Dentro de la catedral estuve hablando con una chica muy amable. Su nombre era Bárbara y fue una conversación tranquila y agradable, pero simplemente superficial y por pasar el rato. Me habló un poco de la catedral, su historia y demás.
Estuve paseando por la ciudad hasta la hora del almuerzo, cuando regresé a la posada para comer. Ahora que ya podía andar más cómodamente pensaba pasarme el día dando vueltas sin rumbo fijo y explorar esos rincones de Mondstadt a los que no había podido llegar con las muletas.
Justo después del almuerzo, cuando ya me iba a ir, la hostelera me trajo mi ropa limpia. El día anterior se la había dado para que fuera a lavarla y, aunque al principio me negué para no ser una carga, la mujer insistió y acabé cediendo.
—Aquí tienes —sonrió, formándosele unas arrugas cerca de las comisuras de la boca.
—Muchas gracias —respondí, cogiendo la ropa.
—No tienes que darlas, joven. Es lo menos que podía hacer. Créeme, has sido un ángel comparada con otros clientes que he tenido.
No supe cómo responder a aquello, así que simplemente sonreí y me despedí. Me dirigí a mi habitación para guardar la ropa.
Cuando llegué, miré el reloj y vi que todavía era bastante temprano, así que aproveché para empezar a organizar las cosas para la partida del día siguiente. Supuse que Kaeya vendría a las siete o a las ocho, así que todavía tenía tiempo para organizarme tranquilamente.
Saqué de la cómoda la bolsa donde había traído las amapolas cuando hacía prácticamente un mes fui a comerciar a Aguaclara. Guardé ahí las pocas cosas que tenía: la nota de Kaeya, las cartas de mis padres (me enviaron una segunda hacía tan solo unos días) y algún que otro souvenir que había comprado. Dejé la ropa doblada lista para guardarla al día siguiente en la bolsa.
Suspiré al final y me pasé el antebrazo por la frente, satisfecha. Por supuesto todavía tenía tiempo, así que me senté en la cama para usar mi máquina del tiempo personal: la lectura. Aún tenía el libro que había tomado prestado de la biblioteca, La montaña naranja, y Lisa tuvo la amabilidad de aplazarme la fecha de entrega porque todavía no lo había acabado. Me faltaban solo unos capítulos.
* * *
Cuando levanté las narices del libro, las agujas del reloj habían cambiado por completo su posición. Marcaban casi las siete y media, así que dejé la lectura y empecé a vestirme para la cena.
Días atrás me había comprado un vestido nuevo con algo del dinero que todavía me quedaba y decidí reservarlo hasta un momento especial como aquel. Era rojo como las amapolas de mi pueblo y estaba adornado con lindos lazos y encajes de color blanco. La falda, con pliegues, me llegaba hasta las rodillas y las mangas parecían copias más pequeñas y ajustadas de la falda. Me miré en el espejo y sonreí, enamorada de la chica que se reflejaba sobre el cristal.
Embobada en mi propia imagen, alguien golpeó la puerta de mi habitación, devolviéndome a la realidad. Acudí a ver quién era y descubrí al abrir que era Kaeya. Me miró de arriba a abajo con la boca medio abierta y las comisuras formando una ligera sonrisa.
—¿Te gusta? —pregunté, cogiendo la falda y expandiéndola hacia los lados.
—Me encanta —respondió—. Estás muy guapa, _____.
—¿Sí? Tú también —sonreí—. Me termino de arreglar y nos vamos.
Me senté en el borde de la cama y me puse los zapatos. Se me hizo raro calzarme un zapato por fin en el pie derecho después de un mes de usar solo vendas. Después me cepillé el pelo mientras consideraba la opción de recogérmelo, pero finalmente me lo dejé suelto porque me gustaba cómo me enmarcaba la cara y lo bien que quedaba con el vestido. Antes de reunirme con Kaeya cogí un poco de dinero porque tenía pensado hacerle un pequeño regalo.
