El rostro que puso al escuchar la mención de la palabra "vodka" no tuvo comparación. La afición que tenía el ruso por esa bebida rozaba casi lo enfermizo. Si la botella tuviese piernas ya podía darse por derrotado, Fyodor lo dejaría por el vodka.
Habían peleado —no de manera seria— varias veces por culpa de ello; ya era una rutina: él le decomisaba las botellas y Fyodor le regañaba por cantar en la ducha y gastar toda el agua de la ciudad.
No es su culpa tener un alma en la espera de triunfar en el mundo de la música.
«Musica... »
Recordó que tenía algo que hacer.
—Por cierto, Dos-kun —lo giró para quedar cara a cara—. ES HORA DE UNA ADIVINANZA —le zarandeó—. ¡¿Adivina quién consiguió dos boletos para el concierto de orquesta en el teatro más famoso de Yokohama?! ¡¡¡Sí!!? TU PAYASO.
Y era cierto, esos boletos no fueron nada fáciles de conseguir, puesto que estaban destinados a solamente la clase más enriquecida, como ministros y empresarios. Sin embargo, la música clásica era una de las cosas que le daban placer a la vida del ruso; la otra era lo bueno que se consideraba Gogol en la cama, pero no es momento de presumir la Nikoconda. Nada que una visita sin motivos turbios a las dos de la mañana, una motosierra llena de purpurina violeta y un loco Esquizofrénico enamorado no pudiese resolver.
Le dieron los boletos a la primera, y eso que solo le había cortado un dedo.
Lo haría todo por él. Sin importarle consecuencia alguna.
De todos modos, la cordura ya se la había robado junto con su corazón.
~•❄️•~
La expresión de absoluta felicidad hacían que la sonrisa del ucraniano irradiara una luz especial; una que llenó de dulzura a Fyodor.
Incluso ignoró el hecho de haber sido sacudido como un muñeco. Se preguntaba cómo podía ser él merecedor de ese desbordante amor y esa ciega devoción.
Suaves notas musicales comenzaron a sonar en su cabeza y tuvo ganas de tocar una pieza de violonchelo. Mas se abstuvo de moverse. Por una razón inexplicable esa mañana Kolya ejercía un magnetismo sobre sus sentidos.
Culpaba a su insomnio por esos cambios repentinos en su corazón; aunque no tuviesen nada que ver.
Prestaba atención a sus palabras pero su mirada no podía más que admirar el dorado en los iris ajenos, como si estuviese hipnotizado.
Sin pensarlo le abrazó sintiendo un pequeño salto de parte del otro ante el repentino acto. Deseaba quedarse así un tiempo. Recostó su cabeza en el cuello del ucraniano, embriagándose con su dulce olor. Cerró los ojos y tomó una de sus manos entrelazando sus dedos.
Adoraba en secreto esas veces en que simplemente se recostaban para leer juntos envueltos cálidamente en los brazos del otro. Le hacían creer que le quedaba algo de humanidad. Que no era simplemente un demonio desalmado. Uno que le hiciese daño a la persona más loca pero más cariñosa y sincera que había conocido. Eso nunca se lo perdonaría.
—Esperaré con ansias ir contigo. Dejemos que la melodía nos atrape en su jaula. Tranquilo; yo tengo la llave.
~•❄️•~
—No hay mando, radio o control que dirija al corazón; una cárcel es una cárcel, le pongas o no color —recitó uno de esos versos que escribía en esas noche cuando sentía que su propia cabeza se anteponía a él, dejándolo como un solo espectador. Era su forma de dejar en el papel todas esas inseguridades y miedos que le atormentaban en secreto, pero que no le decía. ¿Si la persona que te tiene como modelo de fuerza de voluntad, se derrumba, es la que se cae en ruinas, qué esperanzas te quedan? Por eso prefería que el papel fuese su psicólogo aunque no le diese concejos de vuelta, ya que él se encargaba de mantener encerrada en una jaula, como él mismo (Fyodor) la llamó, su cordura—. Siempre has tenido la llave, Dos-kun; incluso antes de yo poseer el candado que la complementa.
Se miraron unos segundos a los ojos, segundos que se hicieron eternos y muy rápidos a la vez; segundos que eran eso, solo segundos en los que el tiempo se detenía para dejarles a ellos las riendas del universo. De «su» universo.
Nikolai fue el primero en romper aquel limbo en el que se metían, se dirigió a la alacena donde anteriormente el ruso estaba guardando las cosas del chocolate caliente que se había preparado y rebuscó algo. Lo sacó y lo puso sobre la encimera. Miró divertido al ruso, que parecía haberse puesto un poco más pálido —si eso podía ser posible—de lo normal al verlo.
—Puedo perdonar el hecho de que hayas preparado chocolate caliente solo para ti, olvidándote de mí —llevó su mano a su pecho en gesto dramático—; pero que escondas tus gominolas vitamínicas para no tomarlas no lo puedo pasar por alto —sacó una del estuche, eran pequeñas gomitas con forma de dulce; esta era de color púrpura, como sus ojos, y se la mostró entre dos dedos pulgar e índice—. ¿Ves? Son tan adorables como tú —la apretó, haciendo que se contrayera, viéndose gracioso—. Además, el ácido fólico, folacina o ácido pteroil-L-glutámico, conocido también como vitamina B9 que contienen es muy usada para tratar la anemia. Dos-kun, tienes que comer tú dosis diaria.
La cara que Fyodor le estaba poniendo era todo un poema, como si no creyese que su coeficiente intelectual no estaba a la altura de haber memorizado toda aquella sarta de palabras científicas.
—¿Qué? —preguntó con sorna—. Me leí toda la página de Google que hablaba de eso. Por ayudarte soy capaz de eso y más... —caminó hacia él, con los ojos entrecerrados; incluso se podía decir que había un brillo salvaje y juguetón en ellos. Se metió la gominola entre los labios y la recogió con la punta de la lengua, dejándola descansar allí. Tomó del mentón al de cabellos negros, alzando su rostro para verse otra vez a los ojos; pero el albino no miraba eso, sino sus labios, parcialmente húmedos y algo agrietados. Tan perfectos para él. Se acercó hasta tener contacto, comenzado un beso tranquilo y —sobre todo— sensual; con movimientos envolventes de sus labios y jugueteos de su lengua, logró pasar el dulce hasta la cavidad bucal ajena. Se separó y finalizó con un casto beso—. Como esto.
Le soltó y caminó en dirección a la sala de estar, con intensiones de subir a su habitación para cambiarse de ropa. El concierto comenzaría en la tarde, pero él tenía que salir a hacer algunas compras y arreglos. Se detuvo cuando estuvo en el marco de la puerta de la cocina y se giró.
—Oh, lo olvidaba —unió sus dedos pulgar e índice de la mano izquierda en el primer nudillo, formando un pequeño corazón—. Feliz cumpleaños, mi Fedya.
ESTÁS LEYENDO
Symphony |•| Fyogol |•| ©
Random--"Tus lágrimas son la sinfonía que rompe mi corazón." Gogol lleva tiempo divagando en la idea de pedirle algo a Fyodor; sin embargo, las dudas y demás factores (cofcofesquizofreniacofcof) no lo han hecho posible y ahora teme de que el ruso lo sepa...