Capítulo 8
MÁS TARDE aquella mañana, Esteban tuvo que convencerse para salir de la cama. No recordaba haber pasado nunca una mañana tan placentera. Hacer el amor con ella por primera vez le había sorprendido. La pasión mutua que habían compartido estaba más allá de cualquier cosa que hubiera experimentado jamás. Y eso le inquietaba profundamente.
¿Por qué era tan especial? ¿Porque ella era inocente y él tan mundano y hastiado que hacer el amor con ella había sido totalmente distinto de las superficiales relaciones que prefería? ¿O era por la exquisita sensación de su piel junto a la suya? ¿Su boca bajo la suya? ¿Sus caricias, suspiros, gemidos y gritos que le hacían sentir más hombre de lo que se había sentido nunca?
Le había conmovido la confianza que ella había depositado en él. Y le había hecho honor asegurándose de que se sintiera completamente satisfecha, a pesar de lo cual su propia satisfacción había alcanzado un nuevo nivel de experiencia. Como si su cuerpo hubiera estado dormido, funcionando a baja velocidad, sin registrar todos los detalles del sexo más enloquecedor. La sensación de las manos de María sobre su cuerpo, los sedosos labios sobre su acalorada piel, la deliciosa fricción de la carne femenina contra él. Cada momento había quedado grabado en su mente. Cada beso, cada caricia, grabado en su piel.
Y quería que continuara, y eso era lo más inquietante. Él, que nunca conservaba a la misma amante más de una o dos semanas. Él, que nunca soñaba con un futuro con ninguna. Él, que había encerrado bajo llave sus emociones hacía tanto tiempo que no creía tener la capacidad de sentir nada por nadie.
Pero...
Cada vez que María lo miraba con esos grandes ojos marrones, algo tironeaba de su pecho. Cada vez que sus sedosos labios se encontraban con los suyos, se desataba un incendio en su cuerpo, un fuego de lujuria y deseo como nunca había sentido. Cada vez que sonreía, era como ver el sol tras una vida entera de oscuridad.
Esteban posó los pies en el suelo antes de caer en la tentación de hacerle el amor por tercera vez. Se volvió y le ofreció una mano.
–Vamos. Hora de tu terapia de exposición.
María se levantó y se paró delante de él, apoyando las manos en la cintura de Esteban, acelerándole el pulso. Tenía los ojos brillantes y chispeantes, los labios hinchados.
–Quedémonos aquí. Será más divertido.
Esteban la miró con gesto serio. La terapia de exposición era conocida por fracasar las primeras veces, pero hacía falta perseverancia para lograr resultados.
–Cara, estás postergándolo. Es el típico comportamiento de evitación, y no hará más que empeorar las cosas.
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Dulce Despertar
Literatura FemininaPara no perder su mansión a manos de Esteban Ferrantelli, María accedió a casarse con él. Traumatizada por un terrible accidente, la heredera no había abandonado el castello desde hacía años. No sabía nada del mundo exterior... nada sobre las caric...