Helos aquí, parados a la deriva de una simple mañana.
Acoplados bajo los rayos de una aurora extraña.
Tomando cada partícula que por el cálido mistral fue arrastrada.
Mirando al cielo y gritando a la constelación más cercana,
¿A dónde te has ido, querido mañana?
Pienso en el porvenir y solo me dan migrañas.
Extraños serán los días siguientes que traerán las lunas lejanas.
Extraños los rostros que crucen al mirar por las ventanas,
viajando entre ruedas y alas,
motores oxidados y fuertes cadenas.
Angustia darán las calles divididas,
mostrando dos direcciones distintas,
Llevando a este viajero a otra autopista.
Pero, de todo ello, nada temeré;
sé que errores incontables cometeré.
Lo importante del viaje es aprender,
que siempre hay que levantarse al caer.
Sin importar lo profundo que el mar azul pueda llegar a ser.
Sin importar aquello que la colisión pueda a nosotros traer.
Despertar nos obsequia definidamente el canto de la paloma,
más el cuervo al alba nos asoma,
no hablo de aquel que se mece en las verdes jorobas,
sino de aquel que limita nuestras obras.
La muerte es eterna y verdadera,
nada necesita pero todo se lleva.
Cae a nuestro lecho desprevista,
recordándonos en un reflejo nuestra vida,
mirando al pasado cada paso,
lo que ha sido y lo que no ha podido,
lo que faltó por hacer y siempre faltará.
El futuro acabó, ya no hay más.
La muerte llegó un verano
y se llevó una vida,
una que vivió pensando en este día.
Ya no queda nada,
un sin fin de pretextos,
una aurora rosada,
unas olas pesadas,
un fuerte mistral,
el umbral abierto por un fin estival.