Capítulo 4: Fatídico adiós

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Aldana pasaba cerca de la casa de sus vecinos cuando la señora Aigner la vio por la ventana y salió corriendo.

- ¡Aldana! ¡Aldana! - gritó lo más alto que pudo, aunque no se la oía por la gran fuerza del viento, los truenos y los rayos.

De repente Aldana vio su reflejo gracias a un relámpago y fue lo más rápido que pudo a su casa.

- Hola señora Aigner - dijo Aldana.

- Hola, cariño. ¿Por qué has salido de casa con este temporal? Tus padres están aquí con nosotros. Ven, entra, que estás empapada.

Aldana entró en la casa cuando su madre salía del salón a verla.

- Aldana, ¿por qué has salido de casa tan tarde y con esta tormenta? ¿No ves que es peligros? Además, ¿no habrás dejado a tu hermano sólo?

La niña empapada y tiritando comenzó a llorar. Alexander salió del salón junto con el señor Aigner.

- Pequeña, ¿por qué lloras? Ya está todo bien.

Aldana lloraba y lloraba. No podía pronunciar esas palabras que sabría no querían oír sus padres.

- Mamá, papá, señores Aigner... Dierso, Dierso se ha ido. - Y rompió a llorar a lágrima viva sin posible consuelo.

- ¿Co-Cómo? - Gritaron los cuatro al unísono.

- ¡¿Qué estás diciendo?! - Le gritó ahora su madre. - ¿Cómo que se ha ido?

- Sí, mamá. Ha dejado un mensaje para nosotros en el móvil. Cuando me he levantado no estaba conmigo, le he buscado por toda la casa, pero no estaba. Sólo quedaba la puerta de casa abierta de par en par. Estoy muy asustada.

Su madre, con los ojos enrojecidos y la voz rota le dijo:

- Léenos el mensaje.

Su hija se lo leyó a los cuatro. Cuando terminó, nadie habló. Sólo se oía el retumbar de los truenos alejándose y dando paso a la lluvia torrencial.

- Lo siento mamá. No... No sé cuándo se habrá ido.

- Cariño, no te preocupes. Tú no tienes la culpa.

Se miraron los cuatro mientras Aldana sollozaba en silencio.

- Vamos a poner carteles de búsqueda y a avisar a la policía para intentar encontrarle. Quizá aún no sea demasiado tarde. - Dijo Alexander.

- Muy bien, nosotros os ayudaremos. - Dijo la Señora Aigner.

Cornelia llevó a su hija a casa y se quedó con ella para que no estuviera sola mientras su marido y los señores Aigner iban al despacho de policía a contar lo que había pasado.

- Mamá, ¿por qué se ha ido Dierso? - Preguntó Aldana aún confundida mientras se metía en la cama.

- No lo sé, cariño. Pero le encontraremos. Te lo prometo.

- Vale, hasta mañana.

- Vale. Duérmete mientras yo voy al pueblo con papá y los vecinos. Te dejo sola un rato, pero volveremos en breve. No te va a pasar nada.

- Vale mami.

Cuando Cornelia se aseguró de que su hija se había quedado dormida entre sus lágrimas y la fría ausencia de su hermano a su lado como tantas otras noches de otoño, salió sigilosamente y corrió a encontrarse con su marido.

Llegó a la comisaría de policía, entró y les encontró en la sala de espera.

- ¿Qué os han dicho?

- Que ahora envían la patrulla y ponen los carteles. Tanto en el pueblo como en los alrededores más próximos.

- Perfecto.

El pueblo se enteró en un abrir y cerrar de ojos de lo ocurrido. Todos intentaban consolar a la familia Schnitzler, Cornelia, Alexander y Aldana.

Pasaron los días, pero nadie sabía nada, nadie le había visto. Las noticias del pueblo dejaban de hablar sobre ello hasta que el tema desapareció de la mente de todos. Los carteles de búsqueda colgaban casi despegados y rotos por el paso del tiempo. Sólo la familia Schnitzler recordaba ese suceso, aunque lo tomaran como una pesadilla, un mal sueño que no querían recordar. Todos los objetos personales de Dierso se trasladaron al sótano y no volvió a abrirse más. A partir de ahí, la felicidad, hasta ese momento reinante en la familia, dejó de existir.

Estrellas entre Las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora