Al salir de su habitación no se encontró a Nikolai. Quedó unos momentos pensativo hasta que recordó que hoy, casualmente, era día de hacer las compras de la casa. Al parecer el ucraniano se había dado a la tarea.
El reloj marcaba las 10 a.m. y ninguna idea que pudiese mitigar su aburrimiento cruzaba su mente. Se dirigió a la pequeña biblioteca que tenían en la casa para continuar con un libro que le había atrapado hace días. Demian, de Hermann Hesse, uno que a su criterio se trataba de una obra maestra.
Siempre se había interesado por el análisis de la psicología humana; le parecía fascinante. La única especie que mientras más buscaba su felicidad más lúgubre volvía su existencia, y mientras más vivía, más se mataba, esa era el hombre.
Se sumergió profundamente en la trama, abrazado por el personaje en busca de un momento de paz espiritual. El final le pareció enigmático, interesante. Definitivamente fue una hora bien aprovechada.
Cuando pretendía ponerse de pie para devolver el libro a su lugar, una tarjeta calló de entre las páginas. La observó unos segundos, recordando la razón por la que la había puesto ahí.
— »El pájaro rompe el cascarón. El cascarón es el mundo. El que quiere nacer tiene que romper un mundo. El pájaro vuela hacia dios, el dios se llama Abraxas.»
Sonrió al finalizar la lectura del mensaje en la parte posterior. Demian le hacía reflexionar, ver atrás y, sobre todo, ver lo que tenía en su presente. Era casi como ser él mismo la personificación de ese dios que abarcaba bien y mal.
Él era como Demian; Nikolai como Sinclair. Certeza y confusión; cordura y locura. Los dos polos que lograban enganchar tus sentidos a la historia.
Colocó la tarjeta de vuelta entre las mismas dos páginas, acomodó el libro y salió al jardín.
El aire fresco llenó sus pulmones y la brisa invernal acarició su rostro. Miró un banco próximo a su ubicación y fue en busca de su adorado violonchelo. Ocupó lugar en el asiento y comenzó a tocar delicadamente las cuerdas con el arco.
Cerró sus ojos para ceder a la magia de los acordes, justo como hacía en esos momentos de soledad cuando apenas tenía 8 años. Su mano izquierda ejercía una presión precisa sobre las cuerdas en el cuello del instrumento, mientras que su diestra se movía grácil sobre el cuerpo.
Finalizó con una respiración profunda. ¿De verdad él merecía vivir en esa utopía? A pesar de nunca expresarlo, cada que Nikolai salía sentía un vacío en su pecho, una opresión insoportable. Tal vez su rostro impasible representaba que siempre estaba bien al respecto, cuando en realidad no lo estaba.
—¿Soy yo quien permitió a la soledad tener luz? —un suspiro afligido acompañaba sus palabras—. Por favor, nunca me dejes solo, eso dolería mucho.
Una presencia cercana marcó el fin de su monólogo. Iván se aproximaba sonriente a él con el diario en mano. Tras hacer entrega del mismo, y un corto y seco diálogo, se retiró por donde vino.
Fyodor sabía de sobra que al ucraniano no le parecía nada agradable la mera existencia de ese hombre. Habían discutido, pacíficamente, en varias ocasiones sobre el tema. Según Nikolai, un día Iván se le lanzaría encima al ruso y él se encargaría personalmente de desaparecerlo de la faz de la tierra. Aunque esto le resultaba gracioso no tenía la menor duda de que era capaz de llevar a cabo la "limpieza de recurso humano innecesario" como Kolya lo llamaba para, según él mismo, no resultar ofensivo.
Abrió el diario y buscó algún tema en general que le llamase la atención. Los mismos problemas políticos, la economía internacional, la caída de acciones; en fin, tedioso.
Pero, para su sorpresa, un título en letras llamativas le convenció de continuar la lectura.
—Esto es bastante interesante.
Una traviesa idea cruzó su mente a la par que se dirigía al interior de su hogar con motivo de encontrar su móvil.
Con el contacto marcado y el dispositivo cercano a su oreja comenzó una conversación con aquel conocido ejecutivo de la mafia de Yokohama. Después de pedir el favor a su ¿amigo? Sí, se podría decir; aunque a Dazai Osamu no le hacía gracia aún la idea, y de unas preguntas por el extraño comportamiento dio por finalizada la fase uno de su travesura.
Necesitaba un baño caliente para estar listo para el concierto de esta noche. Era una persona extremadamente limpia, en todo sentido. Se podría decir que tenía un TOC con la limpieza. Esas características hacían que su manía de tardar más de una hora duchándose fuese considerada normal.
Para cuando finalizaba, pudo sentir una mirada escudriñarle. No había que ser un demonio ruso con mente iluminati para saber de quién se trataba, mas le dejaría ser. Que siguiese creyendo que estaba ajeno a la situación, como un niño que andaba a hurtadillas de noche. Le encantaba cuando Nikolai tomaba el control, a pesar de que sabía que no lo tenía.
Después de secarse parte del cuerpo y de colocarse una toalla, un poco suelta, en la cintura hizo a un lado la cortina para mirar a la persona tan poco discreta que tenía como pareja.
Kolya gozaba de una resistencia increíble, sin embargo para el ruso y su anemia esto, a veces, representaba un desmayo seguro.
Podía ver en sus ojos brillar sus intenciones. Mas su entrada pasó drásticamente de "seductora" a "aguanta la carcajada Fyodor, que eres una persona seria". Pero ¿cómo le haría si Kolya acababa de caer estrepitosamente sobre los azulejos del cuarto de baño? Además, ¿en serio preguntó por el culpable?
—Nikolai, el tonto cayó en su propia trampa. —sin quererlo se le escapó una leve risita.
Y, como predijo, la toalla amarrada, "descuidadamente" suelta, a su cintura fue a parar al suelo. El responsable terminaba una muy cursi, pero adorable, frase a la par del "sorpresivo" acontecimiento.
La cara que puso después era digna de ser grabada, fotografiada, enmarcada y etiquetada en redes sociales. Un desconcierto total se apoderó del chico que aún se encontraba tendido en el frío suelo del baño. Fyodor había tenido la precaución de vestir el bóxer negro bajo la toalla.
—Buen intento, debo admitirlo. Pero~ no resultó como querías ¿o me equivoco?
Una sonrisa arrogante se plantó en su rostro y alzó una ceja en señal de victoria. Acto seguido le ayudó a ponerse de pie y le abrazó. Se separó un poco para observarle y tiernamente le besó. Estableció un ritmo acompasado y se aferró al cuello ajeno mientras sentía como el otro acariciaba su rostro y su cintura. Finalizó el beso con un repentino:
—Debo vestirme. Bye~ bye~
Y...
Le empujó fuera y cerró la puerta pasando la cadena.
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Symphony |•| Fyogol |•| ©
De Todo--"Tus lágrimas son la sinfonía que rompe mi corazón." Gogol lleva tiempo divagando en la idea de pedirle algo a Fyodor; sin embargo, las dudas y demás factores (cofcofesquizofreniacofcof) no lo han hecho posible y ahora teme de que el ruso lo sepa...