▪ VEINTITRÉS ▪

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He discutido con Noah, otra vez. Hemos caído en esa rutina semanal donde yo le aseguro que tengo razón, él trata de rebatirme, me doy cuenta de que estaba equivocada, no lo admito para ganar la discusión, y al final, ambos acabamos cediendo y encontrando una especie de balanza equilibrada que se desnivela con los días y vuelta a empezar.

Y tampoco era para tanto. Dividí el trabajo para que cada uno realizase por su cuenta la parte que le tocaba, pero el señorito, que era un individualista por naturaleza, se quejó de que debe ser un trabajo grupal y que no hay nada de grupal en hacerlo por separado. ¿Os lo podéis creer?

El fin de semana antes de Halloween, nos levantamos a las seis de la mañana, y ,medio dormidos, nos encontramos con nuestros compañeros en el aparcamiento del instituto.

Colocamos las maletas en la parte baja del autobús bajo la atenta mirada de Joan, quien supervisa que la suya quede por encima de las demás para evitar ser aplastada. Lleva días ausente, y recreándose en una especie de superficialidad disfrazada en maquillaje y citas con chicos que ni siquiera le atraen, al menos no tanto como André, con quien no se atreve a hablar, por cierto.

Espero en la cola para subir a bordo cuando entre el alumnado veo a Hannan. Le dedico un toque en la nariz disimuladamente.,Nuestro plan para reconquistar a Sept sucederá durante la excursión. ¡Es increíble que me haya dejado engatusar! Pero las clases particulares de conducir lo merecían. Además, es divertido ver a Noah estresado cuando freno de golpe.

—He traído mascarillas hidratantes, chocolate y palomitas. ¡Haremos una fiesta de pijamas y veremos mi película romántica favorita: "Mientras Dormías"! —exclama Alanah.

Nada más enterarse de que el instituto necesitaba monitores para el viaje, se ofreció como voluntaria argumentando ser antigua alumna y que sería fantástico para aumentar su experiencia laboral. ¿A quién le puede interesar pasar el fin de semana con adolescentes cuando podría estar en casa durmiendo la mona? Solo a ella, el chisme le puede.

—¿Por qué no me sorprende que seas tan clásica? —le pregunto.

Es entonces cuando, sin previo aviso, encuentro a Yvette, la joven de cabello azabache y ojos verdes con la que me topé en la ducha, arrimándose a Noah entre risas.

—¿Qué hace ella aquí?

—Es voluntaria, de hecho, fue quien me avisó que necesitaban monitores. Supongo que se lo diría mi hermano. Pero a ti no te molesta, ¿verdad?

—¿Molestarme? ¿Por qué iba a molestarme? Aparte que tiene como dieciocho y sería ilegal.

—Cumple diecisiete en diciembre, se saltó un curso—me da una palmadita en el hombro antes de marcharse.

—¿Regaliz rojo? Es mejor masticar que abalanzarse a su cuello—dice Joan ofreciéndome una bolsa llena de chucherías.

****

Casi tres horas más tarde llegamos al hotel en la montaña. Los autobuses aparcan a la vez que despierto a Joan, quien duerme con la boca abierta babeando sobre mi hombro.

Keegan sale del autobús para acabar arrodillado besando el asfalto. Aunque no sé si del mareo de las curvas, o por tener que sentarse en primera fila con mi profesora y su bocadillo de arenques.

Le ayudo a levantarse antes de adentrarnos en el complejo hotelero recubierto de madera. El calor de la chimenea en la recepción consigue crear ese ambiente acogedor de campo sumado a la variedad de sofás y sillones repartidos por la gran sala tapizados con una tela a cuadros roja y verde. El atardecer se cuela por los grandes ventanales, en tanto nuestro profesor nos reúne a su alrededor.

Por todas aquellas razonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora