~•☦️ Compras y trampas ☦️•~

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Desechó rápidamente el pensamiento de haber logrado escapar de los suplementos alimenticios para tratar su anemia. Sabía que era por su bien, pero aún así no disfrutaba tomarlos. Tal vez si cuidase mejor de su alimentación no tendría que incluirlos diariamente en su rutina.

La repentina cantidad de información innecesaria acerca del ácido fólico le dejó en blanco; pero unos labios sobre los suyos le devolvieron a la realidad. Un movimiento suave le introdujo la medicina, obligándole irremediablemente a ingerirla.

Antes de poder pensar en devolver el beso, Nikolai se había detenido con un gesto dulce. Quedó estático en el lugar procesando la forma tan única que tenía su pareja de hacer que le agarraste el gusto a ciertas cosas. Aunque, pensándolo bien, si era capaz de más debería de esconder más seguido las gominolas.

¡Vaya forma de motivar a un paciente!

Y, como cereza del pastel, el recordatorio de que hoy era su cumpleaños. Lo había pasado completamente por alto. Ni siquiera lo recordaba.

Sus mañanas eran así siempre. Nikolai era absolutamente impredecible. Cada despertar, cada desayuno, salida, beso, experiencia, todo era distinto cada vez. Para seres como él, a los que el aburrimiento podía resultar mortal, era un rayo de sol después de la tormenta, la aparición de las estrellas en un oscuro cielo nocturno.

Kolya era símbolo de la eternidad, la felicidad, de esforzarse por dejar atrás su turbio pasado en busca de un destino donde, aunque sus pasos estuviesen en diferentes frecuencias, caminarían juntos, un paso a la vez.

Le vio alejarse hacia la habitación bastante contento, incluso tarareaba una melodía.

Bebió de su chocolate caliente, limpió lo utilizado y se encaminó a su propia habitación (no la que usaban ambos) con intención de cambiar su atuendo.

«25 años ¿eh? Apenas parece que fue ayer que le conocí.»

Mientras se vestía se perdió en sus recuerdos y reflexiones. Al abrocharse el último botón salió en busca del gatito mimado de la casa.

~•☦️•~

Las compras se volvieron más divertidas de lo que imaginó en un principio. Creyó que la mañana circundaría alrededor de llegar a la tienda, pedir lo que deseaba y volver; pero no, la rutina se vio sorprendida en gran manera. Y él no tenía nada de lo que quejarse.

Primero vio al chico tigre corriendo por su vida por el medio de la calle principal, sin importarle el tráfico, mientas sollozaba algo. Segundos después, se vio a alguien completamente vestido de negro que parecía ir tras él mientras decía “Maldito Jinko, con mis higos no te metas”. A saber qué significaba aquello. Cuando fue a entrar a la tienda, la puerta principal —que es de cristal— fue rota debido a que cierto castaño —que identificó como el chico suicida/momia contra el que Dos-kun jugaba al Amon Us en las tardes de los domingo—, fue lanzado por su mejor amigo, el pelirrojo/jalapeño de poca paciencia.

Ah~

Yokohama seguía siendo igual de tranquila.

Dejó sobre la encimera de la cocina todas las compras. Iván se encargaría de sacarlas y acomodarlas. Nunca le resultó agradable su compañía, no le gustaba para nada la manera en la que miraba y se dirigía al ruso. El mismo se encargaría de llevarlo al bosque, enterrarlo y sobre su cadáver sembrar plantas en peligro de extensión; así nadie podría profanar aquel lugar por el bien de la biosfera.

—Ah~ iré a decirle a Dos-kun que se prepare.

Subió las escaleras de dos en dos mientas tarareaba una melodía inventada en el momento. Se detuvo frente a la puerta de la habitación que usaba el pelinegro, esa que estaba llena de trastos que a saber para qué servían. El ruso podía pasarse horas, e incluso días, ahí dentro sin dar siquiera señales de vida. Y ahí es donde él entraba: llegaba, casi siempre a media noche, con la manta de estampado de quesos que Fyodor amaba en secreto y lo cubría con ella (pues siempre se sersioraba que cuando entrase estuviese dormido), lo cargaba como un niño y lo llevaba al cuarto que compartían. Después lo abrazaba y se disponía a quedarse inmóvil, sin dormirse, aprovechando ese momento de paz e intimidad al máximo.

Por eso lo amaba, por hacer que gestos tan insignificantes como dormir abrazados, conllevase un significado e importancia gigantesco detrás.

Cada mañana...

Cada tarde...

Y cada noche...

Lo único que cambiaba en todo eso era el ciclo del Sol y la Luna sobre el firmamento, pues su amor por Fyodor Dostoyevski, no lo hacía.

O puede que sí; se hacía más grande.

Sonrió travieso al escuchar el agua de la regadera cayendo sobre los inmaculados azulejos; si algo el ruso, aparte de psicópata y anémico, era obsesivamente limpio. Fue hasta la puerta que correspondía al baño como un niño a punto de realizar una travesura, tomó el pomo y, cuidando de no hacer ni el más mínimo ruido, abrió una rendija lo suficientemente grande como para asomar la cabeza y mirar.

La cantidad de situaciones y posiciones que se le ocurrían en aquella situación.

Y no estoy hablando para nada de yoga.

La cortina estaba echada, aún así, gracias a la luz que se escurría del ventanal opuesto, podía definir bien la silueta de su pareja a través de ella; tan delicada y esbelta. Cerró los ojos e imaginó que esa maldita separación no existía, se imaginó su pálido cuerpo desnudo: lo tersa y casi enfermiza piel que se extendía por todo su cuello, con alguna que otra marca o cicatriz casi imperceptibles, desprovista de lunares, a excepción que uno en el muslo izquierdo interno, cerca de la ingle. No pregunten cómo lo sabes. Las gotas de agua escurriendose por él, dejando un camino que con gusto recorrería con su lengua. El cabello negro empapado, cayéndole por la cara como la cortina de un escenario antes de una obra.

Y es que eso era él para Nikolai.

Una obra de arte, la mejor película, una perfecta e inigualable pieza de música.

¿Saben qué? De todos modos regresó antes de lo previsto de las compras, por lo que tenían unos minutos extra antes de comenzar a prepararse para el concierto. Le daría un regalo de cumpleaños extra.

Estaba decidido a entrar en el cuarto de baño y recrear el Kamasutra con él contra la pared y el suelo de azulejos blancos, cuando, como si se lo previese todo, cesó el sonido de la ducha y se escuchó la cortina ser corrida, dejando ver al ruso con una toalla en la cintura; al parecer, estaba consciente del espionaje del ucraniano, por lo que tomó medidas disciplinarias.

A Gogol esto no le interesó, continuando en su ingreso al baño; sin embargo, con tan solo un pie dentro de él se estampó de cara al suelo.

—¡¿Quién mierda puso una trampa atrapa tontos en la puerta del baño?! —exclamó mirando el hilo de pescar amarrado a unos centímetros a ras de suelo, listo para hacer caer a quien desconociera de su existencia.

Fyodor lo miró, el albino juraría que estaba a punto de soltar una carcajada.

—Nikolai, el tonto cayó en su propia trampa.

Oh, cierto. Él había sido quién lo colocó. Jeje, error de cálculo. Lo mejor sería dejar las calenturas para la noche, se les hacía tarde y los músicos no debían hacerse esperar.

—Seré un tonto —se burló de si mismo estirando una mano para quitarle la toalla, dejándolo desnudo de imprevisto—, pero soy «tu» tonto.

Symphony |•| Fyogol |•| ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora