Una corriente de aire frío le estremeció la dermis descubierta de su espalda. Se removió en busca del cuerpo con el que se acurrucaba a todas horas en busca de ese calor.
Y no solo el corporal.
Sino también el que despertaba en su pecho.
Sus ojos dorados se abrieron aún soñolientos al sentir ausencia de él. Se sentó disparado en la cama, como si tuviese un muelle en la espalda baja. Tanteó presuroso ese lado del colchón. En efecto, no había nadie.
Se encontró a sí mismo, sentado en la cama de dos plazas de sábanas desprolijas y calientes solo en su lado, al borde de un ataque de pánico, con las manos temblorosas, la sien sudorosa y un incómodo cosquilleo en la nuca.
El miedo y la inseguridad estaban poseyéndolo.
¿Y si todo fue una simple alucinación provocada por su trastorno?
¿Y sin en realidad nada pasó?
¿Y si en verdad seguía estando preso... y sólo?
No podía ser.
Ya había probado la felicidad y ahora no quería soltarla, por mucho que fuese una sublime rosa repleta de venenosas espinas.
Se golpeó en las mejillas para hacerse reaccionar. Sus ojos le debían mostrar que estaba solo para creerlo.
Se levantó de la cama, viendo que estaba falto de ropa a excepción de un boxer negro ajustado. Se pasó la mano por los rebuscados cabellos y le vino a la mente la noche anterior.
Sonrió.
Esas posiciones no podían ser una obra de su mente.
Se colocó un jersey blanco y unos pantalones de chándal grises y se dispuso a bajar hacia la cocina. Quizás solo estuviese la persona a la que buscaba.
Era mitad de noviembre, ya las temperaturas comenzaban a hacer de las suyas y estaba seguro que este año nevaría antes de Navidad.
Navidad.
Que bien sonaba esa palabra. Prólogo del requiem de la felicidad en su vida y el epílogo de todo lo que estaba por venir.
Lo haría hoy.
No esperaría más.
Llegó a la cocina, entró callado, mirando por un segundo el gran reloj de madera oscura que había en la esquina de la gran sala —objeto que Fyodor insistió en traer de Rusia—, eran apenas las nueve de la mañana. Nada más entró en los límites de la cocina,divisó, cerrando una delas encimeras de la alacena, a la persona que casi le provoca un infarto por su ausencia: Fyodor Dostoyevski.
Rió con ternura. Observarlo mientras esté no se percataba de su presencia —cosa que casi nunca ocurría—, era uno de sus hobbies favoritos. Podía ver cada gesto sin máscara alguna que realizaba, natural e inconsciente, mostrando el verdadero ser humano que habitaba aquel disfraz de plumas negras.
Se recostó al marco de la puerta, sin quitarle ojo de encima. Aún llevaba su pijama lila de estampado de ratoncitos. Tan tierno y que realzaba ese contraste gracioso que hacía el diseño dela tela con la persona que la portaba. No era sorpresa algún verlo así; el ruso era de esas personas que se pasaban días con la misma pieza de ropa encerrados en un cuarto a oscuras sin comer ni dormir.
¿Haciendo qué?
Pues realizando un plan para destruir Yokohama.
¿Qué sería si no?
Con razón sufría de anemia, si no comía.
«Anemia... »
Una bombilla —mugrosa y rota XD— se le prendió. Se acercó al cuerpo que aún estaba empeñado en guardar algo en la alacena y le tomó de la cintura, abrazándolo.
—Fedya~. Espero que eso por lo que dejaste a tu avecilla sola y desamparada en la cama sea importante~ —ronroneó en su oído, dejando un beso sobre su cuello, echando a un lado el negro cabello.
¿Jugar con la cola del león?
Tomaría el riesgo.
A fin de cuentas, su amor, proeza.
~•☦️•~
Parpadeó repetidas veces, aún sin dejar los brazos de Morfeo. Comprobó la hora observando el pequeño reloj a su lado.
«¿Otra vez, eh?»
No era un secreto para nadie que el ruso era atormentado por el insomnio, y si bien a veces conseguía dormir lo suficiente, otras veces se despertaba repentinamente sin razón aparente.
Suspiró y giró su rostro hacia la persona que descansaba profundamente a su lado. El ucraniano yacía recostado en su lado izquierdo con un rostro en extremo tierno e inocente. Era de hecho pacífico.
Se acomodó deforma tal que se encontraran cara a cara. Fue cuidadoso en sus movimientos, no quería despertarle.
Se quedó unos minutos apreciando a detalle cada facción del rostro de su pareja, aunque su cabello no ayudaba mucho.
Deslizó con cariño los mechones que caían traviesos y acarició su mejilla. Increíblemente no hubo reacción ante sus actos. Kolya tenía el sueño extremadamente pesado. Existía la posibilidad de que una bomba cayese a su lado y aún así no despertaría.
Se levantó de la cama y se puso el pijama para bajar a la cocina. Una vez más debería valerse de alguna bebida caliente para poder resistir a otro día después de pocas horas descansadas. Y por si fuera poco, el dolor en su cuerpo no le ayudaba mucho.
Sacó los ingredientes necesarios para prepararse un chocolate caliente y comenzó a prepararlo.
Finalizado su propósito en la habitación se dispuso a recoger y poner todo en su lugar.
O ese era el plan. Pero no esperó sentir la calidez de un abrazo desde su espalda, ni tampoco el contacto de unos labios sobre su cuello. Justo en su punto débil. Se estremeció ligeramente y se dio la vuelta para encarar al que hacía segundos le había formulado una pregunta.
—Despertaste más pronto de lo que esperaba. Supongo que el vodka matutino tendrá que esperar. —sonrió ladeando su cabeza en gesto inocente—. No pongas esa cara, era broma. Bueno... tal vez.
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Symphony |•| Fyogol |•| ©
Ngẫu nhiên--"Tus lágrimas son la sinfonía que rompe mi corazón." Gogol lleva tiempo divagando en la idea de pedirle algo a Fyodor; sin embargo, las dudas y demás factores (cofcofesquizofreniacofcof) no lo han hecho posible y ahora teme de que el ruso lo sepa...