XII

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Karma tarareó levemente mientras bajaba del auto, había llegado diez minutos antes de lo planeado, pero las ansias estaban comiendole desde adentro.

—¿De nuevo aquí, niña?

La pelirroja giró el rostro y sonrió cuando se encontró con el mismo omega de siempre.

—Buenas tardes, señor. —saludó sentándose a sus pies. El omega revolvió sus cabellos con confianza, Karma ensanchó su sonrisa, curiosa por la muestra de afecto.

—Me llamo Jeremy, está bien si me llamas así. —aseguró devolviendole la sonrisa alegre.

—Yo soy Karma.

—¿Karma? ¿De verdad te llamas así? —el hombre se apoyó en su carrito de helados y la miró con las cejas alzadas, la pelirroja asintió, acostumbrada a las reacciones sorprendidas cada vez que se presentaba. —Es un bonito nombre, aunque un poquito peculiar.

—Mi madre omega lo eligió, supongo que hay algo que quería recordar cada que viera mi cara. —se encogió de hombros y buscó colocarse bajo la sombra que aquel hombre causaba contra el muro.

—No lo dudo, pero el Karma no es necesariamente malo, lo sabes, ¿cierto?

Karma sonrió arrugando su nariz. —Madre Alfa me decía lo mismo de niña. —el omega llevó de nuevo la mano a los cabellos rojos y acarició suavemente.

—Bueno, el nombre te queda bien, estoy seguro de que eres del Karma bonito, así como tu carita.

—No sé sobre eso. —negó conteniendo una mueca, sin embargo, el omega pareció leerla con facilidad.

—El Karma no es bueno para todos, pero siempre lo será para aquellos que lo merecen, como ese niño de ahí, ¿no crees? —la pelirroja levantó la mirada, siguiendo los ojos del hombre para poder enfocar al pequeño Samír abrazando su mochila y mirando a su alrededor.

—Eso espero, señor Jeremy. —se levantó y sonrió con un vago gesto melancólico. —Realmente quiero ser el Karma bueno esta vez.

—Entonces lucha por serlo.

...

Samír apretó la mochila contra su pecho, buscando la manera de sentirse menos angustiado, de momentos aún sentía como se le apretaba la garganta. Su lobo se mantenía alerta, más asustado que otra cosa.

Solo quería que Karma se apresurara a llevarlo a su casa para poder encerrarse en su habitación y poder dejar que su lobo descansara de todo ese estrés acumulado por estar rodeado de tantos aromas.

Sin embargo, al mismo tiempo quería que ella no llegara, desde lo que había pasado la última vez, temía que su lobo no soportara estar en un mismo lugar junto a la Alfa.

Samír no sabía porque había hecho aquello, pero no pensaba que hubiera sido con la intención de causarle un ataque de pánico, ¿por qué Karma querría algo así?

El omega tampoco sabía mucho sobre ese tipo de cosas, probablemente había enfermado la semana en que enseñaron ese tema en la escuela, y sus padres, aunque estaban muy emocionados por lo que creían que sería su hijo, no se tomaron la molestia de investigar y hablar con él.

Incluso su primer celo había sido todo un caos, los supresores no habían sido los correctos y él había estado muy asustado. Samír pensó que tal vez debería buscar en internet un poco sobre eso, por lo menos para poder sobrevivir a su segundo celo.

—Samír. —el omega se giró sobresaltado, se encontró con Karma sonriendole levemente, con las manos dentro de los bolsillos de su pantalón y el largo cabello rojo desordenado. —¿Listo?

El chico asintió, negando después, cuando la mayor le tendió la mano, esperando a que le diera su mochila, Samír no tendría problema en permitirle ese gesto cualquier otro día, pero esta vez necesitaba ese pequeño muro entre él y los demás. Agradeció internamente que Karma respetara eso y mantuviera su distancia.

No hablaron mucho, la Alfa podía notar la postura tensa y nerviosa del omega, estaba segura de que su lobo se mantenía a la defensiva, no le sorprendía después de la reacción que había tenido después de que quisiera darle un poco de su aroma.

Karma jamás se había sentido más estúpida, habían sido sus instintos, pero, para sus 17 años, cualquiera diría que ya sería capaz de controlarse a si misma y razonar sobre lo que era correcto y lo que no.

Samír se lo había dicho, había sido bastante claro cuando le mencionó que tenía dos padres beta, unos que venían de familias conformadas por betas, familias en las que nadie tenía porque preocuparse de celos, aromas y un lobo interno.

Y aún así, aún sabiendo todo eso, Karma había querido marcarlo sin su permiso, sin avisarle siquiera. Había querido alzarse por sobre el lobo del omega como si tuviera el mínimo derecho de hacerlo. Lo había hecho con la intención de sentirse más segura, lo había hecho pensando unicamente en ella, tan egoísta.

—Yo.., lamento lo del otro día.

Mientras la alfa conducía en dirección a la casa del menor, decidió que lo correcto era brindarle una disculpa, e incluso tal vez aclarar una cuantas cosas que seguramente el omega no sabía.

Samír se encogió en el asiento del copiloto, avergonzado de recordar ese penoso evento.

—No sé qué tanto sepas sobre esto. —continuó la mayor. —Pero lo que pasó no fue tu culpa, y la manera en que reaccionó tu cuerpo es completamente normal.

El menor la miró de reojo, y murmuró con timidez, porque él tenía muchas preguntas, estaba confundido, asustado. —¿Lo es?

—Sí, lo que haces ahora también lo es, no estás haciendo nada malo si de esa manera te sientes más seguro. —aclaró. —Lo que pasó fue un error mío, no estaba pensando y la cagué, lo siento.

—¿Por qué lo hiciste?

Karma hizo una mueca avergonzada. —Fue cosa de mi lobo, lo hice para sentirme más segura, no tomé en cuenta el que tú no hubieras recibido el aroma de nadie antes y fui muy brusca.

Samír asintió, aunque la verdad es que no estaba entendiendo ni la mitad de las cosas que la alfa le decía. ¿De qué forma hacer eso la haría sentir más segura? No tenía sentido.

Sin apartar la mirada de en frente, la chica dirigió una mano a los asientos traseros, tanteando hasta encontrar una sudadera de color blanco que había llevado para él.

La dejó sobre las piernas delgadas de Samír y suspiró. —Tal vez es muy pronto para ti, pero espero que esto te ayude un poco.

El omega la miró curioso, soltando por un momento su mochila para extender la sudadera, era suave y se notaba que era calientita por dentro.

—Es de mis favoritas. —mencionó Karma, estacionando frente a la casa amarilla del menor. —Tiene mi aroma, si pasas un tiempo con ella, te ayudará a acostumbrarte, así no tendrás otro ataque.

Samír abrió los ojos sorprendido. —¿De verdad?

—Bueno... —la alfa se encogió de hombros. —Es lo que se hace con los cachorros, familiarizate con mi aroma y recibir el de otros ya no será tan difícil, por lo menos hasta que tu lobo madure.

Aunque no estaba en los planes de Karma dejar que alguien más brindará su aroma a su omega. Samír miró la sudadera con duda.

—Es solo una sugerencia. —volvió a hablar la pelirroja. —No voy a obligarte a aceptar mi olor, pero creí que, no sé, tal vez, ¿quisieras intentarlo?

El omega asintió, abrió la puerta y con medio cuerpo fuera del auto se giró con las mejillas rosas.

—Gracias.

Di que me aceptasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora