años, cargando una cesta llena de pan. Tenía un collar en el cuello con una piedra. Era topacio. Topacio marrón.

Reí bajito. Los humanos creían que con cargar joyas de topacio iban a mantener las habilidades de los elfos a raya, permitiendo que ellos fueran intocables ante nosotros.

Claro, ¿qué ser con un mínimo de inteligencia le diría a su enemigo su debilidad? El topacio no era malo para nosotros.

Es más, incluso reflejaba un símbolo de eterno amor entre dos amantes elfos.

Lo que realmente nos mantenía a raya, era la amatista. Pero nadie tenía que por qué saberlo.

Esa piedrecilla púrpura nos hacía débiles, sin nuestra agilidad de siempre. Con ella, parecíamos estúpidos humanos.

Suspiré y volví a sacar una flecha, pero esta vez una mágica. Esta brillaba en unos tonos celestinos y parecía encendida en fuego. Tensé nuevamente el arco y disparé la flecha hacia el muchacho, justo al momento en el que él se movía y dejaba una parte de su capa atrás, causando que mi flecha fuera de lleno en la capa, clavandose en un árbol y él fuera arrastrado con ella.

La cesta con panes cayó al suelo. Mientras él intentaba entender que había pasado, me acerque a la cesta con mi rapidez de siempre, tomé lo necesario y me escabullí de vuelta al territorio elfo otra vez.

Hice un movimiento con mi mano, provocando que la flecha se soltara y viniera volando hasta mi, para reposar en el carcaj junto a sus hermanas.

En el resto del camino conseguí una codorniz, añadiéndolas a mis presas. La colgué con uns cuerda en el cinturón, avanzando hacia el reino elfo.

Nadie que no fuera un elfo podía entrar, y es que la entrada era secreta.

En el bosque había un gran árbol, frondoso y alto. Este árbol jamás perdía sus hojas, ni en invierno y otoño. Se mantenía ahí, como una conservación del tiempo.

Cazadores y Dragones (Anne x Gilbert) PAUSADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora