Capítulo 9

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Capítulo 9

ESTEBAN llegó al hospital a tiempo para hablar con su abuelo antes de que lo llevaran a quirófano. Nonno estaba pálido y tenía un moratón en la cara, la muñeca y el codo con el que había intentado parar la caída.

Esteban tomó la apergaminada mano del anciano.

–Estaré aquí cuando salgas del quirófano. Intenta tranquilizarte.

–¿Cuándo voy a conocer a esa esposa tuya? –el anciano hizo una mueca de dolor y sus ojos se humedecieron–. Será mejor que te des prisa en traerla antes de que me vaya de este mundo.

–Cuando estés mejor –contestó Esteban, deseando que fuera verdad–.

No querrás asustarla con esos moratones, ¿verdad?

–Me alegra que hayas sentado la cabeza, Esteban –nonno hizo una mueca–. Me has preocupado desde... bueno desde hace mucho tiempo.

–Lo sé –Esteban le dio una palmadita en la mano–. Estaba esperando a que apareciera la buena, como hiciste tú con nonna.

Lo curioso era que Esteban lo había dicho en serio. No se imaginaba haciéndole el amor a nadie más, algo bastante extraño dado que su relación tenía un límite de seis meses porque no estaba interesado en algo a largo plazo, no con su historial de destrucción de vidas.

–Tu abuela era maravillosa –afirmó su abuelo, pensativo–. La echo de menos cada día.

–Ya lo sé, nonno. Yo también.

Otro motivo más para no amar a nadie. El dolor de perder a la otra persona te destrozaba la vida, te dejaba solo y herido. Si eso no era tortura,

¿qué era? Esteban no quería formar parte de ello.

Ya echaba de menos a María, y solo llevaba un par de horas lejos de ella. Le habría gustado que lo acompañara para conocer a su abuelo, pero no solo por eso. Las mujeres con las que había salido eran agradables, pero ninguna le había hecho sentir lo que María.

Hacer el amor con ella había sido como hacer el amor por primera vez, descubriendo cosas sobre su cuerpo y del de ella. Se había sentido en sintonía con su propio cuerpo de un modo distinto, como si los parámetros de respuesta hubieran cambiado, intensificándose hasta no desear a nadie más que a ella. Nadie más podría despertar el mismo deseo. Nadie más podría satisfacerlo como ella. La anhelaba. Daría lo que fuera por ver su sonrisa, por sentir su mano en la suya y su cuerpo acurrucado contra él.

Dulce DespertarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora