▪ TREINTA Y NUEVE ▪

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Si me marchase, ¿me recordarías?

Nacemos temiendo ser olvidados, obligados a perseguir grandes ambiciones que en ocasiones dejamos por el camino. Somos humanos y, teóricamente, estamos destinados a dejar un mundo mejor al que nos encontramos.

Siempre me ha gustado la idea de que somos como un lienzo que debemos recomponer con momentos en espacios en blanco. Como esa canción que sonaba en la radio durante un viaje de fin de curso, el olor a césped recién cortado el primer día de clase, la sensación de deslizar los dedos por las páginas de un libro que nunca ha sido leído antes o ver la nieve caer a primeros de diciembre cuando el chico del que llevabas enamorada más tiempo del que quieres reconocer, confiesa sentir algo más allá de una amistad por ti.

Ese hormigueo en el estómago no me dejaba dormir muchas noches. Trataba de calcular los diferentes casos alternativos a las consecuencias de estar enamorada de Noah Ianson. Como un bucle sin fin, que ahora, en conjunto, puedo ver que las razones que me impulsaron a alejarme de él no son del todo convincentes.

Y aquella tarde de primavera, bajo la lluvia, lo entendí. No necesitaba leer esas cartas, pues ya no estaba enfadada con él. Solo se había elegido así mismo para crear su propio camino. Él había sido producto de una serie de objetivos planificados hasta el más mínimo detalle y, desde ese día, él empezaba a ser dueño de su propio destino. Y, quizás de alguna forma eso le llevó a descubrir si en verdad quería estar conmigo. Aunque si necesitaba tanto tiempo para pensarlo, ¿eso era buena señal?

Igualmente, la voz de la Señora Dumsay desde el porche de su adosado impidió que averiguase esa respuesta. Y como ella, todas las personas que conocía en Boston desde que supieron que abandonaba el continente.

Estas semanas he recorrido la ciudad como si se tratase de la primera vez. Mi madre se empeñó en ir de compras porque al parecer en Inglaterra no venden pijamas o ropa en general. (Nótese el sarcasmo). Por no hablar de las innumerables comilonas que organizó con toda mi familia, hasta con mis primos de Michigan que no veía desde que tenía cuatro años. Volver a tener a los padres de Mya en una misma habitación era como ver un terrible reality show.

Mi padre me regaló un bono de partidos de beisbol, doce en total, para palabras textuales: "compensar todos los que me perdería hasta mi vuelta." Que la verdad, no me quejo. Fue bastante divertido, incluso nos regalaron un imán para la nevera. ¿He mencionado que su boda se celebrará a lomos de un elefante? Michaela quería algo especial y acorde con una boda no tradicional en Tailandia. ¿Qué tendrá de malo Boston? Va a ser una locura. Aún me quedan meses para practicar una buena sonrisa falsa de oreja a oreja.

Me despedí de mis amigos de la facultad un par de días atrás. Hicimos un picnic en el Boston Common brindando mientras inauguraban el cine de verano con "Casablanca". Algo muy diferente, fue cuando se lo conté a Mya. Comenzó a llorar como un alma en pena amenazando con viajar conmigo a Londres. ¡Menos mal que tienen el contrato de alquiler firmado!

Y, respecto a Noah, apenas he podido mediar alguna frase con él. Por no decir, no hemos tenido ni un momento a solas. Es como si todas las personas que conozco se hubiesen confabulado para aparecer en cada rincón de la ciudad. Incluso gente que no veía desde antes de mudarme.

¿Conclusión? Quedan menos de veinticuatro horas para marcharme. En vez de desesperarme he ido tachando de la lista todas las tareas habidas y por haber. Alanah estaría orgullosa.

Coloco la última camiseta dentro de la maleta antes de sentarme sobre ella para cerrarla. He dividido la ropa por estaciones y, a su vez, las he seleccionado en dos cajas, una para donar y otra para llevar a Londres. Llevaré dos maletas más la mochila de viaje que me regaló Sept en mi cumpleaños y mi madre me mandará el resto en septiembre, coincidiendo con la entrada al otoño.

Por todas aquellas razonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora