Aunque yo espere por ella, no quiero que ella espere por mí.

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La luz del atardecer inundaba su buhardilla. Mantenía un libro sobre las manos, aunque su mente estaba en otra parte, o en otra persona. No podía evitar pensar en él, en dónde estaría y en qué estado, porque tenía miedo. Tenía miedo de que la única persona a la que había querido de ese modo desapareciera para siempre, y la dejara con ese vacío permanente.

Lo imaginaba riendo en alguna parte, sin ningún sitio fijo al que ir, como él siempre había querido, huir. Y lo imaginaba en frente de ella, sentado en el suelo, con un mechón de su pelo alborotado cayendo sobre su frente, mirándola con sus ojos azules, y susurrando palabras sin sentido que sólo él entendía.

Pero él no estaba allí, y él no iba a volver, no iba a coger ninguna de sus llamadas, iba a olvidarse de ella, porque eso es lo que implicaría huir para él, olvidar.

Sabía que estaba esperando a algo, a que Caleb la llamara, a que su hermana se marchara de casa y pudiera gritar, o quizá, esperaba que Carter volviera a aporrear la puerta con una excusa cualquiera y la sacara de aquellas cuatro paredes, pero nada de eso sucedió, en su lugar, llamaron al teléfono. Oyó la seca voz de Stacy y bajó corriendo las escaleras.

Cuando llegó al salón, su hermana estaba leyendo una revista en el sofá.

-Se han equivocado.- le dijo, con una sonrisa.

Sin mediar palabra, volvió a subir los pesados escalones, y cerró la puerta de su habitación.

Encendió un cigarro y tensó su mandíbula. Si tenía que esperar a algo, quería hacerlo de esa forma.

° ° ° ° ° °

Salió rápidamente del coche y metió dos monedas en la ranura de la cabina telefónica, aprovechando la parada en una estación de servicio.

Habían dejado a Muranno en su casa, y él se había quedado ahí, con aquellos tipos a los que no conocía de nada, que podían ser tanto asesinos, como pastores de la primera iglesia comunitaria que encontrara.

Esperó, y esperó, hasta que al quinto pitido le contestó una voz femenina.

-Residencia de los Walker.- soltó alguien al otro lado.

-Stacy, soy yo, Jerry... Jerry Wolford.- la chica guardó silencio al menos dos minutos. -¿Está Kat?

-No. No vuelvas a llamar.- espetó antes de colgar, sin dejarle una sola oportunidad para hablar.

Golpeó su frente contra el metal de la cabina, y quiso gritar.

-Un mal día, vaya.- se dio la vuelta y observó al chico moreno y delgado que trabajaba para Tony.

Jerry miró hacia otro lado mientras encendía un cigarro.

-Oye, siento lo de la paliza, y lo de tu novia.- Jerry se encogió de hombros y pensó en Kat en algún sitio, culpándolo por haberla dejado. -Yo también tengo novia. Ya sabes, es preciosa. La prefiero a ella antes que a mil botellas de whisky, y adoro el whisky.

-Si quieres a tu novia, ¿por qué perseguías a la mía?- dijo Jerry, sin mirar al chico.

-Porque Tony... Es complicado.

-Ya. ¿Por qué no os largáis? Podéis hacerlo. Ahora mismo. Tony no está aquí, y si huís no os encontrará.

-Si que lo hará.- dijo con media sonrisa, resignándose. -Trabajo para Tony desde los dieciséis. Créeme, es complicado. Cuando te he visto, he pensado: "parece un buen tipo, no se merece esto."

-Nadie lo merece.

-Me temo que vas a conocer a gente que sí que lo hace.

-Ah, bueno, un detalle que os disculpéis. Un día me invitas a un pitillo y tan amigos.- caminó hacia el coche, resoplando.

CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora