Kalei es una surfista que, para celebrar su graduación en Psicología, viaja con su hermana mayor a Hawái. Allí nacieron ambas y allí están los pocos recuerdos que tiene de su madre. Las olas, la naturaleza y la gente no tardan en provocar que Kalei...
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CONNOR
Ahora
No quiero volver a Kihei. Eso es lo único en lo que pienso para alargar todo lo que puedo nuestra estancia a Kahului. A pesar de que Kihei es y siempre será mi hogar, hace mucho tiempo que me asfixia. Y, cuanto más me alejo, más aire puedo coger. Y Kalei lo único que hace es recordármelo. Solo sé que me llena el cuerpo de fuego y, al mismo tiempo, su boca es lo único que consigue que no me acabe quemando.
—A unos quince minutos, hay una playa. Es pequeña y a estas horas siempre está vacía. Como esta noche hay luna llena, he pensado que...
—Vale —responde con una sonrisa antes de que termine—. Me gusta el plan.
No tardamos en irnos del restaurante. Nos subimos al coche y, mientras conduzco en silencio, me doy cuenta de lo nervioso que estoy. Procuro no mirarla, sin embargo, acabo haciendo justo lo contrario a lo que debería y pongo la mano sobre su muslo. Noto su cálida piel bajo mi palma. Aparto el borde de sus pantalones cortos y la acaricio con el dedo pulgar. Kalei deja la suya encima de la mía y entrelazamos nuestros dedos. Llegamos a la playa bastante rápido. Aparco, apagando el motor del coche y, por tanto, provocando que las luces de los focos dejen de iluminarnos. Nos quedamos quietos, con el sonido de nuestras respiraciones y el calor que hay entre nosotros de fondo.
—¿Bajamos? —le pregunto, solo porque no aguantaré más tiempo sin hacer hacia atrás el asiento y tirar de ella para sentarla sobre mi regazo.
Me aclaro la garganta y aparto la mano de su muslo. Bajo de la camioneta y respiro hondo. La brisa suave de la noche me ayuda a relajarme un poco pero, cuando Kalei baja de su asiento, llega hasta a mi lado y vuelve a cogerme de la mano, el efecto desaparece por completo. Sin embargo, no la suelto, no soy capaz de hacerlo. Ya no.
Nos quitamos los zapatos, los dejamos dentro del coche y caminamos por la playa descalzos. Lo hacemos de la mano, con nuestros cuerpos cerca, rozándonos. Kalei no vuelve a hacer ninguna pregunta, y lo agradezco con toda mi alma, porque empezaba a quedarme sin respuestas. Casi una hora después, me hace una pregunta que, por suerte, no es de índole personal.
—¿Estás seguro de que no suele venir nadie a estas horas?
Yo asiento en silencio. Entonces, ella me suelta la mano. La miro extrañado hasta que la veo quitarse la camiseta. Después, hace lo mismo con los pantalones. Pienso que va a dejarse el biquini, pero no. Se lo desabrocha y se baja la parte inferior muy despacio. Yo no puedo quitarle los ojos de encima cuando se queda completamente desnuda ante mí.
—Ven conmigo —me pide extendiendo su mano.
Trago saliva, pero me quedo inmóvil. Kalei sonríe un poco, se acerca y me coge de las manos. Las deja sobre su cadera desnuda. Por puro instinto, no tardo en apretar su piel. Asciendo despacio, llegando hasta sus tetas. Mientras la acaricio, Kalei empieza a desabrocharme los pantalones. Le dedico una mirada suplicante, pero soy incapaz de decirle que pare en voz alta.