Es ella... Ella ha vuelto.

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Silenció el chirriante sonido del despertador con un movimiento seco. Tenía que seguir. Seguir con su trabajo de mierda, que a pesar de todo le gustaba, tenía que intentar sacar adelante aquel tugurio cochambroso. Siempre había querido convertirse en alguien que la gente recordara. Sabía que nunca conseguiría eso, y bueno, sabía que si algún día se moría, en las circustancias en las que se suele morir la gente de sus características, lo recordarían, pero para malmeter y criticar su vida. Esa vida que él había construido a pesar de todo lo que había visto y oído, una vida imperfecta, algo que nadie en sus cabales llamaría "vida".

Bostezó y se llevó la mano derecha a la nuca. Se acercó al baño y se lavó la cara, intentó evitar mirarse al espejo, que estaba roto en una esquina, y mostraba una perfecta telaraña de cristal, y continuó. Todavía tenía que seguir. Seguir con su vida imperfecta.

Se vistió con una camiseta negra y unos vaqueros, abrió la puerta de su habitación, y bajó las escaleras, donde se encontraba la taberna.

Fred estaba colocando alguna que otra botella en las estanterías. Era su socio, algo más mayor que él, no demasiado, aparentaba haber estado en la cárcel, y nunca lo estuvo. Bueno, al menos para la gente normal, la casa de tus padres no se puede considerar una cárcel, aunque para Fred fuera un maldito manicomnio.

Jerry saltó la barra, tensando sus músculos, otra forma de despejarse.

-¿Qué hay?

-Nada nuevo. Cerveza alemana, amigo.- Fred señaló una caja, abrió un botellín, y le dio un trago.

-¿Estás seguro de que no hay nada nuevo?

-¡Ah! Ayer apareció por aquí Tony.

-¿Tony Muranno? ¿Qué coño le pica a ese ahora?

-Te buscaba a ti, Jerry. Dice que quiere hablar contigo...Mira tío, no sé lo que te querrá decir. Lo que sé es que ese lo único que trae son problemas.

-Lo sé, y yo... Te juro que...

-Ah, por cierto, ha llamado un tío preguntando por ti. No me ha querido decir su nombre ni lo que quería, pero ha dejado un número y quiere que lo llames.-Fred sacó un pequeño papel arrugado de su bolsillo, en él estaba escrito el teléfono. -Mira, tío, no quiero problemas. Y tú tampoco. Nadie quiere problemas. Y por eso es mejor no saber nada de Tony Muranno. Y ahora, más vale que revises la puta caja, porque me faltan cincuenta pavos.

Las mañanas allí eran largas y pesadas. De vez en cuando aparecía alguien, pero nunca se llenaba hasta que anochecía. Limpió la barra, recolocó las botellas, y subió a las habitaciones que estaban vacías. Cogió su móvil de la mesilla, y marcó el número que estaba apuntado en aquel papel sucio y medio roto. Al otro lado de la línea sólo se escuchaba un pitido. Tenía una ligera idea de quién podía ser.

° ° ° ° °

Cerró la taquilla de golpe. No había dormido nada, como de costumbre. Metió los dedos entre su pelo para despejarse, y apoyó la cabeza hacia atrás. El timbre la sobresaltó e hizo que caminara hacia su siguiente clase: Biología.

El laboratorio del profesor Mason era bastante grande, y tenía muchísimo instrumental. Casi todos los alumnos decían que estaba completamente loco por la biología, y él a veces lo afirmaba. Todo el mundo temía sus exámenes.

Tara odiaba biología.

Se sentó en un taburete metálico y ajustó su bata blanca. Algunos la miraban, pero se dedicó a abrir el libro y a ignorarlos.

-Bien. Queridos alumnos, hoy toca disección. Siento no haber traído material suficiente, habrá una muestra para cada dos personas. Pueden comenzar.

CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora