Empieza a surgir el mar por nuestra izquierda. El GPS del coche de Iris nos avisa de que quedan pocos minutos para llegar a nuestro destino. Son cerca de las 20h cuando llegamos a la casa.
Es tal y como se veía en las fotos. Con la fachada de madera blanca y ventanas azules, la casita de dos plantas se encuentra a escasos 50 metros del mar. Aparcamos en la puerta delantera, donde se encuentra la dueña, una señora de unos 50 años con el pelo blanco que nos espera con una sonrisa. Todos nos bajamos, y mientras Iris y Jimena se acercan a hablar con ella y recoger las llaves, los demás nos encargamos de bajar el equipaje. Cuando termina, la señora pasa por nuestro lado y se despide de todos. Iris nos mira a todos agitando las llaves y pegando saltitos. Por fin empieza nuestro fin de semana.
El que nos cambiaría a todos.
Cuando entramos, todos nos quedamos asombrados. Toda la primera planta se encuentra abierta, conectado el salón, la cocina y el comedor. Justo enfrente de la puerta, se encuentra una zona con un sofá cheaselong y otro de tres plazas, ambos blancos; con una mesita de café de bambú delante y una televisión enorme en la pared. Justo al lado, se encuentra una enorme puerta de cristal, desde la que se ve el mar. Tenemos acceso directo a la playa, y eso es una pasada. A la derecha se encuentra la pequeña cocina con barra americana, con los muebles de color azul turquesa y blanco. La mesa y sillas de comedor son blancos también. Las paredes están recubiertas de un papel con dibujos de hojas de palmeras.
Al fondo de la cocina hay un pequeño baño y, al lado, las escaleras a la segunda planta. Antes de subir y ver las habitaciones, decidimos dejar las bolsas de la compra en la cocina y guardarlo todo, sobre todo la comida congelada y las bebidas. Mientras Jimena, Iris y yo nos encargamos de guardarlo todo, Pablo y Carlo continúan entrando con bolsas y maletas. Estas últimas las suben al piso de arriba.
-¡Oleeee mis chicos fuertes!-escucho decir a Uli. Está sentado en el sofá, mirando el móvil.
-¿Cómo que ole?-Pablo se para frente al sofá, con una maleta en las manos-levanta el culo y ayuda en algo. Por cierto, ¿y Paco?
-Está en el baño-respondo-dice que se encontraba mal.
-Es verdad, se ha mareado por el camino...-añade Pablo-no me extraña, esta carretera está llena de curvas.
Antes de subir por las escaleras, Pablo le lanza una mirada asesina a Uli para que este se levante, pero este le saca la lengua y sigue a lo suyo. Qué perro es. En ese momento baja Carlo por las escaleras, encontrándose con Pablo.
-Ya están todas, relájate ya-le dice Pablo. Carlo levanta el pulgar y se acerca a la cocina.
-¿Queda mucho por aquí?-pregunta, mirándonos a Iris, Jimena y a mí.
-Nada, todo averiguado-responde Jimena-¿subimos a repartir las habitaciones?
Antes de subir, meto las últimas cervezas que quedaban fuera en el congelador. Subimos todos las escaleras, menos Ulises. Las escaleras son de caracol, y creo que es lo único que no me gusta de la casa. Las habitaciones son todas del mismo estilo que el resto de la casa: muebles y sábanas blancas, cortinas de color turquesa, y dos de ellas tienen ventanales con vistas al mar. Son una pasada. En una de las habitaciones hay un baño privado, y en el pasillo otro.
-A ver, ¿cómo lo hacemos?-pregunto-para dormir estos días.
-Qué más da, si cuando llegue la noche cada uno va a dormir con quien quiera-responde Iris, alzando la ceja y mirando de reojo a Pablo y Jimena, que están hablando y riéndose en una de las habitaciones.
-Pero tendremos que dejar el equipaje en algún sitio...-respondo.
-Lo dejamos todo en la habitación más grande, y luego que cada uno duerma donde quiera.
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Tras la barra de Julia
RomanceJulia comparte piso con sus tres mejores amigxs: Ulises, Iris y Jimena, a cada cual más loco de la cabeza. Además, trabaja con Iris en una cafetería, el Roma Caffè. Julia acaba de salir de una relación tóxica, y no quiere volver a saber nada de los...