▪ CUARENTA ▪

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Junio de 2017

Hay algo maravilloso que ocurre a las siete de la mañana en el adosado de Beacon Hill. Cuando aún duermen todos y solo se escucha el canto de algunos pájaros en el jardín y los primeros coches de la ajetreada ciudad encaminarse al trabajo.

Apenas dormí esa noche. Pero supongo que eso, de alguna forma, estaba bien, pues nunca olvidaría esa madrugada a primeros de junio. Cuando las manecillas del reloj en mi cabeza, me avisaban de la cuenta atrás.

Intentaba ignorarlas al escuchar las risas de mis amigos compitiendo por un juego absurdo en medio de un restaurante vacío. La melodía de "Somewhere Only We Know" de Keane por los altavoces entre los maceteros mientras Sept me animaba a bailar. Las guirnaldas de luces recorriendo el techo bajo el cielo estrellado cuando Alanah y Keegan se besaron y me acuerdo de Mya arrastrando las palabras pidiendo hacernos un tatuaje a las cuatro de la mañana. Evidentemente, eso no ocurrió.

Los observé en ese patio tratando de memorizando esa imagen. Y, después, alejados de ese alboroto, quise detener el tiempo cuando mi piel se erizó al ser rozada por los labios de Noah. Supe que ese beso en la clavícula, al subir la cremallera de mi vestido, sería el último en mucho tiempo. Y era injusto y casi cruel, pero eso lo convirtió en algo que solo los dos lográbamos entender. Era perfecto. Y, desde luego, Noah y yo no lo éramos.

El amanecer, conforme subíamos la cuesta de la calle de adosados, solo adelantaba lo inevitable. El cielo comenzaba a despejarse con los primeros rayos de sol y, agotados, no queríamos que aquello acabase nunca. A pocos metros de casa, con los tacones en la mano, Joan consiguió detener un taxi. Su tren salía en unas horas de vuelta a Nueva York por una entrevista de trabajo y Sept debía volar de vuelta a Berkeley por los exámenes finales.

—¿Y esto es todo? —pregunta mi amiga de cabello rosa pastel con los ojos vidriosos—Prometí no llorar, pero, a la mierda, soy la emocional del grupo y ese es mi papel.

—Sept, seguiremos como hasta ahora. —me abrazo a ella—Nos escribiremos y haremos videollamadas. No va a cambiar nada.

—Meto mucho la pata. Voy a seguir necesitando a mis mejores amigas—añade Joan apretando los labios.

—Está bien, porque no quiero ser de ese tipo de amigas que se fueron a la universidad y se reencontraron en una cutre reunión de alumnos veinte años más tarde. Quiero saberlo todo.

—Hagamos un pacto, entonces. —le doy la mano a ambas—Que pase lo que pase, independientemente de lo que ocurra, siempre estaremos ahí. —trato de mantener la voz firme, pero es un fracaso—Así estaremos más cerca las unas de las otras.

Tras abrazarlas, intenté, con todas mis fuerzas, no llorar cuando se subieron al taxi. Hannan, insistió en que contactase con su primo una vez llegase a Londres y, que, si necesitaba algo, que acudiese a él sin dudarlo. Eso sí, con la única condición de investigar lugares para escalar cerca de la capital. Una sutil forma de expresar que me echaría de menos, al menos eso creo.

Esperé a que el coche retomase su camino con un nudo en el estómago viendo cómo se alejaban, hasta perderlo de vista en aquella esquina. Aún trataba de convencerme de que era real y que todo estaba a punto de cambiar. Pero creo que no estaría convencida hasta que el avión despegase.

—¿Estás bien? —pregunta Alanah a mis espaldas.

—Sí. —respondo con un hilo de voz—Es solo que odio las despedidas.

Al entrar en el adosado. Alanah se adelanta para acallar a Bailey. La soborna con una galleta para que sus ladridos no despierten a nuestros padres. Siempre funciona.

Dejo las sandalias de tacón prestadas a los pies del desordenado zapatero. Y cuando subimos las escaleras, antes de entrar en nuestras correspondientes habitaciones, en ese pasillo iluminado por la tenue luz exterior, Noah entrelaza nuestras manos sinónimo de un "buenas noches" sin necesidad de mediar palabra alguna.

Por todas aquellas razonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora