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Recién llegando a Ecomoda, lo primero en lo que Marcela pensaba era encontrarse con Armando.

Odiaba pensar en la posibilidad de perderlo, aunque muy por el fondo y sin quererlo aceptar, sabía que no perdería demasiado.

Buscaba al presidente, quien unos minutos antes había escrito una nota amorosa a su "desconocida" amante. Una vez después de ponerla en la oficina de Beatriz, salió directo a la oficina del Vicepresidente Comercial, quien lo llamaba.

Marcela se adentró a Presidencia. No había señal de su prometido por algún lado, ni de su asistente, por la cual, al pasar los días, dejó de sentir odio.

La manera en la que la había tratado al salir del restaurante, le hacía pensar que aunque no se llevaran bien, ella podía hacer eso de lado un momento con tal de ayudar a alguien.

Eso le removió muchos sentimientos.

Entró a la bodega que se usaba como oficina de Betty. Miró los detalles de la misma, al parecer Beatriz se había tomado el tiempo de agregar unas pequeñas decoraciones.

Un detalle sobre la mesa llamó su atención.

— ¿Su novio viene a dejarle cartas?– preguntó para sí misma al ver la carta y los dulces sobre el escritorio.

Bajo un extraño sentimiento y un impulso imposible de evitar, tomó la tarjeta y la leyó.

Te estoy sintiendo tan distante, tan extraña, aún no puedo creer que haya sido tan indiferente para ti el que hubiéramos perdido nuestra noche, cuando para mí fue perder otro instante maravilloso. Te deseo, mi cuerpo te extraña, y no voy a soportar hasta la otra semana para recuperar la noche que perdimos.

Un beso.

Armando.















Frunció el seño.


Se sentía mareada.

Y al reaccionar, ya se encontraba sentada en la silla de Beatriz, y con ésta última ofreciéndole un vaso con agua.

Se trataba en realidad de un té. Beatriz la había encontrado casi de la misma forma en la que Catalina Ángel la había encontrado a ella cuando descubrió el engaño de Armando.

Su maquillaje estaba completamente arruinado por todas las lágrimas derramadas por la Valencia. Se sintió desorientada, de repente se preguntaba qué había pasado, y luego por fin pudo escuchar a Beatriz.

— Doña Marcela, ¿se siente mejor?

Tenía una voz apagada. Pasaron unos cuantos segundos antes de la respuesta de Marcela.

— Es usted– dijo casi en un susurro.

Beatriz, que estaba de pie, bajó la mirada. Se sentía fatal el haber dañado a esa mujer. Todo por un hombre que no valía la pena. Que no merecía a ninguna de las dos.

— Doña Marcela...– la mencionada interrumpió.

— ¡Es usted!– alzó la voz con rabia.

Golpeó la mesa fuertemente. Se dejó caer en el escritorio, dejando salir sus lágrimas sin ninguna represión.

Sollozaba, clamando por una razón, por una explicación.

Beatriz no evitó derramar un par de lágrimas en silencio. Mantenía la cabeza baja, avergonzada.

Su odio por Armando peleaba contra el amor que sentía por él, su corazón quemaba, y eso la hacía dudar entre contarle todo a Marcela o esperar un poco.

Pero bueno, al fin y al cabo ya se había enterado.

— ¿Por qué?– preguntó entre sollozos.

Beatriz no contestó.

— ¡¿Por qué?!– se abalanzó contra Beatriz, tomando con firmeza sus hombros.

— Doña Marcela, yo– titubeó– yo lo amaba también.

Su rostro se giró hacia un lado rápidamente. Marcela le dió una bofetada.

— ¡Usted no tiene vergüenza!

Salió hecha una fiera, dispuesta a matar a Armando en cuanto lo viera. Su corazón hecho trizas, la hacía no medir sus impulsos, llamando la atención de las secretarias camino a su oficina.

Una vez dentro, aseguró la puerta y se dejó caer en la silla del escritorio.

Sus lágrimas se derramaban automáticamente. Deseando no haber vuelto de Palm Beach. Deseando ir a casa y no salir de ahí. Deseando no haberse comprometido con Armando.

Mientras que en Presidencia, Beatriz se encontraba en la misma posición frente a su computadora. Su mejilla revelaba un ligero color carmesí gracias al impacto del golpe de Marcela, aunque eso le importaba poco. Le asustaba el hecho de lo que pasaría después, con ella, con Armando... Con Marcela.

— Beatriz, de casualidad usted...– Armando entró a la oficina de Beatriz despreocupadamente, hasta que notó la forma en la que se encontraba.

— Betty, ¿qué le pasó?– se acercó rápidamente a ella.

Ella no respondió.

— Betty, ¿quién le hizo eso?– preguntó preocupado, pero con un tono molesto que se hacía cada vez más presente entre sus palabras.

— No es nada, Doctor– respondió cortante, alejando su rostro del Mendoza.

— ¿Nada? ¿A usted qué le pasa últimamente? ¿Por qué no me quiere decir?

— Déjeme sola doctor, tengo trabajo– se levantó y le dió la espalda.

— Betty...– fue interrumpido.

— ¡Déjeme sola!– exclamó.

Armando, confundido, salió y cerró la puerta. Se detuvo un par de segundos frente a la puerta de la pequeña oficina, con una mirada que reflejaba tristeza y desesperación.

Las cosas empezaban a cambiar de una manera drástica.

Divina (Betty×Marcela)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora