La fría ventisca de ese día había ocasionado que las mejillas de Percy Weasley tomaran un color rojizo debido al frío, le gustaba dar paseos por Hogsmeade, era de sus pocos pasatiempos favoritos que tenía. Todavía seguía sintiéndose como un idiota ¡Dios, es que la palabra le quedaba tan corta! No comprendía como es que Conan, siendo una persona maravillosa en casi todos los sentidos, seguía con un imbécil como él.
── Hola, cariño ── era Penélope Clearwater. Su supuesta novia a los ojos de todos, no podía creer que le mintiera tanto a ella como a su novio. Ninguno se lo merecía ──. ¿Qué ocurre? Te veo decaído.
── No es nada, Penélope. Estoy bien ── pero sus mentiras ya no eran tan buenas, cayeron como estrellas fugaces.
── ¿Seguro? Sabes que puedes confiar en mí ── y claro que era así, según ella era su novia. Cuán engañada estaba la pobre chica.
El pelirrojo, ignorando por completo las palabras de la Ravenclaw, desvió completamente su mirada hacia Las Tres Escobas y como si de una novela adolescente se tratase, allí estaba saliendo Conan con una pelirroja un poco parecida a él. Tal vez era coincidencia, quizás eran amigos.
Los amigos no suelen besarse de esa forma.
Miró a la joven de hebras rojizas como las suyas y la reconoció. Rachel Devery. Tenía una reputación increíble, jamás se le había visto con un chico, pero eso no quitaba que sí haya tenido máximo dos novios a lo largo de su vida. No obstante, ahora estaba allí, besando al novio de Percy Weasley justo frente a él.
── ¡Hola Rachel! ── Penny alzó su mano alegremente. La Slytherin detuvo el beso separándose bruscamente de Conan.
El bastardo sonreía arrogantemente. Percy lo habría golpeado ahí mismo, pero no era lo más sano en una relación. Jamás le tocaría un pelo. ¿Romperle el corazón a una persona sería lo mismo que darle un puñetazo en el rostro? Percy empieza a creer que sí.
── Eh, hola Penélope ── no se le veía incomoda, ni sonrojada, ni mucho menos apenada. En realidad, su expresión era neutra.
Rachel no era fácil de descifrar. ¿La estaba usando, así como él utilizaba a la Ravenclaw? Era una posibilidad, pero es que no lo creía capaz; Conan no era esa clase de chicos que por despecho usa a las personas a menos que sea un mutuo acuerdo y haya un trato con dinero de por medio, si vamos a poner celosas a las personas, ¿por qué no lucrar con ello? Sí, eso suena más a Lestrange.
Típico de Leo.
── Veo que tú y Conan están saliendo, ¿cuánto tiempo llevan juntos?
── Cinco meses ── murmuró Conan ──, supongo que ya era hora de tener novia.
── Vaya, eso igual es mucho. ¡Estoy muy feliz por ustedes! Ojalá duren lo suficiente.
¡Conan y yo hemos durado suficiente! Pensó Percy. Recordó el primer día que se vieron, eran solo unos niños, todo comenzó como eso en realidad. Un simple, insignificante y se podría decir que inocente juego de dos niños que con el pasar de los años se volvió más serio. Había considerado que su relación era tan inefable, simplemente no podía describirla de lo increíble que era; las escapadas a medianoche, los besos en aulas en desuso. Todo era tan genuino y se estaba desquebrajando con velocidad.
Algo que siempre pareció inmarcesible estaba deteriorándose con el pasar de los segundos, marchitándose cuando creían que eso jamás pasaría. Fue culpa de Percy, pero no podían echárselo en cara todo a él. Una relación es de dos, no solo uno la derrumbó como si de legos de plástico se tratase.
── Sí, gracias ── contestó Rachel y tomó la mano del joven para luego marcharse de allí. Ella a diferencia de las dos personas delante de ellos, podía notar la incomodidad de Conan.
No era lindo tener que mentir acerca de ti. No era bonito pretender algo que no es, fingir ser alguien que no eres, ocultar y decir que amas a alguien que no es.
Eso no era para nada sano.
── ¿Estás bien, Percy? ── la rubia mostraba mucha preocupación en su cara, el rostro del chico se veía pálido, tanto que sus pecas se marcaban mucho más.
Nauseas.
¿Cómo era posible que el solo hecho de ver a Conan con Rachel lo enfermara? Era algo estúpido. ¿Por qué tenía que ser tan duro para él? Supuso que, un corazón roto y tan lastimado, era muchísimo más dañino y peligroso que la mismísima muerte.