~•🌌 Recuerdos de invierno 🌌•~

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Eran las notas de un piano.

Imposibles de no reconocer.

Se acercó al barandal de madera, poniendo sus manos sobre ella y mirando en busca del lugar de donde provenía la melodía.

No vio nada, pero estaba seguro que venía desde detrás del telón, ya bajado.

Se quedó ensimismado, perdido, hipnotizado por la forma sonora de una partitura tan perfecta tocada por dedos al parecer expertos. Seguía el curso en su mente, pues la conocía.

¿Y como no hacerlo?

Era su favorita: “La Danza del Hada Azucarera

Cerró los ojos, sintiendo los recuerdos picarle como lágrimas, y, por cuarta vez en la noche, se dejó llevar por los recuerdos.

Recuerdos que, en todos los casos, lo inundaban de emociones, sintiéndolo en su cuerpo y no en su mente; estando él en el pasado y no en el presente.

«Como las estaciones», concluyó.

Si tuviera que decidir y catalogar cada uno, esta, era el recuerdo de invierno. No sólo porque se desarrolló en esa época, sino por como lo hacía reaccionar:

Con un escalofrío que recorría todos sus nervios, teniendo como conductor la espina dorsal y le estremecía el cuerpo. Le enternecía, como los copos de nieve pura cayendo sobre su cabeza en la primera nevada del año; le hacía sentir amado, como el chico que le brindaba calor, siempre a su lado:

«Dejó cerrar la puerta con un click metálico y seco. Se giró, asustado de que alguien le pillase en plena travesura, aunque era imposible, sea casi media noche.

Caminó en puntillas, el ruido ahogado por la felpa de sus calcetines con estampado de gatitos, hasta que la forma de la puerta de madera negra que tan bien reconocía incluso en la oscura penumbra que se extendía por el pasillo de aquella mansión. Puso su mano sobre el picaporte y giró, con igual sigilo.

Ingresó en el cuarto.

...o eso intentó, pues del otro lado, empujaban al mismo tiempo, haciendo que saltase del susto.

—¡Dos-kun! ¡Me asustaste! Casi me da un infarto. —trató de recuperar el aire perdido en ese grito ahogado cuando vio que se trataba del ruso, que lo miraba con una ceja alzada.

—¿Qué estás haciendo a estas horas de la noche, Nikolai? —sabía desde finales de la tarde que el ucraniano se traía algo entre manos.

—¡Quiero bajar a robar comida! —exclamó, tratando en vano de no alzar la voz

El pelinegro suspiró.

—Sabes que puedes comer lo que quieras cuando quieras; aún debe quedar comida del banquete de la noche. No necesitas andar como un espía.

—Pero Dos-kun, si hago eso, nos verán. —Nikolai miró otra vez a los lados, en busca de algo que no vio.

—Nadie tiene por qué verte, porque no hay nadie aquí aparte de ti y de mí. —quería terminar con aquello y volverse uno con la frazada, se estaba congelando.

—¡¿Y las haditas del azúcar qué?! —dijo eufórico y confundido, sin una pizca de broma en su voz.

Fyodor juró que su cara debía tener tatuado en la frente "¿Es en serio?". O sea, tenían 18 años, es imposible que aún creyese en ellas. Después recordó que se trataba de Nikolai Gogol, todo era posible.

—¿Visite El Cascanueces, verdad?

—Siiiiiiiii

Y, seguido, fue arrastrado escaleras abajo por un muy emocionado Nikolai.

Symphony |•| Fyogol |•| ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora