▪ OCHO ▪

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Una gran capa de nieve se extiende por la ciudad.

Las cortinas blancas atrapan los primeros rayos de luz en la tranquilidad de mi habitación. Puedo oír el camión de la basura cerca del adosado, supongo que en parte abriendo camino a los viandantes de camino al trabajo.

Alanah duerme profundamente a los pies de la cama. De nuevo se quedó hasta tarde despierta en una videollamada con su novio Charles. El futuro abogado de Stanford pasó la navidad en el sofá del salón, la zona más visible para la eficaz vigilancia del padre de Alanah. No hace falta mencionar que no es precisamente de su agrado. Cualquier arrumaco entre los tortolitos provocaba que su cuello se tensase.

En estas dos semanas, me he acostumbrado a despertarme antes del amanecer. Básicamente, me dedico a contemplar el techo hasta que por fin suena el despertador. Por enésima vez mi cerebro trata de buscar una solución, aparentemente inexistente, al embrollo en el que me he metido. No hay salida posible sin que afecte a una de las partes.

Envuelta en la mullida bata que tejió mi abuela, bajo las escaleras hacia la cocina. Hiervo agua en la tetera de cerámica que compré en Londres y coloco una de las bolsitas de té en una taza. El olor a canela y cardamomo inunda mis fosas nasales a medida que la lleno.

Algo capta mi atención en el exterior. Doy unos pasos hasta la puerta acristalada que da al jardín trasero. Y es entonces cuando me percato de la presencia de Noah. Sentado en las escaleras, de espaldas a mí, envuelto en una manta.

Tras meditarlo, decido abrir la puerta. El frío se adhiere a mis mejillas mientras camino hacia él con dos tazas de té. Me detengo a su lado y, al darse cuenta de mi presencia, alza la cabeza confuso.

—La oferta no durará mucho, Ianson—extiendo el brazo tendiéndole una de las tazas.

Se lo piensa unos segundos hasta finalmente sostenerla. Da un sorbo a la vez que me siento a su lado manteniendo la distancia.

—Gracias.

—Es agradable—digo presenciando el cielo aún teñido de rosa.

Oímos el canto de algunos pájaros a lo lejos y casi puede percibirse el tráfico Boston despertándose. Caliento mis manos en la taza.

—Te preguntaría por los exámenes, pero creo que ya conozco la respuesta—continúo.

Es muy probable, por no decir evidente, que habrá obtenido matrículas sin apenas ojear un solo libro de texto. El universo es injusto.

—Puede que te sorprenda.

—Lo dudo, eres muy predecible—digo arrugando la nariz.

—¿Es un insulto?

—No, los agoté hace tiempo—vacilo.

—Entonces, supongo que tú también eres predecible.

Sus ojos azules se posan en los míos. Noto una leve pero evidente sonrisa en su rostro. Me muerdo el labio inferior devolviendo mi vista al jardín. Sigo buscando excusas para no perdonarle y seguir odiándolo. Incluso aunque ahora sé la verdad por la que se negó a seguir dándome clase. Siento que la coraza de orgullo que se interpone entre nosotros de alguna forma terminará confrontándonos.

Esta noche, la empresa del Señor Ianson celebra una reunión formal para despedir el año en un hotel del centro. Según Alanah, una aburrida cena anual en la que tratan de reunir nuevos inversores para la constructora.

A consecuencia, me ha obligado a probarme vestidos de gala para el evento toda la tarde, además de los tacones más incómodos del mundo. Me llevo un paquete de tiritas en el bolso por si acaso. Ha recogido la mitad de mi cabello con horquillas en la parte posterior, creando un sencillo semi recogido que, junto al vestido de cuello barco azul marino, será lo suficientemente discreto como para pasar desapercibida en un sofá el resto de la velada. Me he descargado los últimos episodios de mi serie favorita, así que estoy más que preparada.

Por todas aquellas razonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora