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Amber y yo estuvimos unos minutos más mirándonos las caras, sin saber qué decir para que una conversación durara más de un par de intervenciones de la otra.

—Bueno —dijo la chica por fin—, vuelvo ya con mis tareas. Tú puedes pasear o algo si te apetece.

Seguidamente se marchó y cerró la puerta tras ella.

Volví a bajar la vista a mi tobillo derecho, irreconocible bajo la venda. Mi precioso vestido blanco y amarillo pastel había quedado casi destrozado por la carrera y la caída. Así que, como una chica coqueta que era, tomé la decisión de que mi primera parada en Mondstadt sería comprar algunas prendas que usar durante mi indeseada estancia.

Me apoyé en las muletas y, con esfuerzo, logré salir de la habitación. Nunca antes había tenido que usar aquellas herramientas, así que no sabía muy bien cómo manejarme con ellas, aunque supuse que en un mes podría aprender. Cerré la puerta con la llave con cuidado de que no se me cayeran las muletas en el proceso y salí de la posada.

No tenía ni idea de dónde podía encontrar una tienda de ropa, pero decidí que la encontraría por mí misma y que aprovecharía la búsqueda para sumirme en la maravillosa ciudad. Mientras caminaba —o más bien me desplazaba con las muletas—, la gente se giraba a verme. Imaginé que se trataba de mi lesión o del vestido hecho jirones, o de ambos.

Encontré por fin la tienda que buscaba, al borde de olvidarme del verdadero cometido de mi paseo. Como todavía llevaba encima el dinero que había ganado comerciando, tomé una pequeña cantidad para comprarme la ropa. Adquirí un par de vestidos, un albornoz y un camisón que podía usar como pijama.

Regresé a la posada para cambiarme de ropa y dejar allí el resto de prendas. Me decanté por ponerme el vestido celeste y dejar el resto sobre la cama. Ahora sí que sí, podía pasear por Mondstadt sin un rumbo fijo.

Era cierto que me parecía una ciudad hermosa y digna de ver hasta el último rincón, pero las escaleras abundaban y me complicaban mucho el paso, pero nada que no pudiera resolver con algo de paciencia y cuidado.

Alcé la vista al cielo para ver los enormes molinos que me maravillaron desde el principio y descubrí entonces un espléndido edificio en la zona más alta de la ciudad. No me importaba cuántas escaleras debía subir para llegar hasta allí, quería con todas mis fuerzas verlo de cerca.

Emprendí la marcha y comencé a subir las escaleras, escalón a escalón, resoplando por la concentración. Una voz chillona detrás de mí dijo algo, sacándome de mi tarea:

—¿Qué hace esa joven? —preguntó una chica de pequeño tamaño que flotaba junto a un muchacho rubio. —¡Ah! Me ha oído —dijo al verme mirándola.

—Quiero subir a la zona más alta —respondí. Por su expresión, diría que se sorprendió de mi tono amable.

—Paimon cree que deberíamos ayudarla —le dijo al chico—. Se podría hacer daño... más aún.

—No es necesario —contesté rápidamente, pero para cuando lo hice, el chico ya estaba a mi lado—. De verdad, puedo sola.

Mi negativa no sirvió de nada y el chico no se despegó de mí hasta que subimos aquel tramo de escaleras. Lo cierto era que me sentía más segura y confiada si había alguien que me pudiera agarrar a tiempo si perdía el equilibrio antes de rodar escaleras abajo.

—¿Y quieres subir hasta la catedral? —inquirió la diminuta chica, como si el esfuerzo lo estuviera haciendo ella.

—Sí. —Me encogí de hombros—. No tengo nada que hacer.

—Nosotros tampoco —apuntó el chico, que habló por primera vez—. Vamos, te acompañamos.

Fuimos hasta el próximo tramo de escaleras. La catedral cada vez estaba más cerca y mis ganas de verla aumentaban con cada escalón que subíamos.

—¿Y qué te ha pasado en el pie? —preguntó la chica, curiosa.

—¡Paimon! —la regañó el chico, considerando que me podía molestar la cuestión.

—Me he hecho un esguince —expliqué brevemente.

—Eso debe doler ¿Cómo ocurrió? —siguió Paimon.

—Me perseguía un grupo de Hilichurls y se me dobló mientras huía de ellos. —Superamos por fin otro tramo de escaleras—. Desde luego la suerte no me acompaña —suspiré al final.

—Paimon cree que luego vendrán cosas buenas —sonrió la chica.

—Espero que así sea, porque como tenga que soportar un mes de desgracias tan lejos de casa...

—¿No eres de Mondstadt? —se interesó el chico.

—No, soy de Vallerrojo.

—¡Oh, Paimon ha oído hablar de Vallerrojo! —exclamó la chica—. Las amapolas rodean el pueblo y es una estampa preciosa. Y además usan las flores para dar sabor a las comidas... —Parecía que se le hacía la boca agua.

—Así es —sonreí con cierto orgullo por mi pueblo.

Nos dirigimos hasta el siguiente tramo de escaleras, el último antes de llegar a la zona alta. Lo superamos igual que los anteriores y contemplé asombrada el majestuoso edificio que se alzaba delante de mis ojos. Me giré hacia el chico antes de que se marchara.

—Gracias —sonreí.

—No ha sido nada —respondió con modestia.

—Espero que coincidamos de nuevo. —El poco tiempo que había estado con él y Paimon me había parecido agradable y, quién sabe, quizá me marchaba de Mondstadt con algunas amistades.

—Sí, lo mismo digo —sonrió.

—¡Nos vemos! —exclamó Paimon antes de que se marcharan.

Por fin sola de nuevo, me desplacé con las muletas hasta la entrada de la catedral. Pasé al interior, que resultó ser igual de maravilloso que el exterior, y, en silencio, contemplé como una turista en toda regla hasta el último rincón de la catedral.

Una joven como yo, que se había criado en un pueblo, no estaba acostumbrada a ver edificios tan grandes. En Vallerrojo, las casas tenían como mucho tres pisos y ya eran consideradas gigantes, mientras que en Mondstadt había hasta una increíble y bella catedral. Mi estancia en la ciudad fue en contra de mi voluntad, pero incluso así había quedado prendada de su belleza arquitectónica.

Después de una vuelta por la catedral, que no fue precisamente rápida, abandoné el edificio. Vi a lo lejos a Amber, la chica que me había ayudado al principio, corriendo hacia mí.

—¡Viajera! ¡Viajera! —exclamó.

Cuando estuvo lo bastante cerca de mí, respondí:

—No me llames así, no soy una viajera.

—Disculpa, es que no sé tu nombre todavía —se excusó.

—Me llamo _____ —aclaré.

—Bueno, _____ —continuó diciendo—, necesito que metas el dinero en esta bolsa. —Me la tendió—. Y que me digas la dirección de tu familia. Voy a llevar yo misma el dinero, y así aprovecho para eliminar los campamentos de Hilichurls que haya cerca de Mondstadt.

Tomé la bolsa y metí casi todo el dinero que tenía —me quedé con una pequeña cantidad para sobrevivir en la ciudad— en ella, pues era el que había obtenido por comerciar. Le di a Amber la dirección de mi familia y me aseguré de que le había quedado claro. Después, sonrió y se marchó.

Retomé entonces mi exploración por Mondstadt.

Un mes [Kaeya y Tú] | Genshin ImpactDonde viven las historias. Descúbrelo ahora