—¡Listo! Vámonos —dije mientras salía, terminando de encajarme los zapatos y adaptando los pies.
Cerré la puerta y al darme la vuelta vi que Kaeya me ofrecía el brazo caballerosamente. Me agarré a él y emprendimos la marcha.
—¿Adónde quieres ir? —inquirió—. Amber me ha dicho que la cena es a las nueve, así que tenemos tiempo.
—¿Te importa si vamos un momento a la floristería? Quiero mirar una cosa.
—Pues ahí vamos entonces —convino.
En la floristería, había una buena variedad de flores: lucettas, cecilias, violetas, lirios cala... Le pedí a Kaeya que esperara unos metros más allá, excusándome con que necesitaba hablar de un tema privado con la florista. Por supuesto era mentira y lo que realmente me proponía era comprarle unas amapolas de mi pueblo.
—Disculpe —le dije a la chica que estaba a cargo de la tienda. Normalmente solía haber una niña, pero aquella muchacha era bastante más mayor—; ¿os quedan amapolas? De Vallerrojo si puede ser.
—¿Amapolas? —La florista caviló unos instantes—. Sí, claro. Esas de ahí son cien por cien procedentes de Vallerrojo. —Señaló unas flores rojas con el dedo índice.
Las amapolas eran rojas como mi vestido y con solo verlas supe que eran de mi pueblo. Después de tantos años rodeada de esas flores, hubiera sido un insulto no saber diferenciarlas. Cogí un ramo de unas seis y fui al mostrador para que la florista me cobrara.
—Las amapolas de Vallerrojo son preciosas —murmuró—. Tienes buen gusto. Su color rojo me recuerda al señor Diluc... —Se sonrojó de repente—. ¡Ay, por Los Siete! ¿He dicho eso en voz alta?
¿Qué podía responder yo a eso? Por ende, me limité a sonreír y a entregarle el dinero que correspondía. Escondí el ramo detrás de mí y me reuní con Kaeya, que se entretenía pateando una piedrecita del suelo. Levantó la vista cuando se percató de mi presencia.
—¿Listo? —inquirió.
Asentí y me acerqué. Le mostré entonces el ramo de amapolas con gesto triunfante y con una gran sonrisa dije:
—¡Para ti!
Vaciló unos instantes sin saber cómo reaccionar. Sonrió entonces y tomó el ramo. Yo sabía que para él eran solo seis amapolas, pero para mí significaban mucho más y el corazón me iba a mil. En Vallerrojo teníamos muchas tradiciones y la inmensa mayoría se centraba en nuestras flores autóctonas. Una de ellas era que «el amor se declara con amapolas: cuatro inician una amistad; cinco para los mejores amigos; con seis se pide compromiso; y con siete, tener hijos».
—No tenías por qué —sonrió.
—Quería regalarte algo, como agradecimiento por... todo. Hemos tenido nuestros menos y nuestros más, pero gracias a ti todo esto se me ha hecho mucho más ameno y llevadero.
Esbozó una sonrisa mientras miraba las amapolas. Levantó la vista y se rio.
—Pareces un slime Pyro de lo roja que estás.
—¿Cómo? —balbuceé—. Hmm... vayamos ya al restaurante. Seguro que ya hay alguien —cambié de tema, nerviosa, a pesar de que todavía era pronto para que hubiera alguien.
Asintió con la cabeza y me cogió de la mano. Era tan espontáneo e impulsivo que me maravillaba más con cada minuto que pasaba. No por nada le había entregado un ramo de seis amapolas.
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Un mes [Kaeya y Tú] | Genshin Impact
Hayran Kurgu«Está siendo más complicado de lo pensaba. Confieso que le pedí a Los Siete que mi estancia aquí no fuera aburrida y que tuviera alguna emoción, pero esto está siendo demasiado.» . . . . . . . . . . • Volviendo a mis orígenes con los fanfics 😎🤙🏻 ...