Siete.

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Todos los sueños de Temo eran protagonizados por un cierto dios griego gruñón, pero cuando se despertaba, no podía recordar precisamente lo que había sucedido en la tierra de los sueños, lo que era una maldita vergüenza. Había sido bueno; sabía eso. Sonriendo para sí, se estiró. Hombre, la casa olía increíble. Panqueques. Tocino. Café fuerte.

Con el estómago rugiendo, Temo siguió el olor escaleras abajo.

—¡Papá está haciendo gofres! —anunció Clarissa encaramada desde una silla. Ambas niñas estaban en sillas que habían sido llevadas a la isla, observando a Aristóteles verter la mezcla para gofres en una gofrera. Detrás de él, una plancha llena de tocino chisporroteaba en la estufa.

—Vaya. ¿Hay suficiente para mí? —Temo le sonrió a las chicas. Podría totalmente renunciar a su batido de proteína de esta mañana para participar de esta fiesta.

—Sí —respondió Aristóteles sin mirarlo realmente. Sus mejillas estaban manchadas de rosa, lo que podría haber sido por el calor de la cocina, pero sus ojos furtivos decían lo contrario. Estupendo. Las cosas iban a ser incómodas después de la noche anterior.

—¿Quieres que prepare los platos para los ñus muertos de hambre? —Temo trató de mantener su voz ligera. Ves, no hay necesidad de ser incómodo, hombre tonto.

—Eso sería genial. —Aristóteles hizo un gesto hacia una pila de platos en la isla—. Generalmente les corto los gofres y no les pongo demasiado jarabe.

—¡Papá! ¡Quiero un río de dulce! —Clarissa hizo un puchero incluso mientras llevaba su silla de vuelta a la mesa.

Temo también quería un "río de dulce". Lástima que el chico con el que lo quería no quería saber nada de él. Rápidamente preparó los platos para las niñas y se los entregó en la mesa. Movió a Sofía, con silla y todo, de vuelta a su lugar, lo que hizo reír a ambas chicas.

Tomando un plato para él, se acercó a Aristóteles y dejó caer su voz.

—Sabes que esto no tiene que ser incómodo...

—No lo es. —Las mejillas de Aristóteles, el mentiroso, todavía estaban rosadas.

—Simplemente nos quedamos dormidos. Eso es todo.

—Sí, eso es todo—murmuró Aristóteles—. ¿Un gofre?

—Claro. —Temo resistió el impulso de rodar sus ojos porque estaba claro que Aristóteles no superaba su pequeña siesta. No era como si se hubieran besado o siquiera follado en sueños. Demonios, Temo ni siquiera había estado duro cuando se despertó...

Esperen. Tal vez el problema no era que Aristóteles odiara el acurrucarse y quedarse dormido. Quizás le había gustado. Temo sonrió. Le encantaba esa teoría.

—Sabes, está bien si tú...

Brr. Brr. El teléfono de Aristóteles tintineó enojado sobre el mostrador.

—T... maldición. Córcega aquí. —La cara de Aristóteles se volvió más y más tensa mientras escuchaba a quien estaba en el otro extremo del teléfono—. Sí. Puedo estar allí en cuarenta y cinco. Intentaré hacerlo más rápido.

—Papá, ¿quién era? —dijo Clarissa tan pronto como Aristóteles terminó la llamada. Su pequeña voz era extrañamente temblorosa. 

—Papá tiene que ir al trabajo. Lo siento. —Aristóteles se frotó la cabeza—. No estoy seguro de cuándo regresaré. Podría ser mañana, incluso...

—Yo me encargo. —Temo le palmeó el hombro—. No te preocupes por nada.

—Gracias. —Aristóteles le lanzó una mirada de agradecimiento—. Hay... oh diablos. Toda la comida que compré, pero no estoy seguro de lo que hay en el congelador para el almuerzo y la cena. Iba a cocinar.

atención | aristemo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora