Capítulo 12 final

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Capítulo 12

EN CUANTO el coche que se llevaba a María desapareció de la vista, Esteban respiró entrecortadamente, el aire rasgándole la garganta. ¿Qué esperaba de él, que corriera tras ella y le suplicara que se quedara? Le había dejado claros los límites desde el principio.

«Pero tú traspasaste esos límites. Te acostaste con ella».

Se pasó una mano por el rostro, el estómago encogido. Debería haberse controlado. María era muy joven e inexperta, y acostarse con él lo había empeorado todo. Había alimentado sus fantasías románticas sobre él, fantasías que nunca podría cumplir. Pero no lo había podido evitar. La había deseado nada más verla, quizás incluso antes.

Ella era luz, él oscuridad.

Ella era inocente y confiada, él despiadado y cínico.

Ella estaba en contacto con sus emociones, y él no tenía ninguna... que quisiera admitir. Las emociones no eran lo suyo.

Esteban tomó los anillos de la mesita y cerró la mano para no tener que contemplar los burlones ojos de los diamantes. Los sacudió en la mano como si fuesen dados y los volvió a arrojar sobre la mesa, alejándose mientras soltaba un improperio.

No iba a ir tras ella. No. Su antiguo ser habría subido las escaleras corriendo antes de que ella hubiera hecho las maletas y, rodilla en tierra, le habría suplicado que se quedara.

Pero ya no era ese imprudente adolescente. Se controlaba, pensaba con lógica. Sopesaba los pros y los contras y actuaba en consecuencia... salvo en lo de hacerle el amor. Eso había sido descuidado, una mala idea. Pero lo había hecho y había disfrutado de cada instante. María lo había atrapado como nadie había logrado.

Se sentía diferente.

Algo había cambiado por dentro y no sabía si podría deshacerlo, aunque lo iba a intentar.

El primer mes tras su regreso a Castello Mireille, María lo pasó esperando inútilmente una llamada. Anhelaba oír la voz de Esteban, sentir su contacto, estar de nuevo en sus brazos. Sufría un terrible síndrome de abstinencia. En mitad de la noche alargaba la mano para tocarlo y su corazón se partía al encontrar el otro lado de la cama frío y vacío.

Y comprendió con un sobresalto que era lo mismo que había sufrido su padre tras el accidente, tanto física como emocionalmente, por su madre. La pérdida del compañero se sentía a muchos niveles como pequeñas puñaladas cada vez que se le recordaba.

Perder a Esteban había sido como una muerte. Había desaparecido de su vida y no podría recuperarlo sin ponerse en peligro. ¿Y no lo había hecho ya durante diez años negándose una vida, la felicidad, por un sentimiento de culpa?

Dulce DespertarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora