EL PUTO CONCIERTO PODÍA ESPERAR. ENTRARÍA Y LO DEJARÍA MÁS ABIERTO QUE LA GRAN FALLA DE AUSTRALIA. NADIE SE BURLABA DE ÉL DE ESA MANERA Y LO DEJABA CON UNA ERECCIÓN INCIPIENTE, ADEMÁS DE SU EGO DESTROZADO.
Recordó que Fyodor no era «nadie» precisamente, sino «todo». Su párpado temblaba de desconcierto e impotencia; no podría hacer lo que tenía pensando, pues bastante difícil que fue conseguir los billetes del evento, además, tenía algo más importante que hacer. Algo, que si salía bien, le sería posible cobrar eso al doble.
Soltó un largo suspiro, tratando de calmarse, y fue hasta la habitación para vestirse propiamente. Nunca le dejaría de suspender la gran inteligencia y poder de previsión del ruso; nada era capaz de sorprenderlo, nadie era capaz de llevar un paso por delante de él; ni siquiera el castaño con fetiche de momia de la agencia de detectives. Era como si el mismísimo Fyodor Dostoyevski moviese los hilos de todas las personas a su alrededor; capaz de que todo saliese exactamente como él lo deseaba. Así como el Dios que tanto ansiaba ser.
Entró en pánico interno.
Si eso era así, si Fyodor siempre estaba en la delantera de todo, omnipresente y omnipotente, entonces, ¿estaba al tanto de lo que haría? ¿Solo le seguía el juego para no desilusionarlo? ¿Le parecería aburrido al haber sido capaz de verlo venir?
Se quedó parado en medio del corredor, a solo unos pasos de la puerta de madera oscura que daba entrada a los lares de su cuarto, analizando aquello, con el corazón martillando en su pecho como un caballo desbocado. Incluso sentía las gotas de sudor frío bajar por los cabellos de su nuca. Si por algún motivo, el ruso había descubierto su muy preparado plan juró que se golpearía con chancla-chan, escoba-san, trapeador-kun y sartén-dono por no ser lo suficientemente sigiloso.
Nunca creyó en ningún Dios. Su único ser todo poderoso al que era capaz de venerar con toda su alma, era ese hombre de cabellos tan negros como su alma y ojos que asemejaban a la más misteriosa nebulosa. Sin embargo, le entregaría su alma al diablo si con eso su deseo se hacía realidad.
Y que Dos-kun no se esperase nada.
Entre temblores y nervios llegó al cuarto; no al que compartía con Fyodor, sino al suyo propio. Eran raros, cada uno tenía su propia habitación separada y al mismo tiempo compartían cama para dormir y hacer otras actividades de las que no indagaré, no por falta de tema, sino para no limitar la edad de lectura. Respetaban el espacio de cada uno, y no preguntaban o recriminaban cuando el otro deseaba encerrarse en su propio cuarto.
Cada cual debatía con sus propios demonios.
Aunque, incluso el mismísimo demonio se asustaría de aquello. Y es que, el cuarto de Nikolai Gogol estaba completamente lleno de Fyodor's. No, no de cosas de Fyodor como tal, sino de él literalmente: las paredes eran de un color púrpura como el de sus ojos, las frazadas, fundas de almohada, alfombras, cuadros, pósters, fotos, todo, eran de la cara del ruso. Habían peluches de él, corazones púrpuras por doquier y estanterías repletas de libros que ponían cosas como "100 cosas por las que Dos-kun es perfecto" y demás.
Esperemos que el ruso nunca entre ahí.
Le daría un infarto y él mismo se encargaría de redactar una carta de alejamiento hacia el ucraniano.
Y eso que no miraron en la caja de debajo de la cama. Solo diré que hay un álbum y una cámara, lo demás, queda a la mente.
~ •☦️• ~
Después de matar tres polillas, dos escorpiones y una araña, logró encontrar en su armario el traje que tenía reservado para ese día: consistía en unos pantalones blancos, camisa negra, corbata violeta y chaqueta igualmente blanca. Un conjunto en el que había combinado dos cosas: sus dos almas.
Acomodaba ansioso la coleta baja con que recogió su cabello, cuando escuchó unos pasos ligeros desde la base de la escalera. Giró a ver. Sus ojos se ampliaron y sus pupilas se dilataron observando aquel cuadro que nunca dejaría de admirar. Fyodor bajaba tranquilamente por las escaleras, con la mano acariciando el barandal; su atuendo hacia resaltar aún más su presencia: vestía un traje y camisa completamente de color negro, salvo la corbata, que era de un puro blanco. Gogol se fijó al detalle, la tela blanca de la corbata tenía sutiles avecillas bordadas en hilo dorado.
Se miró a sí mismo y otra vez a su pareja.
Sonrió.
Iban a juego, el uno recreando al otro en cuerpo y alma.
Fyodor llegó a donde estaba él, lo tomó de los hombros y lo giró, sin decir nada. Nikolai parpadeó con desconcierto, ¿acaso sí que le había molestado la broma del baño y ahora quería degollarlo con un cuchillo de mantequilla? ¿o lo ahorcaría con una de las cuerdas del violoncelo?
No fue hasta que sintió sus largos dedos entre las hebras de su cabello, peinado suavemente, alisando, tomando, para cruzar los mechones hasta terminar una sencilla trenza que finalizó colocando en el hombro izquierdo del ucraniano.
Cierta noche de la navidad pasada llegó a su cabeza, como un deja vu, tan conocido y a la vez tan sorprendente y desconcertante. Esa noche todo había comenzado, entonces ¿por qué no recordarla en detalles?
Sin avisar, le tomó de la cintura en un movimiento semicircular para dejarlo frente a él y lo besó con delicadeza. Justo como aquella noche de Navidad en que se dijeron "te amo".
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Symphony |•| Fyogol |•| ©
De Todo--"Tus lágrimas son la sinfonía que rompe mi corazón." Gogol lleva tiempo divagando en la idea de pedirle algo a Fyodor; sin embargo, las dudas y demás factores (cofcofesquizofreniacofcof) no lo han hecho posible y ahora teme de que el ruso lo sepa...