Capítulo 9: Amigas

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La tarde pasaba tranquila y lenta, Aldana observaba con una ligera sonrisa las casas y los campos, que desde su casa se perfilaban de distintos colores según avanzaba el día mientras la luz les acariciaba suavemente junto con la dulce brisa de la primavera, que desprendían un verde color entre el tenue color gris del cielo. Por una vez, Aldana se fijaba en lo que rodeaba, en los colores, en las flores, en la luz que había por todas partes y no en el inmenso e infinito cielo que la miraba siempre con impasibilidad y con ojos, parecía, de sabio adivino del tiempo. Siempre andaba preocupada de las nubes, más negras o más claras que turbaban su estado de ligera felicidad, convirtiéndolo en una solemne preocupación. Esta vez disfrutaba de las vistas, que desde su ventana se podían admirar, de la vida, normal y cotidiana de las afueras del pueblo de Mittenwald donde ella vivía.

Esa tarde iba a quedar con Alice después de tanto tiempo, después de tanto sufrimiento, tantas lágrimas envueltas en recuerdos, tanta ira contenida hacia lo desconocido, hacia la ausencia de aquella persona que ha visto nacer, crecer y que un día, se va. Desaparece. Porque sí. Sin más. Aldana siempre desde aquel día pensaba en cómo era posible que una sola persona, pequeña, un solo ser que molestaba y siempre quería hacer travesuras podía causar tanto dolor cuando sabías que no iba a volver, que su presencia se había ido dejando a la ausencia en casa, alentando a la soledad a visitar su casa, su pueblo, su familia y... a ella.

Todo esto, de una manera u otra era lo que desde ese momento Aldana pensaba una y otra vez, hasta que unas terribles pesadillas empezaron a azotarla de dolor y de terror. La noche, el único momento del día en el que la huida de su hermano no la atormentaba. Y aun así, no podía disfrutar de la felicidad de dormir y soñar. Y todo esto, aun con siete años de diferencia, de pasado, de divino presente y de esperanzador futuro.

Sobre las cuatro y cuarto de la tarde Aldana comenzó a prepararse para ir con Alice. Se vistió tranquilamente, se peinó y se puso un lazo en coleta que encontró en un pequeño armario junto al lavabo. Bajó a la cocina donde se puso el abrigo. Se dispuso a salir por la puerta, cuando oyó la voz de su madre muy cerca de ella.

- ¡Aldana! ¿A dónde vas tan pronto?

- Ah, hola mamá. Salgo porque he quedado ahora en cinco minutos con Alice en la puerta de su casa. Ya sabes que vive muy cera.

- ¡Anda! Qué sorpresa. ¿Cuánto hace que no os veis?

- Pues... mucho.

- Bueno, bueno. Me alegro mucho. Pasároslo muy bien e intenta llegar para la cena. Si no, avisa a tu padre con un mensaje. Ya sabes que las llamadas no son lo nuestro - confesó Ingrid con una media sonrisa.

- Lo sé, mamá. No te preocupes que os aviso. Adiós.

- Adiós hija.

Salió Aldana cerrando con cuidado la puerta de su casa y, echando un último vistazo a su madre. Se sorprendió al verla con los ojos tristes, pero con una sonrisa aparentemente feliz. No le dio más importancia y salió a ver a su amiga Alice.

- ¡Hola Alice! - Saludó desde lejos Aldana al verla ya en la entrada de su casa un minuto antes de la hora, como siempre.

- Hola Aldana, ¿qué tal? ¡Cuánto tiempo!

- Sí, lo sé. Veo que no has perdido tu costumbre de llegar antes de tiempo a las citas.

- Claro que no, hombre. Eso es una costumbre.

- Sí, como la que teníamos nosotras de quedar... - susurró Aldana.

- ¿Qué? Venga ya, eso fue por lo que fue. Pero ya es hora de que te animes, hombre. Si Dierso no va a volver, tú no puedes seguir destruyendo tu vida y tus sueños. Debes seguir adelante con una sonrisa siempre y tu buen sentido del humor.

- Gracias, Alice. De verdad, eres de gran ayuda.

- Cómo me gusta que, de vez en cuando y siempre conmigo, dibujes al menos una vez esa sonrisa que tanto me gusta y que tantas veces has perdido. Por favor, te lo pido así, sonríe. Es lo más bonito que hay y a mí me encanta. - Susurró Alice en voz baja frente a Aldana que la miraba casi sollozando.

- Venga, vamos a pasear por el campo. Está nublado, pero por lo menos hace calor. Cuéntame qué tal estás. Sobre todo con el tema de que en diez días, creo, es el aniversario de la huida de tu hermano... ¿o me equivoco?

- Sí, eso me temo.

Aldana y Alice comenzaron a andar tranquilamente por la zona de hierba alta, justo detrás de unas casas. Sólo se veía un camino infinito de tierra y otro de hierba hacia las montañas entre los enormes charcos de flores que pintaban el paisaje gris, reflejo de la soledad del cielo.

- Bueno, no te preocupes. Además, ahora que hemos vuelto a tomar contacto, el día del aniversario, si quieres quedamos y te vienes a comer a mi casa. Lo que me falta es que si he conseguido que hoy sonrías, en diez días te vuelva a ver con ese careto de "mamá, no me des berenjenas que las odio".

- Jajajaja, a mí no me disgustan.

- Pues no te entiendo, entre que no son muy bonitas y que huelen mal... Buuufff qué horror.

Se miraron sonriendo y acabaron riéndose a carcajadas a cuenta del ejemplo de las berenjenas. Durante unos minutos más siguieron andando. Al cabo, llegaron a un banco, un poco alejado de sus casas y se sentaron. De repente, las nubes se oscurecieron. Aldana y Alice se miraron sorprendidas y se cogieron de la mano. En ese momento, una ráfaga de viento gélido las heló, pero algo traía consigo, que más que de frío, las heló de miedo...

Estrellas entre Las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora