┃𝟎𝟒┃

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ʟᴏs ᴘᴀsᴏs ᴅᴇ ʟᴀ ɢᴇɴᴛᴇ sobre la acera hacían eco en la turbidez de sus pensamientos. Su glauca mirada se había quedado estática sobre un punto en específico, se paseaba por cada una de las personas que pasaban frente al edificio.

Parpadeó varias veces seguidas cuando sintió un mano que daba un suave toque sobre su hombro en un intento de llamar su atención.

Allora... e tu?

Una tímida voz femenina rompió el silencio en el que se había sumido el ambiente entre los dos, seguido de una pequeña y casi imperceptible risa.

—¿Ha sido... un año difícil?

Antes de que alguna frase se interpretara de manera correcta en su mente, ella pregunta, y él a penas alcanza a asentir con la cabeza.

—Lo ha sido.

Le respondió y giró la cabeza para verla por primera vez después de un buen rato. La italiana imitaba su posición anterior: parada completamente erguida y con su vista hacia el frente, parecía tener toda su atención sobre el mismo punto.

Fue hasta ese momento que se dió la libertad de observarla con detenimiento. Y solo entonces fue capaz de llegar a una curiosa duda que no tardó en salir por su boca.

—¿Qué le sucedió a la guedeja blanca?

Algo parecido a un sonido de sorpresa abandonó los lados de la fémina. Quien de inmediato llevó una de sus manos a su cabeza y entrelazó sus dedos en su hermosa cabellera, siendo objetivo de la mirada curiosa del mayor.

—Me... pongo tinte... desde hace mucho. —le explicó ella, parecía levemente avergonzada, como si hubiera sido descubierta haciendo algo que no debía.

Y en parte era así, ¿teñirse el cabello? "¿Por qué _________ haría eso?" pensaba él mientras su expresión mostraba desconcierto.

—Y creí que le causaba pavor. —recordó ella con cierto tono de burla y le miró con una ceja alzada.

—Era... distintiva. —admitió Heller en un leve murmuro.

Un pequeño sonido de incredulidad se escuchó por parte de la fémina a su lado.
Si bien era cierto que aquel pequeño detalle en el cabello de Lirio le causaba cierta incomodidad al principio, con el tiempo aprendió a apreciar ese mechón —producto de una poliósis hereditaria, según ella le contó— que hacía un desorden interesante en sus hebras.

—Hábleme de usted. —pidió Mordecai una vez sintió menos denso el ambiente. No pudo evitar soltar una ansiada interrogante—: ¿Cómo le ha ido en la vida?

Acciaioli dió un leve suspiro y se quedó callada por un momento. Al parecer había querido evitar esa pregunta durante una buena parte de toda la conversación.

—Ahora estoy bien, supongo... —ella alzó los hombros. Su voz demostraba cierto grado de desinterés—. Vivo en Texas, tengo tres hijos, un pequeño negocio en el centro...

Él escuchaba con atención esas palabras, ni siquiera intentó disimular la mueca que aquella revelación hizo formar en sus rasgos, no iba a negar que lo tomó desprevenido.

Estaba seguro de que su propia cara era un poema. Aunque, por otro lado, era más que evidente que Acciaioli estaba tratando de contener una ansiada risa que deseaba salir a como de lugar.

—Y un rancho con caballos. —en ese momento ella por fin se soltó a reír, dando por hecho algo que él ya sospechaba.

—¿Y sus hijos son de tres matrimonios diferentes? —preguntó Heller con el mismo tono de serenidad, ahora conciente de la falsedad en las palabras de la italiana.

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