02 · No dejarla caer

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KALEI

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KALEI


Ahora

—¡Kal! ¿Estás bien? —me pregunta Maia acercándose corriendo.

No estoy bien, en absoluto. El corazón me va a mil por hora y estoy a punto de sufrir un infarto. No recuerdo cómo se respira y no puedo dejar de mirar a Connor como una estúpida. Y, como si eso no fuera suficiente, él no me ha soltado todavía. Sus manos siguen sujetándome y sus ojos no se apartan de los míos. Se le ve desconcertado y contrariado. No me hace falta tener una carrera de psicología para darme cuenta de que verme no le ha hecho ninguna ilusión.

—¡Eh, tú! Suelta a mi hermana si no quieres que te parta el brazo —lo amenaza Maia con determinación.

La voz de mi hermana hace reaccionar a Connor, quien acaba separándome con brusquedad de su cuerpo. Cuando lo hace, el frío me envuelve a pesar de estar en pleno verano. Mis pulsaciones siguen aceleradas y estoy respirando como si acabase de correr una maratón, por no hablar de la sensación de ansiedad que se ha instaurado dentro de mi pecho.

—Eres Maia Summers —murmura Connor después de aclararse la garganta.

—Premio para el niño bonito —Mi hermana se cruza de brazos—. ¿Y tú quién narices eres?

—El tío que viene a recogeros.

A Maia se le bajan los humos de golpe, abre mucho los ojos, pone cara de circunstancia y guarda silencio antes de echarme una mirada que dice claramente «soy una bocazas». Le vuelve a dedicar su atención a Connor y saca la mejor de sus sonrisas de disculpa. Pero a él no le afecta en absoluto, se limita a juzgarla con la mirada y a observarla con poco entusiasmo. Su comportamiento taciturno no me cuadra con el chico que conocí hace un año en Los Ángeles. De hecho, hasta a simple vista parece otra persona.

—¿Eres el amigo de Mark? —pregunta Maia ligeramente incómoda.

Connor asiente sin decir nada.

—Oh, vaya... Pensaba que eras un salido que iba detrás de mi hermana —confiesa Maia avergonzada.

—No. Tu hermana no sabe caminar como una persona y casi se ha comido el suelo. Me he limitado a no dejarla caer —contesta sin más.

Separo los labios. No para hablar, sino porque estoy alucinando. No entiendo qué narices está pasando, de hecho, no entiendo absolutamente nada. Desde que me ha soltado, Connor no ha vuelto ni a mirarme y, encima, hace ese comentario estúpido sobre mí. Es como no existir ante sus ojos.

—Vale, empecemos de nuevo. Soy Maia —dice en modo pacifista—. Ella es Kal. ¿Y tú eres...?

—Duncan.

Estoy a punto de dejar caer la mandíbula. ¡¿Cómo que Duncan?! ¡Me dijo que se llamaba Connor!

—¿Te llamas Duncan? —pregunto atónita.

El sonido del mar en Hawái ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora