Capítulo I

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Entonces dejó de teclear.
Mi corazón latía a mil por hora, no podía calmar su ritmo.
¿Qué debo hacer? La única opción viable es respirar profundo.

—Señorita Diamon, que grata y puntual es su presencia esta tarde —dice de manera educada.

Me quedo callada aún con la mirada fija en la impecable alfombra que está a mis pies. Es de color negro, de un material muy fino.
No tengo permiso de hablar con él, así que me guardo mis palabras educadas para otra ocasión. No necesita que le salude.

—Acabo de saludarla. ¿No responderá?

Al parecer estoy equivocada.

—Buenas tardes, señor King —saludo cortés—. Gracias por recibirme el día de hoy, sé que es un hombre muy ocupado.

¿De dónde a salido eso?
Ni yo misma me reconozco al hablar de esa manera. La voz me sale temblorosa, muy apagada. Vale, podríamos decir que son buenos modales y nerviosismo. Espero que me pueda entender.

—Es un placer tenerla aquí, señorita Diamon—me dice con voz masculina y sensual —. Hace tiempo que no tenía una acompañante tan digna.

Mis sentidos alertas provocan que mis mejillas se llenen de color.
¿Qué me está pasando?
Yo no me sonrojo. Los halagos para mi, son cosa de todos los días y sonrojarme solo por una voz como la suya, es patético. Debo dejar el nerviosismo ya. Jonathan es el tipo de hombre que coquetea con todo el mundo, está no debe ser la excepción. En un mundo de negocios, el buen léxico y la presentación lo es todo.

—¿Está lista para firmar el contrato de sedición? —pregunta Jonathan con voz fría sacándome de mis pensamientos.

Al escuchar esa sencilla pregunta sentí como una cubeta de agua helada recorría mi cuerpo. Este hombre no se anda con rodeos. Ir al punto es lo que mejor se nos da ambos, aún que en esto momentos aún no me sentía del todo lista para tocar ese tema. Es a lo que vengo, lo sé, pero quizá un poco de charla antes de pasar al contrato hubiera ido bien.

¿En realidad estaba lista para ésto?
¿Y si al final no me gustaba como me hacía sentir?
¿Qué tanta experiencia tenía él? No puedo recordarlo.
No era hora de titubiar. Mi decisión está tomada. Debía aceptarlo ya, si quería que Jonathan fuese mi dominante, debía firmar.

—Lo estoy, señor King —respondo gratamente sorprendida de mi propia seguridad.

—Tome asiento, por favor —me pide extendiendo una mano para señalar el lugar designado.

Hago lo que dice y me relajo un poco al sentir la estabilidad del cómodo sofá individual que tiene frente a su escritorio.
De igual manera él toma asiento y desliza frente a mi unas cuantas hojas perfectamente acomodadas.

—Mis límites no están a discusión —dice sin ninguna expresión en la voz—. Soy realmente específico sobre lo que deseo y lo que no, de eso se dará cuenta muy pronto. Pero por ahora solo le pido leer con atención el contrato y comentarlo conmigo. Usted me dirá si haremos alguna modificación o si todo está bien para usted.

Este sería, para mí, el típico discurso que le daría a un candidato a sumiso. Tomaría el mismo protocolo de siempre. Agrandaría una cita por la tarde al salir de trabajo, haría una reservación en el mismo restaurante de siempre, en un balcón privado dónde solo mi sumiso y yo tomariamos un par de copas a la espera de su decisión.
Está vez pediría un plato fuerte y no solo bocadillos que calman el estómago. Ordenaría algo de la elección de  Jonathan y le pediría que coma conmigo, quizá una botella de vino y después de firmar el contrato lo llevaría a mi habitación. Eso es lo que yo habría hecho si este Adonis llegará a mi pidiendo ser mi sumiso, pero como no es así, me limito a contestar.

Sumisión de una DominanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora