#12

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Mondstadt era la ciudad del viento y parecía como si hasta el tiempo pasara volando. En ningún momento de mi estancia había existido la temida monotonía que esperaba al principio, cosa que de una forma u otra agradecí. Era ya mi cuarta semana ahí.

Estaba en mi habitación, de nuevo con Amber y el doctor. El hombre había venido para la revisión de mi tobillo y ver cómo había ido evolucionando.

—Fantástico —dijo con una sonrisa—. Está perfecto.

—¿Cómo que perfecto? —me sobresalté ante la noticia.

—Pues perfecto, que ya está curado. Mañana mismo podrás regresar a tu pueblo.

Miré a Amber, que sonreía pero con cierta tristeza. Imaginé que en mi cara se manifestó una expresión similar.

—Hoy vas a estar ya sin vendas ni muletas, para que te vayas acostumbrando a caminar de nuevo. El camino hasta Vallerrojo es largo...

—¿Está seguro de que está curado, doctor? —Era una buena noticia para mí, pero aun así...

—Hija, mis treinta y seis años de experiencia no fallan. Es más, diría que lleva varios días sanado y todo.

—¡Eso es genial! —intervino Amber—. Así nos aseguramos de que no te dará problemas en el viaje.

—Sí, es genial —suspiré, no muy animada.

—Bueno, debo irme ya —anunció el médico—. Hay un señor con bronquitis al que debo atender. Un placer haberte podido conocer, chica —dijo, mirándome—. La próxima vez que vengas tráeme unas amapolas para mi esposa, por favor.

—De acuerdo —sonreí.

El doctor se marchó por fin y Amber y yo nos quedamos mirándonos las caras.

—Es una pena que esto haya llegado a su fin —murmuró la chica—, pero vendrás de nuevo, ¿verdad?

—Claro que sí, y traeré amapolas para todos —sonreí.

Lo malo era que no sabía cuándo podría regresar a Mondstadt. Podía ser en semanas, meses o hasta años, y aquella incertidumbre era lo que me destrozaba el alma. El viaje desde Vallerrojo hasta Mondstadt requería mucho más que un día y medio de camino. Se necesitaba comida y agua, ir preparado por si había algún accidente... Mi familia no era especialmente rica para permitirme regresar a Mondstadt tan pronto como yo quisiera. A veces la cosecha no era tan buena y apenas había beneficios, otras se perdía parte de las amapolas recogidas porque no eran lo suficientemente buenas para el comercio... Y por supuesto tener la despensa de casa llena era mucho más importante que llenar mi mochila para el viaje.

—Oye —le dije. Se me había ocurrido una idea—. Como hoy va a ser mi última noche, ¿podemos quedar para ir a cenar a El Buen Cazador?

—¡Qué buena idea!

—Y luego podemos ir a El Obsequio del Ángel o por ahí a tomar algo después de la cena, ¿no?

—Claro que sí —sonrió—. Nos despediremos por todo lo alto. ¿A quiénes quieres que avise?

—No te preocupes, ya me encargo yo de eso.

—¿No comprendes que así podemos planear algo sorpresa? —Puso los ojos en blanco—. Aunque la idea haya sido tuya, seguro que se nos ocurre algo que te sorprenda.

—Está bien —suspiré con una sonrisa.

Le dije entonces que avisara a Lisa, Aether (y Paimon) y Kaeya. Consideré invitar también a Diluc, porque había vuelto a coincidir con él y resultó caerme mejor de lo que había pensado al principio, pero no sabía si Kaeya y él se sentirían a gusto. A eso se sumaba que quizás tenía que trabajar. Con suerte, podría coincidir con él en la taberna e invitarle a alguna bebida o algo como detalle.

Amber salió de la habitación, emocionada. Entonces yo fui al comedor de la posada para desayunar.

* * *

Después del desayuno, salí de la posada y me sentí libre al poder pasear por fin sin unas muletas. Podía subir los escalones de la ciudad sin problemas y lo primero que hice fue ir hasta la catedral y andar por la plaza de la estatua de Barbatos. A pesar de que había estado ya en varias ocasiones, aquella, sin esas limitaciones llamadas muletas y esguince, fue la mejor de todas.

Fui hasta el balcón que estaba enfrente de la catedral, donde Kaeya me besó por primera vez y donde me di cuenta de lo que realmente sentía por él. Observé el paisaje como de costumbre. Absorta en el panorama, no me di cuenta de que alguien se acercaba a mí y me abrazó por detrás, dándome un ligero susto.

—¡Ah! —exclamé, sobresaltada—. Podrías avisar —dije al ver que era Kaeya.

—Veo que tu pie ya está bien —sonrió.

—Ah, sí, eso...

—¿Qué pasa? No pareces feliz por ello. —Se puso a mi lado, apoyado en la barandilla del balcón, dándole la espalda a Mondstadt para mirarme.

—Es que mañana me voy ya y me da un poco de pena —expliqué con amargura—. Y pensar que al principio ni siquiera quería quedarme...

—No te preocupes por eso, mujer. Mañana lloraremos lo que haga falta; hoy, mientras tanto, pásatelo bien.

—¿Te ha dicho ya Amber...?

—Sí, lo de la cena. Si quieres te recojo un rato antes y damos un paseo o algo, ahora que ya puedes andar sin problema —propuso.

—Me parece bien —sonreí.

Me puse un poco de puntillas y le di un beso en la mejilla. Mostró una sonrisa, como solía hacer siempre.

—Tengo que irme ya —susurró. Lo miré inquisitiva, así que se explicó—: Me he escaqueado para buscarte. Tengo que seguir atendiendo unos asuntos.

—Está bien —suspiré—. Nos vemos después.

—Hasta luego —sonrió.

Se marchó y yo me quedé allí. Contemplé un rato más el paisaje y luego entré a la catedral.

Un mes [Kaeya y Tú] | Genshin ImpactDonde viven las historias. Descúbrelo ahora