Aldana se despertó angustiada. Se abrazó a sí misma aún con el pánico dibujado en el rostro. Eran casi las cuatro de la mañana y había vuelto a tener esa pesadilla. Observó espantada el dibujo de la casa que había hecho la noche anterior y encima del cual había acabado durmiéndose. Miró por la ventana y solo vio los escasos rayos de luz de luna que conseguían abrirse a través de las opacas y pesadas nubes negras por la tormenta y por la oscuridad de la noche. No llovía.
Aldana seguía abrazada a sí misma, con la mirada perdida en la oscuridad de la habitación en penumbra, llorando, helada por el miedo. Por el miedo, no a su hermano, no a la pesadilla, sino por su familia. Por su seguridad. Había algo que no podía ignorar. La casa que aparecía en ruinas en su sueño, era su casa. Por un instante, sintió cómo su corazón palpitaba con fuerza, oyó en el silencio nocturno los lentos movimientos de la sangre en sus venas al moverse con sigilo por su cuerpo. Entonces, una imagen le vino a la mente: los ojos rojos de alguien con una larga melena blanca. ¿Quién era? Esta noche le había sonreído, le había mostrado la dimensión de su boca, de sus dientes prendidos de la boca del tiempo.
Pensó que lo mejor sería volver a dormirse, esta vez en la cama. Al levantarse de la silla, sus piernas le fallaron y cayó de rodillas al suelo. Apoyó las dos manos en el suelo. Se imaginó a sí misma en esa postura con un simple pijama el pelo alborotado y despeinado, indefensa y vulnerable, mirando al suelo. Aquel suelo que la había visto nacer y crecer; que había consentido la marcha de Dierso y que ahora observaba a Aldana impasible al paso de los años. Aldana suspiró y se levantó. Antes de irse a dormir, volvió a mirar por la ventana. Estaba seria e impasible mirando a las nubes que componían el horizonte. Había vivido bien hasta ese día. Tenía el presentimiento de que la paz iba a durar muy poco...
- ¡Aldana! - Gritó su madre.
Aldana se despertó de sopetón y sobresaltada por el grito de su madre. Le dejaron cegada los rayos de sol que entraban como dioses por la venta. Se quedó boquiabierta. ¿Dónde estaban todas aquellas nubes que hace apenas unas horas no dejaban respirar a la luna?
- ¡Sí, mamá! - Respondió lo más despejada posible.
- ¡Despierta, que ya es tarde y baja a desayunar!
- ¡Voooy!
Aldana se levantó, se puso las pantuflas y la bata. Al pasar por la mesilla, se quedó petrificada. Eran las doce del mediodía. Era inreíblemente tarde. Cómo podía haberse quedado dormida hasta tan tarde.
Bajó a la cocina. Su madre la escrutó con la mirada.
- ¿Qué es eso de dormir tanto, niña? - La increpó con voz enfadada nada más verla con cara de sueño y tan despeinada.
- Lo siento, mamá. Me desperté durante la madrugada y tardé en volver a dormir.
- Desayuna, anda.
- Gracias, mamá.
Suspiró para sí del alivio. Ingrid, su madre, había optado por no enfadarse. Era tarde hasta para comer. Evidentemente su madre solo le permitió tomarse un vaso de leche y una galleta.
- Mamá, esto es poco.
- Haberte levantado antes.
Acabó de desayunar y subió a su habitaión. Se vistió y pensó. Debía descubrir si el sueño de la casa que la atormentaba era una estupidez, un hecho en el pasado o una visión futura.
[¡Espera!, pensó, todas las familias, tienen un libro de familia o un diario que relata todo lo relacionado con la familia a lo largo de las generaciones. Mi familia también tendrá que tenerlo.]
Bajó las escaleras de nuevo y buscó a su madre. La encontró en la cocina. Se sorprendió al ver a su hija tan despierta, de repente.
- Mamá, ¿puedo hacerte una pregunta?
- Sí, claro. Dime.
- Nuestra familia posee un libro de familia, ¿no?
- Sí. Lo teníamos.
- ¿Cómo que lo teníamos? ¿Ya no? - Preguntó Aldana alterada.
- No, ya lo siento. ¿A qué se debe tanto interés?
Aldana suspiró sonoramente.
- Me gustaría saber la historia de nuestra familia. ¿No sabes dónde puede estar?
Ingrid miró con seriedad su hija y le susurró:
- No cariño. Lo siento mucho, ese libro se perdió en el tiempo. Pero es mejor no tenerlo ya aquí.
- ¿Por qué es mejor? - Aldana estaba visiblemente preocupada por las palabras de su madre. En ese momento, un escalofrío reorrió su cuerpo. En su mente se conectaron el recuerdo del sueño y las palabras de su madre.
- Porque... bueno, no todos son alegrías. Y en ese libro, no abundaban precisamente.
- ¿Sabes qué contenía el libro?
- Tengo conocimiento de alguna parte, pero prefiero no recordarlo.
- Vale, bueno, gracias. Por cierto, has dicho que ese libro se perdió en el tiempo. Sin embargo, sabes algo de lo que contenía. ¿Cómo es posible?
- Aldana, no importa eso. Me lo contaron. Pero, escúchame - Dijo con urgencia y alterada cogíendo su mano.
- Dime - Respondió Aldana tranquilamente.
- No busques en el pasado ni intentes encontrar ese libro. Solo te traerá desgracias.
Aldana tragó saliva. Sabía que no iba a cumplir la petición de su madre. Necesitaba hurgar en las cicatrices aún abiertas de lo que pareciá ser un negro pasado.
- Vale, mamá. No te preocupes.
- Gracias, hija.
Aldana subió a su habitaión y se encerró a pensar en lo hablado con su madre. Sin embargo, en la cocina, Ingrid lloraba. Descubrió por a las preguntas de su hija que había tenido una pesadilla. Esa pesadilla que a ella la había atormentado durante tantos años. No iba a permitir que su hija cometiese el mismo error en el que cayó ella cuando intentó buscar el libro familiar.
- No voy a dejar que pase por eso ella también. Lo impediré aunque tenga que hacer alguna locura. No se merece esa desgracia. No merece sufrir. No lo permitiré. - Susurró para sí misma con los ojos envueltos en lágrimas, desesperada.
En ese momento, su corazón maldecía el pasado, lloraba por el presente y se preparaba para afrontar el futuro. Levantó la cabeza, miró por la ventana y dijo en voz alta y clara:
- No te la llevarás a ella también.
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Estrellas entre Las Sombras
Mystery / ThrillerAldana vive con sus padres en una casita a las afueras de Mittenwald, en Alemania. Allí viven los tres con el peso de la fuga de Dierso, el hermano pequeño de Aldana, hace seis años. Una huida sin sentido que trajo una enorme tristeza a la familia y...