Corazón frío pero cálido

Primer amor

En su niñez, Cha Eun Woo, cuyo verdadero nombre es Lee Dong Min, era conocido simplemente como Dong Min. Durante esos años, su apellido era Lee, ya que fue otorgado por la señorita Lee Yumi, la encargada del orfanato donde él creció.

Yumi, quien también había sido huérfana, nunca tuvo la suerte de ser adoptada, pero encontró su propósito en cuidar a otros niños como ella. Aunque su vida estuvo marcada por la soledad, se convirtió en una figura maternal para muchos en el orfanato, especialmente para Dong Min, a quien veía como un hijo propio.

Dong Min, incluso desde pequeño, parecía salido de un cuento de hadas. Su apariencia era digna de un muñeco de porcelana: piel clara como el mármol, cabello negro que, bajo la luz, revelaba sutiles tonos chocolate, y una mirada que reflejaba pureza y dulzura. Sus grandes ojos oscuros parecían guardar un océano de emociones que pocos podían descifrar, pero que siempre transmitían tranquilidad.

A pesar de su apariencia angelical, Dong Min creció en un ambiente donde tuvo que aprender a valerse por sí mismo rápidamente. Yumi siempre le decía:
— "Los ángeles como tú tienen una fuerza especial. Nunca dejes que este mundo te apague."

Estas palabras se quedaron grabadas en su memoria, aunque con el tiempo, las circunstancias lo obligaron a reprimir esa dulzura que lo caracterizaba, escondiéndola detrás de una fachada fría y calculadora. Sin embargo, en los recuerdos de Yumi y de los niños que lo conocieron, Dong Min siempre será ese niño bondadoso con una sonrisa que iluminaba incluso los días más oscuros.

Lee Dong Min pasó toda su niñez en un pequeño orfanato ubicado en los barrios bajos de Busan. Creció en un entorno donde el abandono y la soledad eran constantes. No conoció el amor de unos padres ni el calor de un hogar, y su vida estaba marcada por la rutina fría y mecánica del orfanato. Aunque la señorita Lee Yumi, quien administraba el lugar, intentaba cuidar de los 11 niños bajo su responsabilidad, la carga era demasiada para una sola persona. Por esta razón, Dong Min apenas recibía atención o cariño por parte de ella, lo que reforzaba aún más su sensación de aislamiento.

Sin embargo, en medio de ese panorama desolador, Dong Min tenía una luz en su vida: Hanaku, una niña de su misma edad, también huérfana. Ambos habían sido abandonados desde recién nacidos, y compartían un vínculo profundo que iba más allá de las palabras. Crecieron juntos, encontrando consuelo en la compañía del otro. Mientras los demás niños se ocupaban en sus propios mundos, Dong Min y Hanaku formaron un lazo especial, casi inseparable.

Pasaban horas explorando los rincones del orfanato, inventando historias para escapar de su realidad. Hanaku solía decir:
—"Un día encontraremos una familia juntos, ¿verdad, Dong Min? No estaremos solos para siempre."

Aunque Dong Min no respondía, en su interior deseaba que esas palabras fueran ciertas. A pesar de su apariencia tranquila, guardaba un anhelo silencioso de pertenecer a un lugar, de sentirse querido.

Para Dong Min, Hanaku era su único refugio en un mundo que parecía haberlos olvidado a ambos. Pero esa relación también le enseñó que el amor, aunque puro, puede ser frágil en un entorno donde la supervivencia era lo único que importaba.

Dong Min tenía solo 5 años cuando, una tarde de primavera, el aburrimiento lo llevó a aventurarse fuera de su habitual rincón del orfanato. Aunque generalmente evitaba a los demás niños, esa vez decidió bajar las escaleras con la intención de encontrar compañía. Había escuchado risas y gritos desde la planta baja, donde los otros niños regresaban del parque, pero no quiso mezclarse con ellos mientras pasaban corriendo hacia sus habitaciones.

Esperó pacientemente hasta que todo quedó en silencio. Entonces, descalzo como siempre solía estar —pues nunca tenía zapatos adecuados—, comenzó a bajar las escaleras con cuidado. Lo que no notó fue que los niños habían traído tierra y pequeñas piedras en sus zapatos, ensuciando los escalones.