Dieciséis.

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Aristóteles puso la intermitente mientras se dirigía al puente que unía a Coronado con el continente. Una extraña energía zumbaba por sus venas, haciéndolo empujar el límite de velocidad y agradecer el tráfico ligero de la mañana del domingo. Estaba acostumbrado a competir con el reloj: Horas de entrenamiento que vencer, cuenta regresiva para una misión, preciosos minutos para completar un rescate, segundos mientras el experto en explosivos neutralizaba una bomba, e incluso en casa, corría más rápido que la lista de tareas desde el momento en que despertaba, constantemente consciente de que cada día lo alejaba más de Thiago, cada hito que marcaba el crecimiento de las niñas.

Pero esto era nuevo, esta urgencia de llegar a casa, y volver con Temo antes de que su fin de semana juntos expirara. Tuvo que ir a la base a primera hora de la mañana para verificar un ejercicio de entrenamiento programado para ese fin de semana, dejando a Temo durmiendo en la cama, resistiendo el impulso de despertarlo con la boca. Pensó que habría mucho tiempo para eso más tarde, pero su trabajo en la base había tomado más tiempo de lo que esperaba, y ahora estaba corriendo contra el maldito reloj para regresar, para conseguir un encuentro más con Temo antes de que las chicas regresaran. Incluso con sus ojos en el camino, su cerebro seguía lanzándole recuerdos de las últimas treinta y seis horas.


—Ponte de rodillas.

—Tu espalda...

—Quiero ver tu cara en el espejo mientras te tomo por detrás.

—Estás un poco obsesionado con el espejo, ¿lo sabías?

—Sí —dijo Aristóteles sin vergüenza. El espejo era caliente y nuevo, justo como Temo.


Ayer habían pasado casi todo el maldito día en la cama, algo que Aristóteles no había hecho desde... Bueno, no iba a pensar en eso. Lo que tenía con Temo era tan completamente diferente a lo que había compartido con Thiago, y parecía cada vez más raro dejar que los pensamientos de Thiago se filtraran. Las comparaciones realmente no hacían otra cosa que hacerle sentir culpable por disfrutar de esta... cosa con Temo.


—Sabes que voy a tener que otorgarte una mención honorable por este uso no autorizado del jarabe. —Aristóteles bromeó incluso cuando la boca de Temo trazó un camino pegajoso por su pecho.

—Oye, dije que me estaba muriendo de hambre. Simplemente no dije de qué. —Temo le guiñó un ojo.


Y pasarlo bien era algo que era demasiado fácil con Temo alrededor. Su dinámica era tan diferente a cualquier otra cosa que hubiera experimentado. Más sucia. Más carnal. Más necesitada. Este sexo lo golpeaba como un salto HALO, pura adrenalina con suficiente terror sobre lo desconocido para mantenerlo nervioso. Como con el salto, estaba agitado durante horas después, pero afortunadamente tenía años de práctica escondiendo sus nervios.


—Oh Dios mío. Eres... eso fue... Estoy bastante seguro de que nunca tendré un pensamiento completo de nuevo. —Temo se rió mientras se dejaba caer sobre las sábanas.

Su sonrisa satisfecha le hizo algo al interior de Aristóteles, lo puso de tal forma que solo pudo decir: "Sí". Mientras tanto, estrofas enteras de poesía se acumulaban en su garganta, estúpidas palabras sobre lo hermoso que lucía Temo cuando se deshacía, cómo que le rogara que lo dejara correrse era su nueva cosa favorita en el planeta, cómo quería una cinta con los sonidos que Temo hacía, y cómo no podía tener suficiente de esto.

Aristóteles tomó una almohada, girando la cara en ella, incapaz de seguir mirando la cara brillante de Temo, incapaz de pensar en todo lo que esto significaba. Porque decirse "es solo sexo" ya no funcionaba, no cuando su alma seguía cantando con cada uno de los suspiros felices de Temo y su mirada desprotegida de puro deleite.

atención | aristemo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora